Jugó en tres clubes de Primera, se retiró a los 29 años y decidió criar vacas: “El futbolista no sabe cuánto cuesta un kilo de pan”
Desde la localidad de 25 de Mayo en la Provincia de Buenos Aires, Claudio París, más reconocido en el ambiente futbolero con el apodo de Rulo, atiende a LA NACION en medio de la inmensidad del campo donde hoy vive, lejos del ruido de las grandes ciudades y también del jolgorio popular de una cancha de fútbol. Exjugador de Estudiantes de La Plata –donde comenzó su carrera profesional-, Newell’s Old Boys, Perugia de Italia y Racing, el mediocampista de quite y distribución le puso un stop al frenesí futbolero. Actualmente, el deporte que lo llevó a ser reconocido no está en sus planes.
Lejos de sus años en las canchas y de algún esporádico partido que pueda jugar en el año, París contó acerca de la lesión que lo obligó a retirarse a los 29 años y el detrás de escena de los futbolistas, de quienes, en su mayoría, considera que “no tienen capacidad intelectual” para comprender la vida una vez que cuelgan los botines.
De gran sacrificio dentro del campo de juego, el Rulo marcó que Estudiantes lo “educó y le transmitió valores de la vida” que hasta el día de hoy agradece. “El club en cuanto a la educación y la formación de una persona es lo mejor del país. Los jugadores que pasan por ahí agradecen de por vida y quieren volver”, señaló.
Producto de una pubalgia, que lo aquejó en el último tramo de su carrera, París tomó la decisión de dejar el fútbol a sus 29 años y adentrarse en otra pasión que lo reinventó por completo: la cría de vacas, el engorde y el cuidado del ganado.
El día después de ser jugador: “Te encontrás que no sabés nada de la vida”
“No saber qué hacer después del retiro es un problema del futbolista, una incapacidad que tiene el jugador, estoy convencido de eso. Nadie le hace ver que esto se termina rápido”, sostuvo París sobre ese quiebre emocional que sufre todo deportista de alto rendimiento.
Conocedor del mecanismo que impera dentro de la “burbuja” -como él define al fútbol- aclaró que “nadie le enseña al jugador” qué hay después de las canchas. “Yo me fui haciendo de a poco en esta nueva etapa. No conocía mucho del campo, pero empecé a sembrar y en paralelo también tuve una época donde me dediqué a construir departamentos. Fui probando hasta que me metí de lleno con las vacas y eso me convenció, me dio la tranquilidad que me faltaba”, rememoró sobre esos primeros pasos por la llanura.
“Los que ganan plata en el fútbol son pocos. La gran mayoría en el fútbol argentino no están tranquilos económicamente. Entiendo que el problema es intelectual y que nadie los ayuda. Se dice que los más chicos necesitan un psicólogo, algo que me parece obvio y justo, pero también lo necesitan los más grandes, ellos también deberían ser asesorados, que alguien les muestre cómo es la vida fuera del fútbol. Nosotros nos criamos en una burbuja y cuando salís de ahí te encontrás que no sabés nada de la vida y es difícil mantener el estilo de vida que llevabas”, lanzó París en un análisis crudo -y constructivo- en base a su experiencia personal.
En esa misma línea, agregó: “El jugador no está instruido intelectualmente en cómo funciona la vida después del fútbol. No digo que sepa de astrofísica, sino que entienda las cuestiones básicas. No saben ni cuánto sale un kilo de pan. Esto lo digo porque lo viví, lo pasé y fue uno de los golpes más duros que atravesé”.
París detiene la charla. Su registro de voz pausado empieza a entremezclarse con una risa socarrona. “En Newell’s yo tenía un auto Duna Weekend Rural, gasolero, sin aire acondicionado, no sabés cómo me gastaban mis compañeros, no podían creer que tenga ese vehículo después de haber jugado cuatro años en Primera División. Yo en ese momento pensaba en el futuro, no quería poner la plata en un Mercedes Benz y preferí invertir en campos”, sostuvo para dar un ejemplo de cómo llevó a cabo su carrera y el click que hizo para ver más allá de un partido de 90 minutos.
Su actividad en el campo y los condicionantes de la economía del país
Nacido en Mar del Plata, París abandonó La Feliz para radicarse en 25 de Mayo, un lugar repleto de campos y estancias donde él se siente asentado: “En mi época de jugador tenía alquilado el campo hasta que me retiré y cuando llegué acá empecé a entender cómo era la lógica”.
“Trabajo con vacas en un proceso de madres, donde hace unos años realizaba el ciclo del engorde y terminé dejando porque el país económicamente es complicado: en un momento el maíz que le daba a la vaca era mejor venderlo y no engordar al animal, eso hizo que el proceso empiece a desvirtuarse”, relató.
Para entender un poco más su nueva vida, París siguió: “Al animal lo encerrás y le das maíz, vitaminas, hasta que lo llevás a un peso de 350 kilos. Cuando vos se lo sacás a la madre está en 180. Pero como te decía, debido a las medidas económicas que empezaron a salir, en vez de renegar, preferí hacer el proceso inverso de sacárselo a la madre y ya venderlo”.
En paralelo al campo, París también práctica kitesurf, un deporte que lo conecta aún más con la naturaleza y le otorga una tranquilidad sin igual: “Es una forma de vida, cuando veo que hay viento agarro la tabla, la vela y me voy a la Costa sin dudarlo”.
Sin titubear, con firmeza como si estuviera por arrebatarle la pelota a un contrario, París no reniega de su pasado. Desde la tranquilidad del campo, en medio de vacas y de una vida que parece ajena a un futbolista, observa el partido de otra manera y pide, en medio de una nebulosa que confunde, un manto de claridad para el deportista que tiene fecha de vencimiento en el ámbito profesional.