Las confesiones del hijo del narco más buscado del mundo

A los 9 años recibió las cartas de amor originales que Manuelita Sáenz le escribió a Bolívar, a los 11 una colección de más de 60 motos, y a los 13 ya tenía un apartamento de soltero con una silla para ‘hacer el amor’. También, 50.000 dólares en pólvora importada para celebrar cada cumpleaños o chocolates venidos desde Suiza.

Desde que nació Juan Pablo tuvo todos los caprichos que cualquiera podría haber deseado, pero le faltaba algo muy importante: amigos. Y es que ser el hijo de uno de los principales capos de la droga no es nada fácil. Su padre se llamaba Pablo Escobar y con su cártel de Medellín (Colombia) logró convertirse en una de las personas más ricas del mundo con el comercio ilegal de cocaína.

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Juan Pablo Escobar presentando su libro (AP).

Ahora, más de dos décadas después de la muerte de su padre, abatido en un tiroteo, Juan Pablo se ha animado a publicar sus memorias en un libro que lleva por título ‘Pablo Escobar, mi padre’. En él recuerda momentos íntimos y vivencias absolutamente desconocidas, como por ejemplo el deseo del narcotraficante de tener más de 1 millón de pesos antes de los 26 años, sin embargo el lucrativo y peligroso negocio de la droga hizo que depositara 100 millones en el banco a esa edad.

De su infancia recuerda esos días en la Hacienda Nápoles, una enorme mansión que tenía gasolinera propia, 27 lagos artificiales, 100.000 árboles, 2 helipuertos, 3 zoológicos o 10 casas en su interior. Allí, siempre rodeado por los guardaespaldas de la familia, transcurrieron los primeros años en la vida de Juan Pablo.

No faltaba ningún tipo de comodidad, pero ni él ni su hermana pequeña Manuelita tenían contacto con otros niños salvo contadas excepciones. “Yo no tenía amiguitos. No era lo mismo ser hijo de García Márquez que de Pablo Escobar”, rememora.

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Pablo Escobar y su hijo en la Casa Blanca en 1981.

Desde el cártel de Medellín, del que Escobar era el gran jefe, se movía el 80% del tráfico de cocaína en el mundo, con destino fundamentalmente a Estados Unidos donde a finales de los 70 estaba de moda la cocaína con el caviar y una botella de Dom Perignon. Pero el que era el narco más importante del mundo cumplía a rajatabla la regla no escrita de no consumir, tampoco tomaba alcohol apenas.

Pero en los 80 las cosas cambiaron. Estados Unidos reclamaba la extradición y Pablo intentó librarse por todos los medios. Primero aprovechando su popularidad para ser elegido suplente en la Cámara de Representantes y así esquivar a la justicia, después, tras fracasar su idea, iniciando una guerra contra el estado que acabó con la vida de miles de personas, con atentados y ataques contra el Estado que provocaron la muerte de muchos civiles.

En 1991, acorralado, decidió entregarse a la justicia y pasó 2 años en una cárcel de lujo, pero en 1993 logró escapar. El cerco sobre él cada vez era más cerrado y con más integrantes: bandas rivales y la justicia, que no solo iban contra su figura, sino también contra su familia. El 2 de diciembre de ese año escribía el último capítulo de su vida; le alcanzaron tres balas en un tiroteo, la última de ellas entró por su oído derecho.

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Entrada de la Hacienda Nápoles.

“Tengo la plena certeza de que ese disparo lo hizo mi padre de la manera y en el lugar donde siempre me dijo que se pegaría un tiro para que no lo capturaran vivo: en el oído derecho”, relata ahora Juan Pablo.

Ahora vive en Argentina y desde hace unos años tiene un nombre distinto, para evitar los flashes y el hostigamiento. Pero sigue teniendo presente una frase que puede definir perfectamente la vida de su padre:

“El narcotráfico le dio todo a mi padre y también se lo quitó todo. Hasta la vida”. Palabra de su hijo.

Javier Taeño (@javiertaeno)

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