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La innovación volvió a ser el sello distintivo del pop latino en 2022

Bad Bunny consolidó su posición como la figura más sólida del estrellato latino, en un año que estuvo lleno de lanzamientos importantes como son los discos de Rosalía, Rauw Alejandro, iLe, Carla Morrison y Lucrecia Dalt.

El pop de 2022 estuvo inequívocamente dominado por la superestrella puertorriqueña Bad Bunny. Las canciones de su último álbum, Un verano sin ti, fueron escuchadas miles de millones de veces, lo que lo mantuvo en el número 1 de la lista de álbumes de Billboard durante gran parte del año; sus giras y otras actuaciones en directo recaudaron 435 millones de dólares, según Billboard Boxscore. Sin embargo, su triunfo fue cualquier cosa menos una sorpresa. Cada uno de los seis discos que el artista, nacido como Benito Antonio Martínez Ocasio, ha lanzado desde 2018 ha sido multimillonario en reproducciones.

Sin embargo, se ha ceñido a cantar letras en español. A diferencia de las previas oleadas de artistas pop latinos que han alcanzado un mercado más amplio en Estados Unidos, Bad Bunny claramente no se está molestando en cortejar un crossover en inglés. De todos modos, el mundo lo escucha.

La voz de Bad Bunny —un rico gemido de barítono que puede sonar a la vez sumamente seguro y perpetuamente insatisfecho— se ha convertido en uno de los sonidos más reconocibles del siglo XXI, a gusto en cada colaboración y en cualquier idioma que elija, desde el reguetón al punk-pop. Se ha forjado una imagen de casanova juerguista, desenfrenado y a la moda, que también habla del orgullo y las frustraciones de Puerto Rico. Y el éxito comercial de Un verano sin ti fue tan innegable que se convirtió en el primer disco interpretado íntegramente en español en recibir una nominación a los Grammy como álbum del año.

Es un hito muy tardío. También es un indicio de la diversidad y la brillantez del pop en español que se produjo en 2022: de aspirantes al pop con visión de futuro como Rosalía y Rauw Alejandro; de compositoras introspectivas pero sonoramente ambiciosas como Carla Morrison e iLe; y de compositoras experimentales como Lucrecia Dalt. Inspirándose libre e idiosincráticamente en la tradición, todos encontraron formas de refundir la tradición multigeneracional con la música actual.

La música latina —una categoría deliberadamente laxa que engloba innumerables estilos nacionales, regionales y locales— siempre ha apuntado hacia la innovación alegre. En toda América, fuerzas históricas como el colonialismo, la esclavitud, la perseverancia indígena y el ingenio cultural e individual forjaron una música rica y creativamente hibridada. La música latina lleva mucho tiempo demostrando que las fusiones amplían las conexiones.

Jelly Roll Morton, el pianista y compositor de Nueva Orleans, al hablar de los orígenes del jazz le dijo a Alan Lomax en 1938: “Si no consigues poner tintes de español en tus melodías, nunca podrás conseguir el condimento adecuado, yo lo llamo así, para el jazz”.

Lo que Morton llamaba “tintes de español” en realidad procedía de ritmos afrocubanos como la habanera. Ritmos, dinámicas, contornos melódicos, inflexiones vocales y otras ideas de la música latina han catalizado repetidamente la evolución musical dominante: en el jazz, el rock and roll, la psicodelia, la música disco, la música electrónica y el hip-hop. El pop actual ha encontrado un denominador común internacional en el ritmo del reguetón, surgido hace décadas en Panamá y Puerto Rico. Ahora suena como un pulso eterno y sincopado.

En la era de la transmisión en directo e internet, la música latina ha reconfigurado el significado de los estilos regionales. Un ritmo concreto o una formación instrumental estándar —una cumbia a cargo de un grupo de mariachis, o una bachata con guitarra eléctrica y bongos— siguen apuntando a un lugar de origen singular, a México o la República Dominicana. Pero los músicos no se limitan a los estilos patrios ni rechazan a los foráneos. Con todo lo que hay disponible para escuchar, mezclar o superponer, ahora se salta mucho más los límites; el álbum de Bad Bunny, por ejemplo, se centra en el reguetón, pero también se sumerge en la bachata, la cumbia y el merengue. En el mejor nuevo pop latino, el salto y el empalme de géneros son claramente una cuestión de curiosidad musical e intenciones compartidas, no de cálculo para captar otras audiencias.

La cantautora española Rosalía se ha propuesto saltar de un estilo a otro en su álbum Motomami (2022), profunda y juguetonamente consciente de sí misma. Las canciones mutan constante y voluntariamente, utilizando el flamenco que Rosalía estudió en España junto con el reguetón, la bachata, las baladas al piano, el jazz, el hip-hop y la salsa. En Motomami canta sobre su determinación a transformarse, su repentina fama mundial y lo efímera que puede ser; también incluye algunas referencias japonesas, por si alguien pensaba que se limitaba a Europa y América. Cada alusión tiene raíces claramente reconocibles, pero Rosalía insiste en que sus contrastes suman algo más: una humanidad común, aunque esté mediada digitalmente.

El cantante, compositor y productor puertorriqueño Rauw Alejandro dirigió su pop-reguetón hacia reinos electrónicos en su álbum de 2022, Saturno. Hizo un guiño a los predecesores del reguetón —uno de los éxitos del álbum, “Punto 40”, actualizó radicalmente una canción de 1998 en colaboración con su creador, Baby Rasta—, pero también desplegó sintetizadores para jugar a la rayuela saltando entre estilos como el electro y el hiperpop, a veces disolviendo el ritmo para cambiar la fanfarronería típica del reguetón por la angustia espacial.

En 2022, espeluznantes fondos electrónicos se fusionaron con ritmos latinos para realzar la intimidad de álbumes como Nacarile, de la cantautora puertorriqueña iLe (Ileana Cabra), y El Renacimiento, de la mexicana Carla Morrison. ILe tocó estilos populares como el reguetón (en un dúo con la pionera del reguetón puertorriqueño Ivy Queen) y el bolero (en un dúo con la compositora chilena Mon Laferte), pero también creó nuevos híbridos de otro mundo, al hacer flotar su voz dentro de un coro fantasmal en canciones que exploraban la tentación y la opresión. En El Renacimiento, Morrison cantó sobre la superación de dudas y ansiedades en una música que parecía cernirse a su alrededor de forma protectora, invocando ritmos tradicionales desde una gran distancia.

Lucrecia Dalt, compositora y cantante colombiana radicada en Berlín, llevó aún más lejos la tradición y la abstracción en su álbum conceptual de 2022,
¡Ay!
. Esboza la historia de una entidad alienígena de conciencia pura que llega a la Tierra y experimenta el tiempo y la corporeidad como nuevas sensaciones. La música trata de recuerdos y sensaciones distorsionados; a menudo se remonta a estilos latinos antiguos, empleando instrumentos acústicos pero deformando los tempos y jugando con el espacio percibido. Es muy consciente del pasado de la música, pero eso no la limita.

A medida que el pop latino despliega tanto su inventiva como su influencia comercial, es inevitable que aparezcan imitaciones y diluciones burdas. Inevitablemente, se plantearán cuestiones sobre quién lucra y quién merece el reconocimiento.

Bad Bunny, por ejemplo, no está amenazado. Una de las canciones más contundentes de Un Verano Sin Ti es “El Apagón”, una airada referencia a los frecuentes cortes de electricidad que han asolado Puerto Rico desde el huracán María en 2017. El tema comienza con un ritmo descarnado y tradicional de Puerto Rico, una bomba, mientras Bad Bunny elogia a la gente, la cultura y el coraje de la isla. A mitad de camino, cambia a un EDM zumbante y explosivo, como si saltara del ritual a la rave, pero no antes de que Bad Bunny haga un comentario que Jelly Roll Morton bien podría haber respetado.

“Ahora todos quieren ser latinos/No, ey, pero les falta sazón”, canta Bad Bunny.

© 2022 The New York Times Company