A lo mejor lo que no nos gusta de Lance Armstrong no es que se dopara

US Lance Armstrong, leader of US Radioshack cycling team, best one in the Tour de France 2010, poses on the podium as part of his last participation in the race after winning it sevent times, at the end of the 102,5 km and last stage of the 2010 Tour de France cycling race run between Longjumeau and Paris Champs-Elysees avenue.     AFP PHOTO / JOEL SAGET (Photo credit should read JOEL SAGET/AFP via Getty Images)
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Hablar de dopaje siempre es complicado. A la gente no le gusta. No vas a hacer ningún amigo tratando el tema ni siquiera intentando quitarle hierro al asunto. En cualquier caso, de vez en cuando, no queda más remedio. El pasado domingo, la cadena ESPN emitió el documental “Lance”, aprovechando el éxito arrollador de “The last dance”, pero no fue ni de lejos lo mismo. La audiencia dio la espalda a Armstrong quizá confirmando su propia sensación de “apestado”.

No es que se perdieran gran cosa. El documental, por supuesto, gira en torno al dopaje en el ciclismo y la experiencia no ya del corredor tejano sino de sus compañeros durante años en el US Postal y después en el Discovery Channel. Todos los que quisieron prestar declaración ante la USADA en su momento reconociendo el programa de dopaje masivo supervisado por el propio Lance, los doctores Ferrari y Del Moral y el director deportivo, Johan Bruyneel. Mucha autocompasión, porque, curiosamente, un tipo duro como Lance ahora está en esa fase, en el continuo “¿por qué tengo que pagar yo los platos de toda una era del ciclismo?”

Viniendo de él, el matón por excelencia, el que tenía a todo el pelotón amedrentado con sus amenazas y el que iba a degüello contra cualquiera que insinuara algo fuera de las carreteras, causa una cierta extrañeza. Después de años repitiendo “yo no me he dopado nunca”, Lance lleva camino de labrarse una segunda carrera a base de decir “bueno, al menos yo no soy un hipócrita”, lo que a nadie se le escapa que es una auténtica contradicción en términos. Fue hipócrita hasta que no le quedó más remedio que dejar de serlo y ahora mismo nadie sabe lo que es porque nadie le cree.

Ahora bien, hay una parte interesante en este discurso sobre la hipocresía que quizá conviene analizar con un poco más de detalle. En un momento de la entrevista, Lance se queja de que Ivan Basso (Operación Puerto 2006) siga siendo una figura respetada y querida en Italia mientras a Pantani se le recuerda con las siglas EPO fijadas a fuego en la frente. No entiende por qué Jan Ullrich se ha abandonado al alcohol y a otras sustancias completamente marginado por el mundo del ciclismo y los medios que lo rodean... mientras Erik Zabel (quien reconoció haberse dopado durante años en la estructura Telekom de Rudy Pevenage) sigue haciendo las veces de analista. Se le olvidó apuntar, quizá, que Laurent Jalabert y Richard Virenque trabajan para la televisión pública francesa mientras Christophe Bassons, el “chico limpio” del pelotón de la época que tuvo que abandonar el ciclismo por defender un discurso anti-dopaje, sigue de profesor de educación física...

Aunque él no sea el más indicado para hablar de hipocresía, esa hipocresía existe. El dopaje nos parece mal pero nos parece menos mal si luego el tramposo nos pide perdón mil veces con una sonrisa y cambia de tema. O si cambia de tema y punto, a veces ni siquiera pedimos más. Nuestros héroes son nuestros héroes y tampoco conviene mucho tocarlos salvo que le den un “fav” al tuit equivocado. Hay numerosos corredores españoles que han dado positivo a lo largo de su carrera y que se pasean por los platós de televisión para analizar carreras de primer nivel. No solo eso, sino que además lo hacen bastante bien.

Por la razón que sea, hemos dividido a los dopados en “simpáticos” y “antipáticos” y al final puede que, después de todo, ese sea el único criterio para nuestras filias o nuestras fobias. ¿Que Jalabert se dopó? Bueno, puede ser, pero era un encanto de tío y lo sigue siendo. ¿Qué Armstrong se dopó? Ah, ahí cambia la cosa. ¿Por qué? De entrada, porque Armstrong no se cortó ni un pelo y ganó siete Tours seguidos. Que ya podía haber disimulado un poco. Pero, sobre todo, intuyo, porque Armstrong no nos cae bien, porque representa la prepotencia, el orgullo desmedido, el matonismo, la distancia absoluta con respecto a todo desde su autobús rodeado de guardaespaldas...

Armstrong nos caía mal mucho antes de que la USADA se metiera en su pasado. Armstrong era Michael Jordan pero con hormonas de crecimiento y autotransfusiones. Ganar a cualquier precio, sin que nada más importe. Lance jugó a no hacer amigos, solo rivales, un continuo “yo” contra “ellos” y se la estamos devolviendo. Tour a Tour. Probablemente, si lo pensamos, si somos honestos con nosotros mismos, estemos ante un corredor de otra galaxia. Con Ferrari y sin Ferrari. Un chico que en 1993 era campeón del mundo y en 2009 hacía tercero en el Tour de Francia. Un elegido de este deporte y de cualquier otro.

Pero no se lo vamos a reconocer. Y a Lance, claro, le duele. Le duele tanto como para montarse a sí mismo un especial en ESPN y acusarnos de hipocresía. Precisamente él, el que perseguía a Filippo Simeoni en las etapas llanas y luego le hacía el gesto con los dedos de que cerrara la boca y dejara de insinuar cosas raras de su adorado médico. Lo que, curiosamente, no quiere decir que no tenga razón: quizá sea verdad y seamos unos hipócritas. Perdonamos a unos y no perdonaremos jamás a otros. Porque, en esencia, hacerse un aficionado al deporte es decidirse a ser injusto.

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