El kitesurf le cambió la vida a un niño wayú, y a su comunidad en Colombia

Beto Gómez es el único kitesurfista wayú profesional del mundo. (Federico Rios/The New York Times)
Beto Gómez es el único kitesurfista wayú profesional del mundo. (Federico Rios/The New York Times)

Vinieron de todas partes del mundo a esta zona remota de la costa caribeña de Colombia. Dos llegaron desde India. Dos viajaron desde Suiza. Uno desde Países Bajos. Otro desde Seattle. Todos querían aprender de Beto Gómez, un kitesurfista profesional, en el lugar donde aprendió por primera vez a practicar ese deporte.

La península de La Guajira es ideal para el kitesurfing. En el cabo de La Vela, la localidad donde nació Gómez, con casi 1000 residentes y terreno desértico, la temporada de vientos dura nueve meses y las olas son planas.

Es por eso que durante cinco días de este año, varios kitesurfistas aficionados —atraídos por las redes sociales de Gómez y las competiciones transmitidas en línea— viajaron a esa zona para recibir sus clases.

“En India, lo apoyamos mucho”, dijo Shyam Rao, de 33 años, quien viajó con su esposa.

El kitesurfing, que utiliza una cometa de tracción para impulsar a una persona por el agua y el aire, no es nativo de esta parte del mundo o de los wayú, la comunidad indígena más numerosa de Colombia, la cual gobierna la región.

El deporte llegó al cabo de La Vela hace casi dos décadas gracias a visitantes extranjeros, o arijuna, un término en la lengua indígena wayú que también se refiere a colombianos que no pertenecen a la etnia.

Gómez con su madre, Margarita Epieyu, en su casa en un remoto tramo de la costa caribeña de Colombia. (Federico Rios/The New York Times)
Gómez con su madre, Margarita Epieyu, en su casa en un remoto tramo de la costa caribeña de Colombia. (Federico Rios/The New York Times)

No todos en la comunidad, cuyos líderes han luchado para preservar sus tierras y tradiciones, han aceptado con los brazos abiertos a un deporte que ha traído crecimiento y cambio. Pero el kitesurf ha convertido al cabo de La Vela en un destino cada vez más popular. La familia de Gómez encontró una fuente de ingresos más allá de la pesca habitual o la elaboración de artesanía en una de las regiones más pobres y con mayores niveles de desnutrición de Colombia. Y Gómez, de 24 años, se ganó un boleto de salida, al convertirse en el único kitesurfista profesional wayú del mundo.

“El kite has sido una bendición para nosotros porque abrió la puerta a nuestro pueblo; me permitió salir y viajar por todo el mundo”, dijo Gómez, en la escuela de kitesurf de la cual es propietario junto a su hermano mayor. “Y yo quiero que otros hagan lo mismo”.

Gómez tenía 7 años la primera vez que vio a alguien practicar kitesurf. Observó con asombro cómo los kitesurfistas visitantes se elevaban por el aire.

“Teníamos esa emoción en decir, ‘Uy, llegó algo nuevo y vamos a aprenderlo’”, contó. Pero se convenció de “que nunca lo íbamos a aprender porque no era para nosotros”.

En ese entonces, el cabo de La Vela era mucho más pequeño, explicó Margarita Epieyu, madre de Gómez, y estaba conformada por unas seis familias extendidas, que es la forma en que están organizadas las comunidades wayú.

Los autobuses turísticos solían llegar cada dos meses, solo para viajes rápidos a la playa, afirmó Gómez.

Para sobrevivir, su padre repartía agua, su madre vendía bolsos y hamacas tradicionales wayú y Gómez vendía pulseras. Su familia solía comer una vez al día, normalmente pescado donado por los pescadores de la comunidad.

“No había turismo”, afirmó Epieyu, de 49 años, “entonces aquí no había trabajo”.

Pero eso comenzó a cambiar en 2009, cuando Martín Vega, un instructor colombiano de kitesurf, llevó a estudiantes de una escuela de kitesurf cerca de Barranquilla. “El viento era perfecto”, dijo.

Vega, junto con un amigo, decidieron quedarse poco después; crearon la primera escuela de kitesurf de la localidad en unos terrenos propiedad de un residente wayú local.

Dijo que, un día, un chico intrigado por los kitesurfistas visitantes corrió detrás de su auto. Era el hermano mayor de Gómez, Nelson, quien ya ganaba propinas por ayudar a los turistas y ya había aprendido los conceptos básicos de navegación en el agua.

Vega conoció poco después a Beto Gómez, que en ese entonces tenía 10 años. Bajo la tutela de Vega y con el permiso de su madre, los niños practicaban después del colegio y durante los fines de semana, siempre y cuando hicieran sus tareas y obligaciones.

“Como unos pescados”, dijo Nelson Gómez, de 25 años. “Podíamos entrar a las 9 de la mañana y salir a las 6 de la tarde”.

“La idea era que que los locales nos ayudaran y que vinieran y que aprendieran, y pues eso pasó”, añadió Vega, de 41 años.

Nelson Gómez era un talento natural, pero su carrera competitiva terminó cuando se lesionó gravemente la pierna en 2017, mientras entrenaba en Brasil. Beto Gómez, sin embargo, desarrolló sus habilidades. A los 13 años, terminó en segundo lugar en su primera competición, un torneo regional a unas tres horas de su aldea.

“Esa fue mi primera conexión con el mundo, con la ciudad, con las escaleras eléctricas, con ascensores, los semáforos”, contó Gómez, quien aprendió inglés de los turistas.

Tres años después, Gómez ganó su primera competición, y en 2017, con la ayuda de donaciones, salió de Colombia por primera vez para competir en República Dominicana.

Gómez dijo que, cada vez que salía, la autoridad wayú, el grupo de ancianos que dirigen el cabo de La Vela, tenía que concederle permiso, porque la regla era que “no podemos entrar en contacto con el mundo exterior”.

Pero cuando tenía 18 años y competía en Brasil, los ancianos wayú le negaron su solicitud de quedarse y trabajar allá como instructor de kitesurf. De todos modos, Gómez lo hizo.

Como castigo, Gómez afirmó dijo que le dijeron que se mantuviera alejado durante dos años.

Su madre, que se había casado joven y luego se divorció del padre de Gómez, afirmó que defendió a su hijo y alentó a sus hijos a que buscaran “las oportunidades que yo no tenía”.

Según Gómez, su madre “siempre quiso que nosotros siguiéramos nuestros sueños y fuéramos y viviéramos afuera”. También los exhortó a que fueran a la universidad y salieran con personas que no fueran wayú.

Gómez siguió su consejo. En 2020, se mudó a Argentina tras participar en una competición allí y enamorarse de una mujer de ese país. En marzo pasado, su madre, que nunca antes había viajado en avión, despegó junto a él desde Bogotá para visitar su hogar en Argentina.

A medida que el kitesurf se fue haciendo más popular en el cabo de La Vela, llegaron más turistas, hostales y dinero. Algunos wayú han recibido con los brazos abiertos los cambios, pero otros son cautelosos.

“El impacto negativo en el Cabo ha sido muy mínimo”, aseguró Edwin Salgado, de 29 años, quien es dueño de una escuela de kitesurf. “No es como un turismo tan masivo, y se sigue sintiendo y se representa la cultura wayú”.

Epieyu, que cada mes recibe dinero de las ganancias profesionales de su hijo, dijo que 7 de sus 10 hijos ahora practican kitesurf.

“Aunque la gente no quiera, el kite sí ha cambiado el cabo”, dijo.

Sin embargo, algunos residentes afirmaron que la mayor cantidad de visitantes se ha traducido en más alcohol, drogas, fiestas e influencia externa.

La comunidad wayú considera al cabo de La Vela como una tierra sagrada porque, según sus creencias, las almas van a descansar allí y si permiten la invasión de personas externas, “como que nos vamos a quedar sin territorio”, dijo Elba Gómez, de 73 años, la tía paterna de Beto que forma parte de la autoridad wayú.

Citando “desorden” y personas “no amigables con el territorio y la cultura”, la autoridad wayú, a través de una medida enérgica en 2018, desalojó a dueños extranjeros de negocios porque creía que esos negocios debían ser operados por miembros de la comunidad wayú.

Vega era uno de los dos dueños foráneos de escuelas de kitesurf. (Hoy en día quedan cuatro escuelas). Le vendió la escuela a los hermanos Gómez, y junto a su esposa se mudó a Riohacha, una localidad ubicada a tres horas de allí. Afirmó que, una vez que se mudó, fue fácil criar a su primer hijo y fundar una nueva escuela cerca.

“Yo respeto obviamente la comunidad, sus costumbres y sus reglas”, afirmó Gómez. “Va a cambiar en algún momento la cosa y yo quiero ser parte del proceso, porque a mi me cambió la vida”.

Cada invierno, Gómez regresa a su casa del cabo de La Vela para visitar a su familia, regalarles a los niños locales lecciones gratis de kitesurf y organizar un campamento pago.

Para los invitados que pagan, la madre de Gómez recientemente preparó una cena que consistió en chivo a la parrilla y arepas.

La familia vistió prendas tradicionales, Gómez y sus hermanas realizaron un baile alrededor de una fogata y explicaron su cultura y lengua. Ya sea que esté en Argentina o compitiendo alrededor del mundo, Gómez dijo que siempre pregonará sus raíces wayú.

“Yo quiero promocionar un poquito más el cabo para que vengan y nos visiten y disfruten nuestra cultura”, dijo, “no para cambiarnos y hacer lo que siempre hacen en todos lados, colonizar”.


James Wagner
cubre temas de América Latina, incluidos los deportes, y reside en Ciudad de México. Es nicaragüense-estadounidense del área de Washington y su lengua materna es el español. Más de James Wagner

c. 2024 The New York Times Company