La guerra cibernética que nunca ocurrió: Obama reculó en su contraataque a Rusia

Ilustración: Yahoo News
Ilustración: Yahoo News

En el verano de 2016, a medida que se incrementaban las pruebas de la injerencia rusa en las elecciones estadounidenses, un equipo de la Casa Blanca comenzó a trabajar en un contraataque a gran escala contra los medios de comunicación rusos, la oligarquía del Kremlin y la figura de Putin. Estos planes fueron cancelados cuando la asesora de seguridad nacional del por entonces presidente Obama, Susan Rice, ordenó al personal encargado que “lo dejara”.

Los detalles del proyecto, y el debate dentro de la administración sobre el grado de agresividad con el que confrontar a Moscú, se explican en un nuevo libro Russian Roulette: The Inside Story of Putin’s War on America and the Election of Donald Trump, escrito por Michael Isikoff y David Corn, corresponsal jefe de Mother Jones en Washington.

Esta semana, Yahoo News y Mother Jones están publicando extractos del libro, que sale a la venta el martes 13 de marzo.

La contraofensiva fue idea de Michael Daniel, coordinador de seguridad informática en la Casa Blanca, y Celeste Wallander, experta principal sobre Rusia en el Consejo de Seguridad Nacional. Una de las propuestas fue dar vía libre a la NSA para organizar su propia serie de ataques informáticos a gran escala: para desmantelar sitios web creados en Rusia, como Guccifer 2.0 y DCLeaks, los que filtraron los emails y las comunicaciones robados a objetivos del Partido Demócrata; bombardear sitios rusos de noticias con una ola de flujo de tráfico automatizado y hacerlos caer por un ataque de mensajes de denegación de servicio; y lanzar un ataque a las agencias de inteligencia rusas, intentando interrumpir sus nodos de mando y control.

“Quería enviarles la señal de que no toleraríamos perturbaciones en nuestros procesos electorales”, le dijo a Isikoff y Corn. “Los rusos van a presionar tanto como puedan hasta que empecemos a retroceder”.

Wallander propuso filtrar recortes de inteligencia clasificada para revelar las cuentas bancarias secretas que tenían las hijas de Putin en Lituania, una bofetada directa al presidente ruso que de buen seguro iba a enfurecerlo. En colaboración con Victoria Nuland, secretaria de estado adjunta para asuntos europeos, Wallander redactó otras propuestas: llenar los sitios web rusos de noticas basura sobre el dinero de Putin, las novias de las autoridades rusas, y la corrupción en el partido Rusia Unida de Putin. La idea era hacerle probar a Putin un poco de su propia medicina. “No queríamos escatimar esfuerzos para que Putin se diera cuenta”, dice Nuland.

Pero la “señal” que Daniel hubiera querido nunca llegó: sus planes fueron cancelados por Rice y Lisa Monaco, la asesora de seguridad nacional del presidente, a quien le preocupaba que una posible filtración sobre el proyecto “dejara atrapado al presidente” y lo presionara a actuar. Un día a fines de agosto, de acuerdo a Isikoff y Corn, Rice llamó a Daniel a su despacho y le ordenó “dejarlo” y “parar”. La Casa Blanca no estaba preparada para respaldar ninguna de esas ideas. “No te nos adelantes”, advirtió Rice.

Daniel regresó a su despacho. “Eso es una asesora de seguridad nacional cabreada”, le dijo a uno de sus ayudantes.

El presidente ruso Vladimir Putin, los candidatos presidenciales Donald Trump y Hillary Clinton, el director de la CIA John Brennan, el presidente Barack Obama y la asesora de seguridad nacional Susan Rice (Ilustración: Yahoo News; fotos: AP (7), Getty Images).
El presidente ruso Vladimir Putin, los candidatos presidenciales Donald Trump y Hillary Clinton, el director de la CIA John Brennan, el presidente Barack Obama y la asesora de seguridad nacional Susan Rice (Ilustración: Yahoo News; fotos: AP (7), Getty Images).

En su reunión de personal matutina, Daniel le dijo a su equipo que dejara de trabajar en las opciones posibles para contrarrestar el ataque ruso: “Se nos dijo que lo dejáramos”, así recordaba la incredulidad que le produjo la decisión Daniel Prieto, uno de los principales colaboradores de Daniel. Tal y como lo vio Prieto, el presidente y sus principales ayudantes no consiguieron dinero. “Había una desconexión entre la urgencia sentida a nivel del personal” y las opiniones del presidente y de sus ayudantes principales, señaló Prieto más tarde. Cuando los funcionarios principales aseguraron que el tema sería retomado tras las elecciones, Daniel y su equipo se objetaron fuertemente. “No, cuanto más se espere, más disminuye la efectividad. Si te encuentras en medio de una pelea callejera, tienes que devolver el golpe”, observó Prieto.

La sucesión de decisiones ‒y no decisiones‒ tomadas por Obama y sus colaboradores principales en respuesta al ataque ruso han sido sujeto de intenso debate desde entonces. En medio de la “ruleta rusa”, Denis McDonough, jefe de gabinete de Obama, defiende la gestión del asunto por parte del presidente, diciendo que a Obama le preocupaba que la escalada del conflicto con los rusos podría alimentar el discurso de Trump de que las elecciones eran fraudulentas. “El objetivo primordial del presidente Obama era proteger la integridad de las elecciones”, recordaba McDonough. Obama quería asegurarse de que cualquier acción tomada no llevara a una crisis política en el país, y con Trump al acecho, el presidente temía que la posibilidad fuera grande.

Tras la orden de detenerse, según explican Isikoff y Corn, Obama y sus asesores principales decidieron adoptar un enfoque diferente, uno que frustrara las aspiraciones de los halcones del Consejo de Seguridad Nacional, quienes creían que el equipo del presidente se veía atrapado y buscando excusas para no actuar. En lugar de devolver el golpe, el presidente advertiría en privado a Putin y juraría tomar represalias de forma contundente si intervenían de cualquier modo en las elecciones. Obama llevó a cabo su amenaza en una reunión privada con Putin en el marco de la cumbre del G20 de aquel septiembre. Más tarde, el presidente informó a sus ayudantes que había entregado el mensaje que él y sus asesores habían elaborado: sabemos lo que están haciendo. Si no desisten, impondremos cuantiosas sanciones sin precedentes hasta la fecha. Un alto funcionario del gobierno de Estados Unidos que estaba presente en la reunión dijo en su momento que el presidente le dijo a Putin que, en efecto: “Si ustedes nos j*** en las elecciones, arruinaremos su economía”.

Por unos momentos, los funcionarios de la Casa Blanca creyeron que la advertencia de Obama surgió algún efecto: no vieron más evidencias de intrusiones informáticas rusas en los sistemas electorales de los Estados, pero tal y como reconocerían más tarde, en buena parte se olvidaron de la campaña rusa de guerra informativa destinada a influir en el resultado de las elecciones, los anuncios incendiarios en Facebook y los bots creados en Twitter por un ejército de trolls rusos que trabajaban en la Agencia de Investigación en Internet con sede en San Petersburgo.

El 7 de octubre de 2016, la administración Obama finalmente lo hizo público mediante una declaración oficial del director de Inteligencia Nacional y el Departamento de Seguridad Nacional que desafiaba a los rusos por sus intentos de “interferir en el proceso electoral de Estados Unidos”, diciendo que “estas actividades solo podían ser autorizadas por los más altos funcionarios rusos”. Aunque para algunos dentro de la campaña de Hillary Clinton y de la Casa Blanca en sí, era demasiado poco, demasiado tarde. Wallander, la experta sobre Rusia del Consejo de Seguridad Nacional que presionó para lograr una respuesta más agresiva, creía la que la declaración del 7 de octubre era irrelevante en su conjunto. “A los rusos no les importa lo que decimos”, señaló más tarde, “Les preocupa lo que hacemos”. El mismo día que salió la declaración, WikiLeaks comenzó su serie de publicaciones con decenas de miles de emails que hackers rusos habían robado a John Podesta, director ejecutivo de la campaña de Clinton.

Cerca de dos meses después de las elecciones, Obama impuso sanciones a Moscú por su intromisión en las elecciones. Se desmantelaron dos instalaciones en Estados Unidos sospechosas de ser usadas para operaciones de inteligencia y 35 diplomáticos rusos y espías fueron expulsados. El impacto de estas medidas fue cuestionable. Rice llegó a creer que era razonable que la administración hubiera ido más lejos. Tal y como se lamentaba un alto funcionario: “Quizás deberíamos haberles dado más duro”.

Jerry Adler