‘El lagarto azul’, aventura y misterio en Miami

A muchos escritores se les asocia con la ciudad en que vivieron. O con la que usaron como escenario de sus novelas. Son los casos de Virginia Woolf con Londres, Frank Kafka con Praga y James Joyce con Dublín.

Estos ejemplos, es cierto, son solo de escritores famosos y sus históricamente importantes capitales. Hay otros, desde luego. Todas las ciudades tienen uno. O varios. Y Miami no es la excepción.

Pienso en Carolina García-Aguilera y su Aguas sangrientas, la primera de una exitosa serie de novelas policiacas en las que Lupe Solano, una investigadora privada de origen cubano, deshacía entuertos desde Westchester hasta Cocoplum. O en Pedro Medina León y su Mañana no te veré en Miami, una novela cuya trama -alejada del brillo de los rascacielos de Brickell Avenue- refleja la cruda realidad de nuestra compleja y multifacética ciudad. Y pienso en Tony Ruano y su novela más reciente, El lagarto azul (2022), en cuya trama la ciudad de Miami no es solo un escenario sino también un personaje.

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Su premisa argumental es, en apariencia, sencilla. Adrián Roseau, el protagonista, es un prestigioso dueño de galerías en Coral Gables que está a punto de inaugurar El lagarto azul, un gran complejo artístico (galerías, salas de teatro, bares y restaurantes) que cambiará para siempre la escena cultural de la ciudad. Pero antes de la esperada apertura, las cosas comienzan a complicarse.

Aunque la novela está escrita en tercera persona omnisciente, su estilo es tan directo y repleto de detalles que, desde que arranca, el lector queda atrapado. Y es que Ruano ha sabido combinar con éxito elementos de varios géneros literarios. Sobre todo, los de la novela negra. Esto es evidente desde el mismo comienzo: “Aminoró la marcha y entró por el callejón al costado del establecimiento. Detuvo el coche debajo del toldo de lona a rayas. Accionó el control que le permitía cerrar la capota, levantó los vidrios y apagó el motor del Mustang”.

Sin embargo, quien se baja del auto no es el Philip Marlowe de Chandler, sino el Adrián Roseau de Ruano, que se verá envuelto en una intriga internacional relacionada con el robo de unas valiosas pinturas.

A partir de ahí, la trama avanza -aunque con algunos breves flashbacks- de una manera lineal pero siempre dejando espacio -por lo que queda sin decir- para un suspense que Ruano utiliza con acierto al sembrar pistas falsas. Y es que este es un thriller en el que nada es lo que parece. Ni siquiera sus personajes (Betty Flynn, la enigmática modelo; Rebeca, la hija que heredará la empresa paterna; Irene, la eficiente secretaria que lo controla todo; y Mario, el asistente a cargo de las operaciones diarias), que a pesar de estar descritos con profusión de detalles -tanto físicos como psicológicos- nunca reflejan sus verdaderas intenciones.

La mayoría de los capítulos se desarrollan en Miami y Ruano los aprovecha para, entre críticas y elogios, describir la ciudad. Como cuando es necesario demoler tres casas donde se levantaría El lagarto azul: “La gran bola de acero impactaba los muros y hacía caer en escombros lo que habían sido paredes y columnas cargadas de historia”. O como cuando describe sus vecindarios -Downtown, Little Havana, South Beach, Bal Harbour y Coral Gables- o sus famosos restaurantes -desde el Novecento en Brickell hasta La Taberna de Ignacio de Hialeah- en donde Adrián sostenía sus almuerzos de trabajo.

En las escenas finales, que se desarrollan en Buenos Aires, Barcelona y París, todas las piezas del rompecabezas, como en las buenas novelas de misterio, van cayendo en su sitio.

El lagarto azul es una novela muy bien escrita (alterna secuencias y planos sin apartarse de su continuidad narrativa) que admite una doble lectura. Por una parte, es un thriller cuidadosamente estructurado que no deja cabos sueltos. Y por la otra, es un sentido homenaje a la ciudad de Miami. Después de todo, ¿no es ella es el personaje principal?