La excepción venezolana en el credo aislacionista de Trump

POR JOAQUIM UTSET-. En diciembre de 2016, en su primer gran discurso sobre seguridad nacional tras su inesperado triunfo en las urnas, el entonces presidente electo Donald Trump despejó cualquier duda sobre qué iba a guiar su política exterior. No solo se había acabado eso de que Estados Unidos fuera el policía de mantener el orden global, sino su papel de misionero de la democracia y los derechos humanos que, mal que bien, había adoptado desde la época de Jimmy Carter.

No vamos a correr a tumbar regímenes extranjeros de los que no sabemos nada, con los cuales no tendríamos que estar involucrados”, dijo el magnate en el acto celebrado cerca de Fort Bragg, en Carolina del Norte, donde declaró para todos los efectos que la era de “las intervenciones y el caos” había llegado a su fin.

Donald Trump ha usado a Venezuela también como un arma política: “La base de los demócratas ha girado tanto a la izquierda que acabaremos siendo como Venezuela”, dijo poco antes de las elecciones de medio término en EEUU. (Saul Loeb/AFP/Getty Images)
Donald Trump ha usado a Venezuela también como un arma política: “La base de los demócratas ha girado tanto a la izquierda que acabaremos siendo como Venezuela”, dijo poco antes de las elecciones de medio término en EEUU. (Saul Loeb/AFP/Getty Images)

Era algo que ya había reiterado a lo largo de la campaña, en la que expresó su admiración por hombres fuertes como Vladimir Putin y su desprecio por el llamado nation-building. “Tratamos de decirle a la gente que tiene dictadores o cosas peores por siglos cómo gestionar sus propios países”, se lamentó en una entrevista con The Guardian, consciente -como su predecesor Barack Obama, por cierto- del hartazgo del país con aventuras como la de Irak.

Anomalías

Un poco más de tres años después, el mismo mandatario acaba de sumergirse hasta la cintura en el conflicto interno de otro país con su decisión de reconocer a Juan Guaidó como el legítimo presidente de Venezuela, lo que significa respaldar el derrocamiento de Nicolás Maduro y abrir un nuevo capítulo en el drama del país suramericano que lo pone más cerca que nunca de una guerra civil abierta con dos presidentes disputándose el poder. Suerte que era el fin de “las intervenciones y el caos” en tierras foráneas.

Así, en un lado del mundo, la administración estadounidense reduce a marchas forzadas su presencia militar y apuesta porque cada cual se ocupe de sus problemas, bajo la premisa de que un dictador amigo es mejor que un demócrata enemigo, mientras que en la otra punta lanza duras declaraciones en nombre de los derechos humanos y hace ruidos de sable en defensa de la democracia, como en los mejores tiempos de los neocons de su detestado George W. Bush. Es la excepción venezolana, para suerte de los venezolanos.

Donald Trump, der, bromea con su asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, en su reciente visita a Irak. (Photo: Andrew Harnik/AP)
Donald Trump, der, bromea con su asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, en su reciente visita a Irak. (Photo: Andrew Harnik/AP)

Porque sin Estados Unidos o con unos Estados Unidos apáticos, por mucho viraje a la derecha en Latinoamérica, es difícil pensar que el resto de los países de la región y Canadá coordinaran esta maniobra que ha puesto al régimen chavista contra las cuerdas.

Venezuela, junto a Irán, fue una excepción en el credo aislacionista desde el principio de este gobierno, cuando Trump habló sin tapujos de la “opción militar” y representantes de su administración –según el New York Times– mantuvieron contactos con militares rebeldes dispuestos a dar un golpe, que nunca se concretó.

Ante la Asamblea General de la ONU, había insistido Trump, “todas las opciones están sobre la mesa”.

Sus palabras despertaron fantasmas del desastroso intento de golpe de 2002, que acabó apuntalando a un Hugo Chávez aún extremadamente popular. Pero estos son ya otros tiempos.

El teniente coronel ya es solo un lejano recuerdo, su régimen ha agotado el crédito político internacional tanto como el financiero y los 3 millones de refugiados han convertido una crisis interna en una regional. Ni siquiera los antiguos aliados de Caracas, como Cuba, parecen aportar solidez ahora que el grifo petrolero va secándose. A eso hay que agregar las sanciones económicas impuestas por Washington, iniciadas por Obama pero endurecidas por Trump, que han cortado el acceso a financiación internacional.

Una bandera de Venezuela durante una manifestación de la oposición en Caracas, el 23 de enero de 2019 (AFP | Federico PARRA)
Una bandera de Venezuela durante una manifestación de la oposición en Caracas, el 23 de enero de 2019 (AFP | Federico PARRA)

Un gobierno, dos políticas

El doble discurso de la administración conservadora quedó patente en las intervenciones paralelas del secretario de Estado, Mike Pompeo, y el asesor de seguridad nacional, John Bolton, en las cuales expresaron la visión para Oriente Medio y Latinoamérica, respectivamente.

Pompeo les dejó claro en Cairo a los autócratas de la región que no tenían nada que temer de Washington, como se demostró en el caso de Arabia Saudí, por asuntos como la democracia o los derechos humanos. En contraste, Bolton echó mano en su discurso en Miami a un antiguo recurso de pasados manuales de oratoria para hablar de la necesidad de enfrentar la “troika de tiranías” en nombre del “estado de derecho, la libertad y la decencia humana básica”.

Las palabras del bigotudo conservador son la excepción, de todas formas. Trump en el fondo ha suscrito esa “retirada” internacional de la que se acusó a Obama, con la diferencia de que el anterior presidente apostaba por la paciencia y el soft power para ir moldeando la orbe, y el actual apuesta por parapetarse detrás del muro, del que salir con fuerza solo en contadas ocasiones.

¿Acaso en otras circunstancias, igual que elogió el temple de Muamar Gadaffi o Sadam Hussein, Trump no habría hecho los mismo con Fidel Castro o el mismísimo Chávez? No sería de extrañar.

¿Por qué la agresividad en el caso venezolano? Pueden ser los vestigios ideológicos de la Guerra Fría que hombres como Bolton lucharon, el interés electoral en el voto conservador del sur de la Florida o un genuino desprecio por el socialismo bolivariano.

Sea lo que sea, benditas las excepciones si sacan a la castigada sociedad venezolana del pozo sin fondo en el que lleva años atrapada.