La ceguera voluntaria para no usar cubrebocas ha llegado al extremo... y nos pone en peligro a todos

Cubre bocas
Un hombre con una gorra pro Donald Trump portó un cubrebocas sobre los ojos durante un vuelo entre Cleveland y Nashville, en abierto desafío a las recomendaciones del uso de cubrebocas para mitigar la pandemia de covid-19.(Twitter / Jessica Hazeltine)

El uso de mascarillas en entornos públicos para reducir el contagio del covid-19 es de importancia crítica, y su efectividad ha sido mostrada en numerosos estudios. Con todo, en Estados Unidos existe un numeroso sector de personas que rechazan utilizar cubrebocas, pese a que la pandemia arrecia en muchos lugares del país, por consideraciones político-ideológicas, por una descolocada rebeldía o por ignorancia o mera frivolidad.

Un ejemplo de ello se ilustra en la fotografía que publicó Jessica Hazeltine en su Twitter. Fue tomada el domingo pasado a bordo de un avión de la aerolínea Allegiant Airlines en la ruta entre Cleveland y Nashville. En ella se ve a un sujeto portando una gorra con el eslogan de campaña “Make America Great Again” de Donald Trump, llevando en efecto una mascarilla, pero en vez de ponerla sobre su nariz y boca la coloca en sus ojos, como si fuese un antifaz para dormir.

En su tuit, Hazeltine dijo que el resto de los pasajeros de ese avión portaban la máscara del modo “tradicional”, es decir el adecuado cubriendo boca y nariz, mientras que el individuo en cuestión optó por portarla de modo diferente. Ello, es de suponer, como una suerte de desafío, como una equívoca reivindicación de la libertad individual y una expresión abierta de repudio al mensaje sobre la necesidad de usar las mascarillas como una cuestión de salud pública de importancia crítica. El lema en su gorra le añade un claro sentido político al asunto.

Pero, en realidad, lo que el individuo mostró a bordo de ese avión al colocarse la mascarilla sobre los ojos tiene también otra lectura: él optó por la ceguera voluntaria, por no mirar la realidad para sumirse, amparado en las ideas afines a su gorra, en la negación de la amenaza de la pandemia.

Fue además un desplante político que, dada la emergencia sanitaria, resulta insensato y peligroso. Su aislamiento del mundo es incluso mayor por el hecho de que no solo bloqueó sus ojos sino que, al usar audífonos, también se sumió en lo que él desea escuchar.

Ciertamente, por lo que se comentó en redes sociales al respecto, la citada aerolínea no había hecho un requisito el uso apropiado de mascarillas para sus pasajeros, por lo que el hombre no estaba obligado a usarla, aunque el sentido común, la conciencia social y la amenaza de una enfermedad letal e infecciosa lo justificaran.

Pero justamente eso vuelve doblemente antisocial y negligente la actitud de ese pasajero: si lo que deseaba fue defender su libertad individual ante “imposiciones”, simplemente podría no haber usado la mascarilla. El ponérsela sobre los ojos fue un desplante para señalar a quienes sí las usan correctamente y expresar su atolondrado desafío, con el componente Trump añadido, de modo explícito.

Ello es un ejemplo de la tensión que en Estados Unidos se vive al respecto: el uso de mascarillas ha sido convertido por quienes las rechazan en un escenario más de las guerras culturales que se libran en Estados Unidos.

Lo curioso es que quienes se niegan a usar cubrebocas por lealtad o convencimiento hacia Trump, quien se ha negado a usarlas en público, quizá olvidan o desconocen que Trump sí las ha utilizado: el rechazo del presidente es meramente a ser captado en foto o video con ellas, por razones de su frivolidad narcisista o para crear nociones de confrontación, pero ha portado mascarillas al interactuar con personas cuando no está bajo los reflectores.

El propio Trump reveló que usó mascarilla en una visita a una fábrica de Ford hace unas semanas.”Usé una en esta área [de la fábrica] pero no quise darle a la prensa el placer de verlo”, dijo entonces el propio Trump según NBC News.

El president Donald Trump sostiene la mascarilla con  el sello presidencial que él dice haber usado durante una visita a una planta de Ford en mayo pasado. (Reuters)
El president Donald Trump sostiene la mascarilla con el sello presidencial que él dice haber usado durante una visita a una planta de Ford en mayo pasado. (Reuters)

Trump puede permitirse no usar mascarilla, lo que resulta divisivo y no está libre de riesgo de contagio, porque vive en un ambiente altamente protegido, donde se realizan pruebas de detección continuas a las personas de su entorno. Algo a lo que no tienen acceso las personas que, como carne de cañón, no usan máscara pensando que están con ello en sintonía con el presidente o preservando su libertad individual.

El presidente debería poner ejemplo, dado la enorme influencia de su investidura, y usar mascarillas en sus actividades públicas, pero él se ha empecinado en no hacerlo y con ello ha catalizado el rechazo de quienes, por convicción o engaño, creen que defienden su libertad al no portarlas y suponen erróneamentee que ello no implica riesgos.

Pero aludir a la libertad de la persona de decidir no usar cubrebocas en lugares donde, de acuerdo al dato científico, es necesario llevarlas para proteger a la persona y a la comunidad resulta un argumento equívoco: la libertad individual y el bien común han de mantener un balance, que con frecuencia resulta complejo o conflictivo, pero cuando las acciones de una persona ponen en riesgo la salud y la vida de otros, la restricción de esa libertad resulta necesaria y legítima.

Ese sería el caso del uso de mascarillas ante la pandemia, con el añadido que portarlas protege tanto a la persona que la lleva como a las demás. La “libertad de no usar” cubrebocas es, en realidad, una amenaza contra la salud y la vida propia y para la comunidad.

Algunos han utilizado el símil del conductor ebrio: una persona mayor de edad es libre de beber alcohol siempre que no afecte a terceros, pero el manejar un automóvil bajo la influencia del alcohol está prohibido, pues al hacerlo pone en peligro su vida y la de los demás.

No llevar mascarilla sería, en las actuales circunstancias, equivalente a conducir en estado de ebriedad.

Y el alto riesgo de no llevar mascarilla durante una epidemia no es un asunto conjetural, sino que estudios han mostrado que los cubrebocas en efecto ayudan a reducir el riesgo de contagio de covid-19.

Por ejemplo, una investigación publicada por los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos halló que el uso universal de mascarillas es benéfico para la comunidad ante el covid-19, que se contagia en alta proporción por personas asintomáticas.

Otro estudio, realizado de modo didáctico, ejemplifica los riesgos de infección al que se expone una persona. Rich Davis, director del laboratorio de microbiología clínica del Centro Médico Providence Sacread Heart, mostró en Twitter el nivel de riesgo y de protección, respectivamente, que una persona enfrenta al usar o no usar una mascarilla.

Davis colocó cajas petri con un medio de cultivo y procedió a cantar, hablar y toser hacia ellas, con y sin mascarilla. El resultado fue que en las cajas petri expuestas a esas acciones de Davis sin mascarilla la cantidad de bacterias, expulsadas por él al cantar, hablar y toser, que se acumularon y desarrollaron fueron enormemente más numerosas que las vinculadas a esas acciones hechas con mascarilla.

Luego, hizo algo similar colocando cajas de petri a 2, 4 y 6 pies de distancia y tosiendo hacia ellas con y sin mascarilla. La distancia y el uso de mascarilla frenaron sustancialmente la cantidad de bacterias que se acumularon.

Mientras la pandemia de covid-19 arrecia, con más de 2.5 millones de casos registrados y casi 126,000 fallecimientos en Estados Unidos, el uso de mascarillas es imperativo. Tanto para la protección de la salud individual y pública como para el sostenimiento de la economía, pues el uso de cubrebocas mitiga los riesgos cuando se interactúa con otras personas. Sin mascarillas, los esfuerzos de reapertura pueden derrumbarse y con ellos la economía podría recaer nuevamente.

Es por ello patente que el rechazo al uso de cubrebocas durante la pandemia es una actitud insensata y contraproducente para todos, y en especial para quienes deciden no usarla.

Y es posible que quienes se niegan a portar una mascarilla en plena pandemia, aludiendo a la defensa de su libertad individual, en realidad se están convirtiendo en prisioneros de intereses electoralistas y distorsiones ideológicas que los utilizan como carne de cañón con elevados riesgos de contagiarse de una enfermedad potencialmente letal.

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