La peligrosa y autoritaria exigencia de Trump para que se reabran por completo las escuelas en plena pandemia

Donald Trump tiene la mente puesta en un objetivo único y a ello está subordinando toda su gestión presidencial: lograr la reelección en las elecciones del próximo 3 de noviembre.

Pero al hacerlo con frecuencia supedita el bienestar general a sus intereses personales y un nuevo y punzante ejemplo de ello es su advertencia de que las escuelas de Estados Unidos han de reabrir plenamente el próximo año escolar, que comienza por lo general a fines de agosto o principios de septiembre dependiendo de cada estado, sin que en ello parezca importar la candente crisis del covid-19 que se sufre actualmente en el país.

El presidente Donald Trump en la Casa Blanca durante una reunión sobre el tema de la reapertura de las escuelas en EEUU en el contexto del covid-19. (AP Photo/Alex Brandon)
El presidente Donald Trump en la Casa Blanca durante una reunión sobre el tema de la reapertura de las escuelas en EEUU en el contexto del covid-19. (AP Photo/Alex Brandon)

Es aún muy pronto, dadas las punzantes alzas en casos que se han registrado en multitud de estados, para realmente poder determinar con base en criterios médicos, científicos y de salud público que la reapertura de los planteles escolares es segura. Y, en todo caso, se trata de una decisión que debe tomarse específicamente en cada estado y jurisdicción escolar, con la participación de sus autoridades, maestros y padres de familia, con base en las condiciones de la pandemia en su localidad.

Pretender que se abran las escuelas a rajatabla, como exige Trump, y sancionar con el recorte de fondos federales a las jurisdicciones que no lo hagan resulta no solo insensato y autoritario, sino que evidencia el uso electoralista que Trump realiza de la investidura presidencial.

Esa exigencia omite, o desprecia, la realidad de que las escuelas públicas en el país en general están muy limitadas económicamente, con las que sirven a las comunidades más desfavorecidas con graves carencias en profesorado, instalaciones y servicios. Suponer que se les cancelen recursos cuando, en realidad, lo que requieren es mayor financiamiento y asistencia de parte del gobierno federal muestra que Trump no está en realidad preocupado por las implicaciones y consecuencias de la operación de las escuelas –sea presencial o en línea– sino por crear la apariencia de un liderazgo que lleva a Estados Unidos de vuelta a la “normalidad” y agitar eso para apuntalar su mermada candidatura.

Minimizar o incluso negar la gravedad de la pandemia de covid-19 es parte de ello, pero resulta una actitud peligrosa por provenir del mismo presidente de Estados Unidos. En los países que Trump dice se han reabierto escuelas las cifras de contagios se han reducido dramáticamente, mientras que en territorio estadounidense se rompen cada día récords de nuevos casos.

En realidad, el deseo general es que los niños, adolescentes y jóvenes puedan volver lo más pronto posible, con seguridad y a plenitud a sus escuelas. Que los planteles recuperen su operación es también necesario para que muchos padres puedan a su vez volver a trabajar, al no tener que permanecer en casa para cuidar a sus hijos. Y el desarrollo académico, emocional y físico de los menores es también potenciado por su participación en actividades escolares.

Pero ante el covid-19, los datos y las circunstancias que harán eso posible no parecen ser del interés del presidente, quien ha deplorado los lineamientos del Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) por considerar que frenan la reapertura escolar que él desea cuando se trata en realidad de guías científicas críticas para promover una reapertura segura.

Una consistente mayoría de los estadounidenses ha expresado, según encuestas, dudas y temores en relación a enviar a sus hijos de vuelta a las escuelas, por lo que la noción absoluta defendida por Trump no refleja el sentir mayoritario de la población.

Así, Trump al parecer pretende sacrificar a estudiantes, maestros y familias en aras de mostrar que Estados Unidos se reabre y normaliza, y con ello añadir puntos a su candidatura, cuando ello en realidad, más allá de un hipotético beneficio electoral, podría causar, si se hace de modo imprudente o prematuro, una agudización de la crisis del covid-19, con más sufrimiento, más muertes y más debacle económica.

Con ello el presidente convierte, de modo innecesario y negativo, en un asunto político-partidista el difícil proceso de reapertura de escuelas, como lo ha hecho con el uso de mascarillas, el conteo de contagios o la aplicación de pruebas de diagnóstico.

Y ha pretendido señalar que son los demócratas quienes se niegan a reabrir las escuelas, cuando en realidad autoridades de ambos partidos han manifestado sus reservas cuando en sus localidades repunta la pandemia, mientras que líderes demócratas en sitios donde ha menguado han anunciado, como ha sucedido en Nueva York, un proceso de reapertura de escuelas.

Nada, en todo caso, puede ser absoluto y automático. Y, al final, Trump en realidad tiene poca capacidad para forzar la reapertura de escuelas, incluso suponiendo que pudiese realmente recortarles fondos, pues ello depende de decisiones de los gobiernos estatales y de los distritos escolares. Pero sí puede agitar políticamente con ello, atizar el discurso de confrontación y buscar pintar a sus opositores como los que se oponen a la reactivación económica.

Cuando en realidad, la oposición, dictada no por política sino por el dato científico y el sentido común, es a una reapertura indiscriminada y prematura, pues ello es el peor enemigo de la reactivación económica y, como ya se ha constatado en varios estados que son caldero de coronavirus, crea nuevas oleadas de la pandemia.