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Kenya Cuevas, la mujer trans que surgió de sus cenizas para convertirse en activista

Por Yolanda Salgado Oliva

La Casa de muñecas Tiresias es la organización que Kenya Cuevas dirige, tiene sede en 7 estados y dos casas hogares que atienden a mujeres trans que han sido víctimas de abusos, violencia y discriminación.

El aire que Kenya transmite es de gratitud, la violencia vivida a lo largo de su vida ya no es una marca “yo ya no estoy resentida ni dolida, he perdonado así como pedí perdón, y esa paz es lo que ahora más valoro”. La muerte ha sido una constante y ha detonado los cambios de rumbo en su vida. Rescata cuerpos de mujeres trans y ha tomado la representación legal de algunos casos, buscando que no queden impunes.

Al cuidado de su abuelita

Kenya, nació en 1973, es la menor de 7 hermanos, uno alcohólico y otro consumidor de drogas que violentaban a los más chicos. “Vivíamos todos en un cuarto de lámina en la colonia Moctezuma, con mi abuelita porque mi mamá vivía en Estados Unidos”.

Con su abuelita enferma del corazón, una de sus hermanas y su hijo con cáncer, “a veces, los tres estaban en el hospital y nos turnábamos mi cuñada, mi hermana y yo. Yo me iba con mi abuelita y les decía: soy su única nieta, en ese entonces nieto. Y me firmaban la autorización para cuidarla, la trabajadora social pedía que me dejaran una charola, así que comía con ella, me quedaba debajo de su cama. La pasábamos platicando, me decía que me cuidara mucho, que era muy inteligente, que cuidara a mi hermano Beto”.

Kenia Cuevas, junto a Cassandra Huaso, trabajadoras sexuales transgénero, durante una conferencia de prensa para relatar los asesinatos de dos de sus compañeras y exigir a la procuradurí­a capitalina que esclarezca los casos. Foto: Diego Simón Sánchez/cuartoscuro.com
Kenia Cuevas, junto a Cassandra Huaso, trabajadoras sexuales transgénero, durante una conferencia de prensa para relatar los asesinatos de dos de sus compañeras y exigir a la procuradurí­a capitalina que esclarezca los casos. Foto: Diego Simón Sánchez/cuartoscuro.com

El mismo año murieron los tres, al ya no contar con su abuelita, Kenya decide huir de su casa y de la violencia. Esa primera noche en la esquina de Balderas y Juárez, en la zona centro de la Ciudad de México, conoce a Alejandra, una mujer trans que le impacta , por lo que le pregunta ¿cómo puede ser como ella?

“Me dijo: ponte a trabajar, háblale a los carros, te van a llevar al hotel, haz todo lo que te digan y te dan tu dinero”.

A su primer cliente le contó que se había salido de su casa, que se lo llevara con él, pero le dijo que no podía, que le ayudaría dejándole el “hotel pagado por una semana y un dinerito para que comas”, Kenya tenía 9 años.

“Me quedé dormido y cuando me sacaron del cuarto porque lo iban a limpiar conocí a otras mujeres trans. Me llevaron al centro a comprar ropa, me maquillaron, me pusieron peluca y aretes, me depilaron la ceja y me ardía horrible”.

Cuando me vi en el espejo me gustó, dije esta soy yo, y le daba un aire a mi mamá, me acuerdo que de joven era muy guapa y ver que le daba un aire a ella me hizo sentir: yo soy guapa también.

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La vida de servidora sexual

Yo lo vi como dinero, nunca dije “pobrecita de mí, me están abusando” a mí todo me sorprendía, porque yo quería ser como ellas y empecé a entender que esa era la vida de una mujer trans, todas ejercían el trabajo sexual y hasta venían de las estéticas los fines de semana y nos decían “ay ‘mana’, me dejan parar un rato”.

En ese entonces, había muchos operativos, era una falta administrativa andar vestida de mujer en la calle. De ahí te mandaban al ‘Torito ’y así como llegabas te rapaban y te ponían chapopote en las nalgas. Yo era cliente.

Y eso era con las autoridades, pero entre las ‘jotas’ también, te tenías que aventar ‘un tiro’ para ver si te podías quedar a trabajar, otras te decían, “me gustaron tus aretes” y te los arrancaban o tu peluca, o si ya traían pleito entre 5 o 6 te ‘abarataban’ (golpeaban).

Antes en el trabajo sexual había elegancia, cada día tenías que preparar tu ajuar, tu vestido, con qué accesorios lo ibas a combinar. Al principio, me fue muy bien, empecé a hormonizarme pero lo primero que conocí fueron las drogas. El mismo cliente te decía “¿le metes?” pues vámonos al hotel a encerrarnos y vete a comprar.

Me clavé tanto que ya no me preocupé en pagar el hotel y llegué a situación de calle, viví en la Alameda, me llevaron a casas hogar a fuerza porque era menor de edad. Con estas lluvias me acuerdo, a veces con el cansancio ya no me quedaba otra que dormir y me metía en los huecos de las bancas de Garibaldi.

Kenya Cuevas, activista por los Derechos humanos y fundadora de la Casa Hogar
Kenya Cuevas, activista por los Derechos humanos y fundadora de la Casa Hogar "Casa de las Muñecas Tiresias", durante la marcha 43 LGBGTTTI+. Foto: Graciela López/Cuartoscuro.com

Ir a prisión

Fue en un operativo, cuando estaba comprando droga que la detuvieron y la culparon de posesión, distribución y venta “sin abogado, sin redes, nadie sabía que yo estaba allá, me dieron 24 años de sentencia”.

“Fui la primera mujer trans que se reveló y le pegó a un custodio. Y defendía a otras mujeres trans, la mayoría no teníamos papeles ni familia que nos visitara. En Santa Martha estábamos con los hombres pero si tenías una pareja podías pedir permiso para mudarte a su estancia y vivir juntos”. Así conoció a su pareja con la que duró 15 años, hasta que falleció.

Dejar las drogas

A la mitad de los años que estuve presa (2005) dejé las drogas porque empecé a cuidar a los enfermos de VIH, hacía pruebas y repartía condones. De un día a otro dije ‘ya estuvo’, aunque seguí consumiendo marihuana muchos años. Ahora, puro cigarrito y café.

En 2009, que llegaron las organizaciones civiles, me pegué con ellas y me empecé a preparar. Logré probar mi inocencia para salir a los 10 años, 8 meses después.

2010 sale de la cárcel

Al salir era el terror de la comunidad, se acordaban de mí que era la drogadicta que si les pedía dinero y no me daban, las cacheteaba. Empecé a transformar el miedo que me tenía toda una comunidad en respeto.

Mis compañeras trabajadoras sexuales se estaban muriendo de VIH, no había ningún proceso de acompañamiento. Y pensé: si yo conozco a la doctora, que mínimo nos de la cita.

Empecé a hacer cosas sin saber que las estaba haciendo, no pensaba en abrir una organización ni nada. Me había conformado con mis limitantes sociales, mis vulnerabilidades, tener que ‘talonearle’ en el trabajo sexual los fines de semana.

Como ya no me drogaba, me rendía el dinero, me podía quedar en mi casa cuidando a mis perros y mis plantas, mis pescados. Vivía bien, empecé a tener una relación con mi familia, después de no verlos por más de 25 años.

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Sin saber leer ni escribir

De niña fui a primero o segundo grado, conocí las vocales pero no aprendí a leer ni escribir. Fue cuando mataron a Paola que me puse a estudiar para que ya no me hicieran pendeja. En los trámites del caso les decía: “No firmo hasta que lo lea”. Me llevaba el documento y le pedía a la gente que me lo leyera y se me quedaban viendo y me decían ¿cómo que no sabes leer?

Empecé a aprender con el teléfono, preguntando “¿qué dice aquí?” Memorizaba y luego empecé a conjugar, con la ortografía me ha ayudado mucha gente. Ya terminé la Secundaria en el INEA (Instituto Nacional para la Educación de los Adultos).

30 de septiembre 2016

Esa noche, empezaría una jornada para Kenya que no ha parado hasta ahora. Vio cómo un cliente le disparó a su amiga, Paola Buenrostro, que las autoridades dejaron libre al agresor, y ni siquiera la tomaron como testigo en la audiencia. Protestó con el ataúd en Insurgentes, publicó el video del crimen en medios e inició el proceso para obtener la representación del caso hasta lograr que se girara una orden de reaprehensión, que aún no se ha ejecutado.

A partir de ahí ha rescatado los cuerpos de muchas mujeres trans, “era funeral tras funeral. Al principio, yo sola las velaba, tronándome los dedos porque no me alcanzaba para pagar. Creo que después del séptimo funeral ya nada más aviso y la gente llega con pan, café, flores, veladoras y dinero que juntan”.

Ernestina Godoy, fiscal de la República, ofrecIó una disculpa pública a la activista Kenya Cuevas en honor a Paola Buenrosotro, ví­ctima de transfeminicidio ocurrido hace cinco años y todas las personas que han sido víctimas de transfeminicidios. Foto: Graciela López/cuartoscuro.com
Ernestina Godoy, fiscal de la República, ofrecIó una disculpa pública a la activista Kenya Cuevas en honor a Paola Buenrosotro, ví­ctima de transfeminicidio ocurrido hace cinco años y todas las personas que han sido víctimas de transfeminicidios. Foto: Graciela López/cuartoscuro.com

¿Qué sientes ahora con lo que has logrado?

Me siento muy tranquila, soy una mujer realizada que cree en sus convicciones. No cambiaría nada de mi pasado, tal y como lo viví así lo volvería a vivir porque es lo que me ha llevado a ser lo que hoy soy.

Otro albergue y una tumba

Kenya ahora tiene una pareja con la que va a cumplir un año viviendo juntos. Su mamá sigue viviendo ilegal en Estados Unidos pero habla con ella a diario. Desde hace 11 años, se hace cargo de su hermano Beto que está en tratamiento psiquiátrico por su adicción a las drogas.

Kenya trabaja en Pilares CDMX y con su sueldo abrió los dos albergues hasta conseguir financiamiento en enero de 2021. Este 2022, abrirá el tercero en Apaxco, Estado de México. También está en proceso la creación de una tumba-monumento en San Lorenzo Tezonco para todas estas mujeres trans.

“Estoy contenta con la vida ya me puedo morir tranquila, sé que no vivo en pecado, muchos años lo creí, ahora nada me agobia. La muerte me ha enseñado a vivir, no me da miedo. Lo importante es que estoy dejando huella en este mundo”.

“Mi mayor venganza va a ser que todos seamos felices”.

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