La lenta e insuficiente respuesta de AMLO ante la catástrofe de Otis en Acapulco

Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, en su primer visita a Acapulco tras la catástrofe del huracán Otis | Foto: RODRIGO OROPEZA/AFP via Getty Images
Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, en su primer visita a Acapulco tras la catástrofe del huracán Otis | Foto: RODRIGO OROPEZA/AFP via Getty Images

Desde siempre, cada año, sucede la temporada de huracanes. El ciclo se repite puntual entre los meses de julio y noviembre. Entonces se activan los radares y los satélites que los detectan y dan seguimiento a su evolución. En México hace doce años funcionaban 21 radares, según el Centro Nacional de Huracanes (CNH), de Miami, con el que se coordina el Sistema Meteorológico Nacional, deberían de existir 30. Ahora solo funcionan 5 radares. La austeridad alcanzó a 16 que se descompusieron. Solo uno está en reparación.

México no tiene aviones cazahuracanes, su sistema de radares es insuficiente, es dependiente de la información que le proporcional el CNH de Miami, carece de centros de observación distribuidos en el territorio nacional, las autoridades responsables de alertar a la población no tienen autonomía y dependen de criterios políticos para iniciar protocolos preventivos, todo ello implica que cada año la Nación se enfrente a riesgos que podrían prevenirse.

Hace una semana los servicios de información meteorológica de los noticieros de televisión anunciaban que se había formado y se dirigía hacia las costas de Guerrero la tormenta tropical Otis. Dos días después, el martes 17, ya era huracán categoría 3 y aceleraba su avance hacia Acapulco. En las primeras horas del miércoles 18, Otis, categoría 5, atacó al puerto turístico con vientos sostenidos de 270 kilómetros, lo hizo por más de cinco horas.

Al pasar por Acapulco Otis dañó mil 157 kilómetros de calles y caminos y 187 de carreteras primarias y secundarias y 98 kilómetros de líneas de electricidad y telefonía. Inundó calles, arrancó techos de casas y hoteles, arrastró y sumergió automóviles, cortó comunicaciones, carreteras y accesos aéreos, cientos de embarcaciones de tamaño diverso se hundieron. Fueron afectadas 273,844 viviendas, 600 hoteles y condominios, 120 hospitales y clínicas. La fuerza de la naturaleza devastó la ciudad de 900 mil habitantes que en unas horas dejó de ser parte del paraíso.

Como si no hubiera sido suficiente el castigo, apareció con desesperación y coraje la furia social. Adelantándose al previsible abandono y escasez de lo indispensable para subsistir, miles de hombres y mujeres iniciaron el asalto a los establecimientos que ofertan víveres y bebidas. Pronto Acapulco se convirtió en un escenario de saqueo generalizado. Unos en busca de alimentos, otros llevándose todo tipo de aparatos electrodomésticos, refacciones automotrices, colchones, salas, estufas, televisiones, mesas, sillas. Todo lo que se pueda canjear por unas monedas, incluida gasolina.

Las cortinas de los establecimientos destruidas. Sin vidrios, las ventanas fueron puertas. Los carritos de autoservicio mudanzas. El gran monstruo del millón de manos arrasó con todo. Millones de pesos en mercancías que el pueblo reclamó para sí, por no haber sido avisado que la devastación de su hábitat estaba próxima. Murieron 45 personas, 47 están desaparecidas. La cifra corresponde a Acapulco. La información sobre otros municipios es poca o nula.

En unas pocas horas Otis nos recordó lo frágil que somos. Modeló el cuadro del desastre. Fue sorprendente para todos. Hasta para el que presume ser el más informado, que tiene una reunión sobre seguridad todos los días, que le habla al país sobre sus prioridades, lo que no implica que sean las prioridades del país. Como demostró su ignorancia sobre el potencial destructivo del huracán, que se aceleró para sorprender a Andrés Manuel López Obrador.

El sorprendido Andrés Manuel nos quiso sorprender cuando al día siguiente de la obra de Otis, se fue a ver el desastre por carretera. No pasó, lodo, árboles caídos, carretera destrozada lo detuvieron. Los vehículos militares fueron derrotados por una camioneta “estaquitas”. Fue rescatado por un ciudadano que iba a Acapulco en busca de los suyos. Al día siguiente el presidente nos sorprendió con su regreso para estar en su mañanera, en la que su tema prioritario fue él, también dijo que había ido a Acapulco a coordinar los trabajos.

La desgracia que hoy afecta a esa ciudad, vital para la economía del estado de Guerrero, demanda de una respuesta pronta y eficaz de todos. El fideicomiso FONDEN, que iniciaba la solución a las desgracias provocadas por la naturaleza fue desaparecido, aunque ahora dicen que tiene 15 mil millones de pesos para atender la desgracia. Probablemente sean suficientes para levantar la basura. Hará falta una cantidad mucho mayor para reconstruir Acapulco.

La sociedad civil, organizaciones no gubernamentales, voluntarios, asociaciones diversas y demás, que en otras ocasiones han rebasado al gobierno, convirtiéndose en parte central de la solución de los problemas, por ejemplo, sismos, no le gustan a López Obrador. Dice que lucran con esos sucesos y por ello, instruyó que solo el ejército y la marina distribuyan los apoyos, despensas, aguas, alimentos enlatados, artículos para limpieza y demás. Lo que se ha traducido en lentitud en la respuesta que esa ciudad requiere para atender una población que hoy carece de lo elemental.

Miles de damnificados reciben despensas con kilos de arroz, frijol lentejas, aceite, sal, azúcar, galletas y otros. Ahora les falta una olla, estufa, gas, platos, vasos, y demás, para cocinarlos y consumirlos. Como no son como los de antes, las cocinas comunitarias llegaron tres días después. La respuesta ha sido lenta porque el órgano especializado fue eliminado. Pronto entrará en operación el “Plan Billetes” para que las personas puedan retirar efectivo, en poblaciones cercanas. En Acapulco no hay nada para comprar.

La visión presidencial indica que el ejército y la marina resolverán el problema. La realidad indica que, sin la sociedad, los empresarios, los estados y municipios Acapulco y el resto de Guerrero no saldrán adelante. La bonita frase “Vamos a levantar a Acapulco en pocos meses”. No alcanza.

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