La mujer negra que envió al hombre blanco al espacio

Katherine Johnson lo contaba todo: sus pasos, los escalones de la iglesia, el número de platos y cubiertos que fregaba, todo. Esa pasión por los números pudo haberse desvanecido como una memoria de la infancia. Pero su padre insistió en que debía continuar sus estudios. Una niña negra estadounidense necesitaba una férrea determinación para ascender por encima de los límites impuestos por la segregación racial.

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Katherine Johnson en 1971, dos años después de haber contribuido a una de las grandes hazañas del programa espacial estadounidense (NASA)

Johnson nació en 1918 en White Sulfur Springs, un poblado de menos de 1.000 habitantes en Virginia Occidental. Joshua, su padre, no dudó en mudar a su familia a 200 kilómetros para que sus hijos pudieran asistir al Instituto. El joven agricultor, que no había terminado el sexto grado, creía en la importancia de la educación y en la igualdad de oportunidades para todos sin importar el color de la piel. En aquella época los colegios para negros normalmente solo ofrecían clases hasta octavo grado.

Pronto los profesores descubrieron el talento extraordinario de Johnson para las matemáticas. Uno de ellos, el reconocido matemático afronorteamericano William W. Schieffelin Claytor, le sugirió que se dedicara a la investigación en ese campo. Ella no sabía exactamente en qué consistiría esa carrera o si encontraría un empleo. Sin embargo, su camino ya estaba trazado.

A los 18 años obtuvo su licenciatura con honores en matemática y francés en el West Virginia State College. Ese diploma le facilitó un contrato como profesora. Nada más. Y así transcurrió la vida durante casi dos décadas, entre el matrimonio, la familia, las clases… Hasta un día, durante las vacaciones de 1952, Johnson se enteró de que el Comité Consejero Nacional para la Aeronáutica (NACA, antecesor de la agencia aeroespacial NASA) buscaba “mujeres computadoras”, como las llamaban entonces. El destino la hacía una señal.

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Al principio de su carrera Johnson realizaba los cálculos que años después se asignarían a máquinas computadoras (NASA)

La mujer que hacía preguntas

Johnson entró en el equipo de mujeres negras que trabajaban como “computadoras humanas”. Apartadas de sus colegas blancas, estas expertas en cálculos debían usar baños separados, sentarse en mesas diferentes en la cafetería y descansar no en un dormitorio, sino buscar alojamiento en las afueras de las instalaciones del NACA en Hampton, Virginia.

La talentosa matemática se distinguió rápidamente de sus compañeras por una costumbre inhabitual: hacer preguntas. Su interés por ir más allá de las tareas asignadas sorprendió a los ingenieros, que la incorporaron como la única mujer en el programa más tarde conocido como Space Task Force. La misión de este equipo era enviar a un estadounidense al espacio. La carrera contra la Unión Soviética obligaba.

Los cálculos manuales de Johnson sustentaron la trayectoria de Alan Shepard, el primer norteamericano en viajar al espacio exterior, en 1961. Un año después, cuando el astronauta John Glenn se preparaba para orbitar la Tierra, este pidió a la experta que comprobara la exactitud de los cálculos realizados por las primeras máquinas computadoras usadas por la NASA.

El 20 de julio de 1969, cuando Neil Amstrong se convirtió en el primer ser humano en pisar la superficie de la Luna, Johnson observaba la hazaña por la televisión. Nerviosa, pero segura de la exactitud de sus cálculos. Detrás del “gran salto para la humanidad”, el trabajo riguroso de una discreta mujer negra. Un año después ayudó a traer de vuelta a los tripulantes de la abortada misión Apolo 13.

Durante 33 años la apasionada de los números asistió feliz a su puesto en la NASA. En 2015, Barack Obama la reconoció con la Medalla Presidencial de la Libertad, el mayor honor que concede Estados Unidos a los civiles.

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Johnson ha dedicado su vida a estimular a otros que como ella sueñan con una carrera en el mundo de las ciencias (NASA)

Una carrera inspiradora

La vida de Katherine Johnson, que será adaptada al cine por la película Hidden Figures (estreno en enero de 2017), debería inspirar a millones de mujeres dentro y fuera de Estados Unidos. Ella no solo superó los obstáculos impuestos por el racismo, sino también el menosprecio a las capacidades femeninas en un campo del conocimiento tradicionalmente reservado a los hombres.

Las estadounidenses ocupan menos de un tercio de los empleos en ciencias de la computación y apenas el 14 por ciento en las ingenierías, aunque representan casi la mitad de la fuerza laboral.

Ellas aprenden desde niñas que las matemáticas y las ciencias son áreas reservadas para los varones. Los modelos de éxito para las chicas ascienden más bien de las humanidades, la medicina y las artes. El sexismo, los estereotipos, la dificultad para mantener el equilibrio entre la profesión y las exigencias de la maternidad… se levantan frente a aquellas que intentan abrirse paso.