La escultora que realizó máscaras para el rostro desfigurado de los soldados de la Primera Guerra Mundial

Anna Coleman  dando los últimos retoques a la máscara protésica de un soldado con el rostro desfigurado tras la IGM (imágenes vía Library of Congress)
Anna Coleman dando los últimos retoques a la máscara protésica de un soldado con el rostro desfigurado tras la IGM (imágenes vía Library of Congress)

En 1917, tras la entrada de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, el doctor Maynard Ladd fue enviado a Francia como responsable de la Oficina de Niños de la Cruz Roja Americana. Iba acompañado de su esposa Anna Coleman Watts, una escultora de gran talento y cierta fama que, en su país de origen, era frecuentemente citada en la prensa al ser asidua a las reuniones sociales.

Pero, lejos de esa inmerecida y algo frívola fama de personaje de la ‘beautiful people’, Anna Coleman era una persona con una gran conciencia social y múltiples eran las ocasiones en las que se volcó para ayudar a los más necesitados.

El viaje a Francia acompañando a su esposo fue un claro ejemplo, ya que se dedicó de forma entregada y totalmente altruista a realizar máscaras para los declarados como ‘mutilado de la cara’. Soldados que, debido a la guerra, habían quedado con el rostro desfigurado.

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Hoy en día conocemos su trabajo gracias a numerosos artículos y libros que la mencionan (normalmente como Anna Coleman Ladd), pero hace un siglo, a pesar de la labor humanista desarrollada, cuando se referían a ella en la prensa y escritos lo hacían como ‘la señora de Maynard Ladd’ (nombre y apellido de su esposo).

Anna Coleman nació en Filadelfia en 1878 y siendo una niña se mudó con su familia a Europa, donde vivió y estudió escultura en Roma y París. El 1905, recién cumplidos los 27 años de edad, regresó a Estados Unidos donde inició su carrera profesional como escultora en Boston y ese mismo año contrajo matrimonio con el doctor Maynard Ladd.

A lo largo de una década logró hacerse un hueco dentro del exclusivo mundo del arte y aunque varias fueron las galerías en las que estuvieron expuestas sus trabajos, convirtiéndose en una prometedora escultora, seguía siendo nombrada como ‘señora de Maynard Ladd’ en lugar de su verdadero nombre. Aunque esto no es algo que pareció importarle demasiado debido a que ella misma, durante los años que pasó en Francia a partir de 1917, escribió varias cartas a médicos y hospitales galos ofreciendo su servicio de escultora de máscaras y lo hizo como ‘madame Maynard Ladd’.

Dos de los muchos soldados desfigurados atendidos por Anna Coleman y a la derecha la carta que hizo llegar a hospitales y médicos franceses ofreciendo sus servicios, donde se presentaba como la ‘señora Maynard Ladd’ (imágenes vía Library of Congress)
Dos de los muchos soldados desfigurados atendidos por Anna Coleman y a la derecha la carta que hizo llegar a hospitales y médicos franceses ofreciendo sus servicios, donde se presentaba como la ‘señora Maynard Ladd’ (imágenes vía Library of Congress)

El mencionado servicio de escultora de máscaras fue una idea que aprendió y copió del célebre escultor Francis Derwent Wood, tras la llegada de Anna Coleman a París. Este artista inglés había fundado en Londres, tras el inicio de la IGM, la ‘Tin Noses Shop’ con la que realizaba, inicialmente, prótesis para los soldados del ejército británico que a causa de las heridas habían perdido la nariz.

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Posteriormente Derwent se especializó en realizar máscaras, de estaño o cobre galvanizado, y se trasladó durante un tiempo a la capital francesa donde compartió sus conocimientos. Allí conoció a Anna Coleman, quien rápidamente perfeccionó la técnica del artista inglés y abrió el ‘Studio for Portrait Masks’ con el apoyo económico de la Cruz Roja Americana.

Y como suele ocurrir en numerosas ocasiones, la ‘alumna superó al maestro’, convirtiéndose las máscaras que realizaba Anna Coleman en pequeñas obras de arte con unos acabados perfectos. Esto le proporcionó una gran fama e hizo que centenares fuesen los soldados, con alguna mutilación facial, que se acercaran hasta su estudio parisino con el fin de conseguir que la artista les realizara la prótesis adecuada para sus desfigurados rostros.

Máscaras y prótesis realizadas por Anna Coleman (imágenes vía Library of Congress)
Máscaras y prótesis realizadas por Anna Coleman (imágenes vía Library of Congress)

El problema radicó en que la confección de cada máscara requería un laborioso trabajo de varias semanas: realizar el molde en yeso o arcilla del rostro desfigurado y de ahí ir realizando la pieza con una finísima placa de cobre galvanizado que había que irle dando forma de manera minuciosa y finalmente, tras múltiples pruebas con el paciente (en el que éste debía acudir al estudio) se procedía a pintar de un color exacto al resto de la piel.

El porcentaje de soldados desfigurados que pudo atender fue ínfimo en comparación a los miles de mutilados faciales que la IGM provocó. A pesar de ello, el trabajo y dedicación de Anna Coleman fue reconocido internacionalmente, incluso por el gobierno francés que le concedió Croix de Chevalier de la Legión de Honor.

El trabajo realizado tanto por Anna Coleman como por Francis Derwent Wood sirvió para poner los cimientos de la actual ‘anaplastología’, una profesión a medio camino entre el arte y la ciencia en la que se están realizando prótesis (faciales y para otras zonas de la anatomía) que son verdaderas obras de arte, aunque hoy en día son confeccionas con materiales como el látex o la silicona y en el que la introducción de las impresoras 3D han sido de gran ayuda.

Fuentes de consulta e imágenes: smithsonianmag / Library of Congress / franciscojaviertostado / ‘American Women In World War I’ de Lettie Gavin / mujeresenlahistoria / bbc / americanhistory

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