Las duras confesiones de unos médicos en Venezuela: "Operar a un paciente es casi un milagro"

Los médicos del JM de los Ríos
Los médicos del JM de los Ríos tienen que trabajar con las uñas para poder salvar vidas en un país en crisis

Federico Borges, Adriana Urdaneta, Edgar Sotillo e Ingrid Soto son médicos venezolanos y trabajan en distintos servicios del Hospital J.M. de los Ríos. A pesar de sus menguados salarios y de las numerosas limitaciones que diariamente deben enfrentar para ejercer su profesión, ellos se las ingenian para, con entereza, seguir allí procurando sanar niños.

La vida de nos

Apenas se fue la luz, la doctora Adriana Urdaneta empezó a correr. Bajó las escaleras y llegó casi sin aire a la emergencia del hospital José Manuel de los Ríos.

Los médicos del JM de Los Ríos
Pediatra Adriana Urdaneta

—Uno, dos, tres, cuatro —contaba mientras presionaba la bomba conectada al tubo que le permitía respirar a uno de los cinco pequeños que en ese momento estaban en la emergencia. Trataba de mantenerse serena, por encima de la desesperación de algunas madres que corrían de un lado a otro, y por encima de los muchachitos que lloraban porque algo les dolía. O porque, tan pequeños como eran, le temían a la oscuridad.

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La doctora Adriana Urdaneta es una de los 23 residentes de pediatría en el hospital J.M. de los Ríos, el pediátrico más importante del país. Apenas se graduó de médico general, en su natal Maracaibo —en el occidente venezolano— se mudó a Caracas para especializarse en ese centro médico, que aquella tarde del 7 de marzo de 2019, como todo el país, se quedó a oscuras e incomunicado. La planta eléctrica no funcionó. Fue reemplazada por otra que, sin embargo, solo alcanzó a abastecer de energía a la terapia intensiva, a la emergencia y al servicio de nefrología. Y presentaba fallas: cada 30 minutos dejaba de funcionar y, en consecuencia, el hospital entero volvía a quedarse a oscuras durante al menos diez minutos.

Los médicos del JM de Los Ríos
Pediatra Adriana Urdaneta

Los médicos corrían tratando de hallar la manera de mantener a salvo a los pacientes. Adriana Urdaneta era una de ellos. En los días siguientes al 7 de marzo, ella no regresó a su casa. En medio de la contingencia no podía, porque la necesitaban allí, atendiendo esa guardia sobrevenida. Trabajó, trabajó, trabajó. Ni ella ni sus colegas se permitieron dormir esas noches. Había que estar alertas.

El día del apagón, Adriana lloró porque no tenía dinero para comprar agua potable o para ir a su casa en taxi por algo de ropa. Lo que vivió esos días la hicieron tomar definitivamente la decisión: al terminar los estudios se devolverá a Maracaibo. Allá estará con su familia y hará otro postgrado.

“He apelado a técnicas del siglo 19”

Fue como si un monstruo hubiese hincado aún más los dientes sobre su presa herida. Porque hacía rato que en el J.M. la oscuridad era una constante: desabastecimiento de medicamentos e insumos, fallas de infraestructuras, falta de personal. Ya era un centro médico menguado, la caja de resonancia de una vertiginosa crisis.

Neurocirujano Edgar Sotillo
Los médicos del JM de Los Ríos

El doctor Edgar Sotillo se enfrenta a eso a diario. Es uno de los cuatro neurocirujanos que quedan en el J.M. Los demás se han ido del país o se han jubilado. El hospital, según la descripción del doctor Sotillo, es la ensenada donde van a recalar los naufragios. Y eso, muy lejos de desanimarlos, supone para los médicos un reto.

—Jamás rechazamos a un paciente, por mal que llegue. Cuando no está en nuestra manos salvar o prolongar una vida, aún podemos acompañar, consolar, aliviar a los niños y a sus padres.

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Esa determinación se ve asediada por las carencias del hospital. Los quirófanos no funcionan en su totalidad. Y además, hay un solo anestesiólogo. Si otros servicios tienen casos, el doctor Sotillo no puede operar porque el anestesiólogo de ese día ya está ocupado. Y si sale una emergencia, también se queda sin anestesiólogo, que es uno por día y con muchas solicitudes. También depende de que haya personal de enfermería suficiente.

—En suma, operar a un paciente es casi un milagro. Una hazaña. Todos nos obligamos a ser creativos.

Neurocirujano Edgar Sotillo
Neurocirujano Edgar Sotillo

Hace 10 años, hacía 50 operaciones al mes y, ahora, si llega a 10, es mucho. Cuando Sotillo habla de creatividad se refiere, por ejemplo, a usar un Dremer, taladro de ferretería, para lijar tumores óseos porque el craneotomo, que es el instrumento apropiado, no está disponible.

—Para hidrocefalia, si no tengo la válvula, le pongo un drenaje ventricular externo, y si no tengo el drenaje, le hago punciones transcraneales para descomprimir. Si no puedo operar el tumor, le administro fármacos antiinflamatorios potentes. Ante casos de traumatismo, si no tengo quirófano, puedo hacer un trépano de emergencia en el área de UCI, así dreno el hematoma, o hago curas compresivas para detener la hemorragia mientras programo la cirugía. Todas estas cosas las he hecho, como también he apelado a técnicas e instrumentales del siglo 19.

“Hay que denunciar sin vergüenza”

La doctora Ingrid Soto de Sanabria, jefe del servicio de Nutrición y Desarrollo del J.M., desde su nicho, dice que le angustia la desnutrición infantil. Y le angustia porque la ha documentado y sabe cuál es su dimensión. En 2016 encendió las alarmas. Tenía en su poder números que para ella gritaban: entre 2013 y 2015, la institución había reportado entre 30 y 34 niños y adolescentes con desnutrición grave. Tan solo hasta septiembre de 2016, el hospital ya había atendido a 80 desnutridos graves, de los cuales 21 mostraban formas edematosas, y 48, lo que equivalía a un contundente 60%, eran lactantes.

Ingrid Soto de Sanabria, jefe del servicio de Nutrición y Desarrollo del J.M. de los Ríos
Ingrid Soto de Sanabria, jefe del servicio de Nutrición y Desarrollo del J.M. de los Ríos

Para ella, las razones eran obvias: 83,75% de los pacientes provenían de familias que vivían en pobreza. La dieta de ellos se basaba fundamentalmente en tubérculos como yuca, ocumo, ñame y frutas de temporada como el mango. Esto se agravaba con la escasez y altísimos costos de fórmulas infantiles, leche entera, carnes y leguminosas. Los teteros se estaban haciendo con harinas de arroz o de plátano. De ahí el incremento aquel año de las formas edematosas de la desnutrición, en las que el niño luce hinchado por acumulación de líquidos debido al consumo inadecuado de proteínas.

Los casos han ido en ascenso. En 2017 hubo 97 pacientes con desnutrición grave. En 2018, fueron 305, de los cuales 94 fueron considerados graves.

El primer caso de desnutrición grave que atendió la doctora Ingrid Soto en el Hospital J.M. de los Ríos fue hace muchos años, mientras estudiaba: un niño con lesiones pelagroides que jamás antes había visto sino en libros. No imaginaba entonces que aquel asombro se convertiría en una constante al final de su carrera. “No puedo seguir pasando tanta vergüenza”, le decía la madre del niño.

—Para ella era una vergüenza pasar hambre —dice la doctora recordándola—. Era otro país, otro hospital, otra historia. Por eso lo que pasa hoy debemos denunciarlo, sin miedo, sin vergüenza.

Los médicos del JM de los Ríos
Cardiólogo Federico Borges

“Cuando vuelva a alzar vuelo”

Es justo eso lo que piensa el cardiólogo Federico Borges. En 2014, cuando el equipo de hemodinamia se dañó y se paralizó la realización de cateterismos, se quejó, redactó cartas, elevó su voz, insistió, insistió, insistió. Entonces el J.M. era uno de los hospitales que más procedimientos de ese tipo hacía en Latinoamérica, unos 350 al año. Sus quejas fueron desoídas: cinco años después los equipos siguen dañados, y Borges no ha vuelto a operar allí.

—En este momento no podemos hacer cataterismo. No estamos en capacidad— les dice a los padres de sus pacientes que requieren la intervención.

Estima que repite esa respuesta una o dos veces por día. Pero pudieran ser más, porque entre él y el otro cardiólogo del servicio reciben en consulta a unos 900 pacientes cada mes, muchos de los cuales, por motivos diversos, requieren un cateterismo.

—Pueden averiguar en una clínica e ir a fundaciones o instituciones a solicitar ayudas económicas —alcanza a recomendarles a los padres para que no se vayan con las manos vacías; para que no salgan sin una pizca de esperanza.

Cardiólogo Federico Borges
Cardiólogo Federico Borges

Y se los dice, claro, sin dejar de sentirse frustrado, de manos atadas.

—Es una tragedia que no podamos operar. En Venezuela nacen 600 mil niños al año, de los cuales 6 mil tienen alguna cardiopatía congénita. De ellos unos 3 mil 600 ameritan cirugía o cateterismo terapéutico.

Borges asiste todos los días al hospital. Pudiera quedarse en casa. Después de todo, ya cuenta con 34 años de experiencia y 25 de servicio y tiene el derecho de recoger la cosecha sembrada a lo largo de tanto tiempo. Pero esa no es, para él, una opción. No todavía. Quiere permanecer allí para ver (“en un futuro no muy lejano”) cuando el J.M. vuelva a alzar vuelo.

—Yo sigo aquí por una decisión personal —responde—, y porque renunciar a todo es difícil. Para mí no es fácil decir: “Me retiro” y dejo este cuento hasta aquí.