La trampa de las reseñas de comida en Internet: todo es maravilloso o todo es una basura

Comida, un tema de mil debates. Gente formada en El Califa de León. (Gerardo Vieyra/NurPhoto via Getty Images)
Comida, un tema de mil debates. Gente formada en El Califa de León. (Gerardo Vieyra/NurPhoto via Getty Images)

Entras a TikTok y encuentras una reseña de un restaurante: todo es fabuloso. No hay nada que mejorarle al lugar porque el influencer de turno ha dicho que todo ahí está perfecto. La comida, el precio, la atención. Todo es de diez puntos. Los comentarios le dan credibilidad al caso: cientos, miles, de personas preguntando cuál es la ubicación. La mayoría dice que se ve muy rico y que esperan ir pronto, que por algo confían en la recomendación que han recibido.

Esa positividad desmedida ha encontrado una respuesta de la misma magnitud, pero en dirección contraria: los influencers que reseñan comida y se dedican a destrozarla. Ambas son posturas extremas, pero parecen cumplir con sus objetivos: generar muchísima interacción. No hay forma de negarlo. Están ahí por un motivo, porque generan interés tanto de las personas que genuinamente quieren conocer un lugar a fondo, y saber si es bueno o malo, como en aquellos que únicamente quieren ver el mundo arder.

Pasó en los últimos días con El Califa de León, el primer restaurante mexicano en recibir una estrella Michelin. Como era de esperarse, se llenó de gente en las horas inmediatas de que se diera a conocer el nombramiento. Una reseña de un creador de contenido les tundió con todo: que la carne era de mala calidad y no valía la pena perder el tiempo ahí. Y todas las reacciones subsecuentes: quienes le apoyaban de manera rotunda y los que veían algo sospechoso en una crítica tan directa y brutal.

Pero, de nuevo, la meta estaba hecha: captar la atención de las personas por las buenas o por las malas. O, mejor dicho, por las fingidas o las exageradas. Mutuamente, los dos tipos de influencers se desprecian, y claro, si se encuentran en dos posiciones totalmente diferentes (se tachan de vendidos y de haters, respectivamente). Pero son más parecidos de lo que les gustaría admitir. Ambos viven del extremismo y el principal perjudicado termina siendo el consumidor, que no sabe cuál de los dice la verdad.

La respuesta parece obvia: para conocer la verdad, hay que ir por cuenta propia y decidirlo uno mismo. Pero en ese caso también hay una consecuencia imposible de evadir: el universo de opciones se reduce bastante. Ya no queda más que confiar en la memoria; es decir, en los lugares ya conocidos; y en la valoración de gente en la que se pueda tener seguridad: amigos, colegas y conocidos con un criterio similar al nuestro. Entonces sí, es casi ir a la segura: no hay modo de fallar. Se acabaron las decepciones.

Al final, cada opinión no deja de ser eso: una apreciación. También lo son las estrellas que muestra Google, por ejemplo. Alguien pudo tener una mala experiencia que rebajara de manera notable la calificación del lugar sin que eso refleje fielmente que es malo. O al revés: una persona lista agarró a sus amigos de confianza y les pidió que reseñaran su restaurante en Google y ahí todo es maravilloso, aunque el golpe de realidad luego sea mayúsculo para quienes le visitan.

No hay alternativas. A eso han llevado los cientos de creadores de contenido que prueban y califican productos. Asimismo, siempre habrá opiniones en favor o en contra. Las mismas personas promueven esa dificultad al ser igual de extremistas con sus opiniones. No hay lugares perfectos ni tampoco se va a un restaurante con la intención de tundir a todo mundo. Se vale encontrar el balance y eso, para mala fortuna, no abunda en los influencers de comida. No queda remedio: hay que verlo uno mismo para que nadie venga a contar.

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