La torpeza económica que ha hundido a la izquierda en América Latina

Varios países latinoamericanos emergieron de la década de 1990 con la esperanza de haber dejado atrás las fallidas políticas neoliberales de la derecha populista. Creyeron entonces en las promesas de la izquierda. Pero la “marea roja”, como se conoció al movimiento iniciado por Hugo Chávez en 1999, no logró transformar su discurso en una alternativa económica duradera.

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La errática administración de Nicolás Maduro ha colocado a Venezuela al borde del default (AFP)

Cierto, parte de la culpa de las actuales crisis en Argentina, Brasil, Venezuela y Ecuador se puede atribuir a circunstancias externas. La desaceleración del crecimiento chino y el desplome del precio de las materias primas, en particular el petróleo, han mermado los ingresos por exportaciones. Al mismo tiempo, la inversión extranjera directa ha caído a su nivel más bajo desde 2010.

Sin embargo, esas perturbaciones de la economía mundial no explican todo. Los gobiernos izquierdistas de la región, en general, no aprovecharon la bonanza de la década pasada para protegerse contra estos contratiempos. En lugar de ejecutar transformaciones estructurales, perpetuaron la dependencia de unos pocos productos y ampliaron políticas asistencialistas.

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Brasil representa el presunto éxito de programas de corte asistencialista, que no atacan las causas estructurales de la pobreza y la desigualdad (AFP)

El espejismo del maná

Aunque cercanos ideológicamente, los gobiernos de izquierda que se han sucedido en América Latina desde finales del siglo pasado no manejaron la economía con igual suerte. En los extremos de la balanza se sitúan Bolivia y Venezuela. El primero con un promedio de crecimiento del producto interno bruto en torno al cinco por ciento bajo el gobierno de Evo Morales. Mientras, la Venezuela de Maduro se contrajo cerca de seis por ciento el año pasado y nada indica que el 2016 será mejor.

¿Acaso esas diferencias significan que la debacle económica en Brasil y Argentina, por ejemplo, podría haberse evitado con un liderazgo más pragmático? No, porque las administraciones izquierdistas de esta época en América Latina han cometido errores similares, que las caracterizan como antes el neoliberalismo definió a la derecha.

Para cumplir con sus promesas de reducir el número de familias pobres en el continente, los representantes de la “marea rosa” establecieron costosos programas sociales. Y en efecto, la pobreza disminuyó. En la primera década de este siglo la tasa regional se contrajo de más de 40 por ciento a menos de 30 por ciento.

El programa Bolsa Familia, implementado por Lula en Brasil y las misiones desplegadas por Chávez ilustran esa tendencia a invertir en mejorar las condiciones de vida de los sectores desfavorecidos. Pero las buenas intenciones no siempre conducen a buen destino.

Ese tipo de políticas de corte asistencialista recargaron los presupuestos estatales, hasta un punto solo sostenible por los ingresos de las exportaciones de materias primas. Además, no generaron una transformación estructural que hiciera irreversible el ascenso de los pobres hacia la clase media. Un cambio de gobierno o una coyuntura económica difícil pueden hacer desaparecer esa ayuda a los hogares de bajos recursos.

Para financiar el masivo gasto público, la izquierda acudió a una vieja fórmula: el extractivismo, o sea, la explotación de recursos naturales –minerales y combustibles fósiles, principalmente— sin que esta operación contribuya a la creación de una industria nacional.

Venezuela constituye el caso típico de esta visión económica. A pesar de sus enormes reservas de hidrocarburos, la producción de crudo se estancó primero y luego empezó a caer. Chávez derrochó los ingresos petroleros en programas sociales y acuerdos de cooperación regional, sin invertir lo suficiente en el desarrollo de PDVSA. La compañía arrastra una pesada deuda que podría conducirla al default este año, lo cual también empujaría al gobierno de Maduro a incumplir sus obligaciones financieras.

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El gobierno de Rafael Correa no redujo la dependencia de las exportaciones petroleras en Ecuador, lo cual ha conducido a la presente recesión (AFP)

El extractivismo ha engendrado conflictos con poblaciones rurales y comunidades indígenas en Perú, Brasil, Bolivia y Ecuador. El discurso ambientalista de sus presidentes de izquierda o centroizquierda (en el caso de Ollanta Humala) no se ha traducido en políticas a favor del desarrollo sostenible en zonas como la Amazonía. La violación de los derechos de los pueblos autóctonos ha empañado la imagen progresista de estas administraciones.

Si bien el “socialismo del siglo XXI” no se ha materializado en ningún país latinoamericano, el discurso anticapitalista sí engendró medidas que trataron de ignorar el funcionamiento de economías capitalistas. Pero el mercado tiene sus propias leyes que el voluntarismo de la izquierda no puede cambiar de la noche a la mañana.

La desmesurada intervención estatal ha provocado desastres como el crónico desabastecimiento en Venezuela. Por razones ideológicas, Chávez y Maduro atacaron el sector privado, mientras los fabulosos proyectos gubernamentales para incrementar la producción nacional y diversificar la economía fracasaron. Ningún decreto de emergencia o el manejo autoritario de los asuntos económicos revirtieron esa situación. El chavismo debió mirarse en el espejo de Cuba, cuyas dificultades brotan no solo del embargo estadounidense sino, sobre todo, de la gestión estatal ineficiente.

La corrupción ha colocado la guinda al pastel.

¿Acaso los emergentes gobiernos de derecha tendrán un mejor desempeño? No, si tratan de repetir el guión fracasado de la década de 1990. Quizás en diez años una nueva marejada izquierdista invada el continente, en un ciclo de extremos que alimenta el cinismo de los electores y hace más vulnerables las economías de la región.