Las infecciones disminuyen en Florida y una ciudad lidia con 'el hartazgo pandémico'

Eric Johnson, un paramédico bombero, en Hialeah, Florida, el 28 de agosto de 2020. (Saul Martinez/The New York Times)
Eric Johnson, un paramédico bombero, en Hialeah, Florida, el 28 de agosto de 2020. (Saul Martinez/The New York Times)
Mascarillas a la venta en un mercado de pulgas en Hialeah, Florida, el 28 de agosto de 2020. (Saul Martinez/The New York Times)
Mascarillas a la venta en un mercado de pulgas en Hialeah, Florida, el 28 de agosto de 2020. (Saul Martinez/The New York Times)

HIALEAH, Florida — De todos los lugares en Estados Unidos que son más vulnerables al coronavirus, Hialeah es una presa fácil: un enclave hispano de clase trabajadora a las afueras de Miami donde las casas están hacinadas, los ingresos apenas alcanzan y trabajar es esencial.

El virus acecha en los asilos de esta ciudad del sur de Florida, se anida en las unidades habitacionales densamente pobladas y se multiplica entre familias cuyos proveedores deben salir todos los días para afanarse en obras de construcción, hospitales y fábricas.

El condado de Miami-Dade County ha soportado uno de los peores brotes de coronavirus y hay varios días en que ningún otro código postal del país tiene más casos nuevos que el centro de Hialeah. Solo tres ciudades en el estado, Miami, Orlando y Jacksonville, han tenido más.

Poco a poco el área de Miami ha comenzado a reducir su tasa de infección. Pero a veces es difícil ser optimista en Hialeah, la sexta ciudad más grande de Florida, donde la prevalencia ha permanecido alta.

Los paramédicos se han enfermado. Un padre e hijo, ambos médicos que atendieron a residentes locales durante décadas, fallecieron. Una funeraria pidió un refrigerador adicional para guardar los cuerpos, lo cual hizo que los preocupados vecinos protestaran. Algunos hospitales en la ciudad les han dicho a ambulancias en pleno auge por el verano que no les llevaran casos de urgencias porque estaban demasiado llenos de pacientes de COVID-19.

“Las llamadas eran una tras otra, en la noche, en el día, en cualquier momento”, dijo Eric Johnson, un bombero paramédico en la ciudad y presidente del sindicato local de bomberos. Él también se contagió del virus en marzo, tal vez en el trabajo, y luego su esposa se enfermó.

“Era común ver un hogar con 11 o 12 personas”, dijo. “Muchas, muchas, muchas veces había que regresar ahí por varios pacientes de la misma casa”.

Hialeah —que se pronuncia Jai-a-lía— es dada a los estereotipos, con sus moteles desaliñados, raíces industriales y un colorido historial de corrupción. (El alcalde en turno ha admitido estar involucrado en préstamos ilegales y una vez intentó pagar una multa de 4000 dólares por violaciones éticas con monedas de un centavo.)

Hialeah Park, un casino e hipódromo, sale como escenario en “El padrino: Parte II”, y los flamencos del parque aparecían en los créditos iniciales del programa de televisión “Miami Vice”. Un Kentucky Fried Chicken local es el único en el país que vende flan de postre. (Está delicioso). La escritora Jennine Capó Crucet, oriunda de la ciudad, ha dicho que los lectores que no son de Florida creen que el título “How to Leave Hialeah” (Cómo dejar Hialeah) de su novela se refiere a una mujer, no a un lugar.

Sin embargo, en el fondo, Hialeah es una ciudad de familias y trabajadores, las dos demografías que han sido devastadas por el coronavirus.

En abril, la ciudad recibió atención nacional por las multitudes que esperaban en la biblioteca pública para obtener solicitudes de seguro de desempleo. Ahora la gente hace cola en sus autos durante casi 5 kilómetros, pasando por casas adosadas de color pastel, talleres mecánicos y almacenes en una mañana reciente, para obtener ayuda alimentaria semanal en el Parque Amelia Earhart o en la Iglesia Católica Romana del Rincón de San Lázaro.

Melissa Espinar, de 26 años, trabajaba con su pareja como encargada de las máquinas tragamonedas en un casino de Miami Gardens; ambos fueron puestos en licencia sin goce de sueldo en marzo y luego despedidos en julio. No tienen seguro médico.

Espinar vive de sus ahorros y de los 240 dólares semanales que ella y su pareja reciben en subsidios de desempleo. Viven en un apartamento con la madre de él, quien trabaja por su cuenta limpiando casas.

“No dejamos de decirle: ‘No vayas’”, contó. “Ella está limpiando las casas de otras personas, casas donde no sabemos quién está enfermo o no. El virus no ha perdonado a nadie”.

La rápida propagación del virus por los apartamentos superpoblados se puso tan mal que los funcionarios electos comenzaron a aconsejar a las familias que guardaran una sana distancia entre sí y que usaran mascarillas en casa si alguno de ellos tenía que salir con frecuencia.

Pero incluso cumplir las reglas en el exterior ha resultado difícil. Cuando la ciudad estableció una línea telefónica para que la gente denunciara los negocios que violaban las órdenes de usar mascarillas y distanciamiento social, algunos residentes se quejaron de que se les pedía que se delataran unos a otros como se había exigido años atrás en la Cuba comunista. Hialeah, una ciudad de más de 233.000 habitantes, con cuyos votos siempre cuentan los republicanos, es 96 por ciento hispana y hogar de más cubanos y cubanoestadounidenses que cualquier otro lugar del país.

“Ha habido mucho hartazgo por la pandemia en esta área”, dijo Jack Michel, presidente y director del Hospital Comunitario de Larkin en Hialeah. “Mucha gente no entiende que vamos a vivir con esto otro año más, tal vez más”.

Después de que el estado cerrara un centro de vida asistida en la ciudad por la propagación del virus y se produjera un gran brote en un asilo local, con 136 casos y 52 muertes, la ciudad formó un grupo de trabajo y envió al Departamento de Bomberos a visitar cada uno de los casi 100 centros de la ciudad que atienden a personas mayores, dijo Jesús Tundidor, un miembro del Ayuntamiento que dirige el proyecto. Alrededor de una quinta parte necesitaba ayuda para conseguir equipo de protección como mascarillas y guantes.

En el condado de Miami-Dade, la tasa de positividad del virus está rondando el 8 por ciento, menos de la mitad de lo que solía ser en su punto máximo, pero más alta de lo que era a principios de junio, cuando el condado reabrió la primera vez. Hay preocupación por el Día del Trabajo estadounidense, porque las reuniones por los últimos días festivos, incluyendo el Día de la Recordación y el 4 de julio, han llevado a aumentos significativos de casos.

Pero el alcalde del condado ha dicho que no cerrará las playas en los días festivos. Los restaurantes volverán a permitir que los clientes entren en sus comedores el lunes. Los casinos también abrieron. Pronto habrá algunos aficionados en los partidos de futbol.

“Parece que nada ha cambiado por aquí”, dijo Espinar, la trabajadora desempleada de las máquinas tragamonedas. “Cuando las cosas se cerraron al principio, la gente sí se quedaba en casa, no salían todos los días. Pero desde junio, he estado viendo fiestas, incluso a mis amigos, en las redes sociales, que salen. Y me digo: ‘¡No me siento segura! ¿Por qué todo el mundo sale?’”

El virus se ha calmado, pero ha dejado devastación a su paso por Hialeah. La lista de víctimas incluye ahora a Carlos F. Vallejo, un internista que atendió a pacientes en el centro de rehabilitación del Hospital General de Palmetto en Hialeah, donde su familia cree que se infectó del virus.

“Le decíamos: ‘Ten cuidado, papá, intenta mantener la distancia’”, dijo su hijo, Charles Vallejo. “‘Intenta no entrar en las habitaciones’”. Pero ese es el tipo de hombre que era. Respondía: ‘No, no, tengo que entrar ahí, escuchar sus pulmones. Estos pacientes son como una familia para mí’”.

Vallejo, de 57 años, fue hospitalizado el Día del Padre a tres horas de su propio padre, Jorge A. Vallejo, un ginecólogo y obstetra jubilado de 89 años que ejerció la medicina en Hialeah durante 25 años. Jorge Vallejo murió el 27 de junio. Carlos Vallejo aguantó hasta el 1 de agosto.

“Siempre bromeábamos con que Miami era una gran ciudad pero una pequeña comunidad en Hialeah”, comentó Charles Vallejo, quien es estudiante de tercer año de medicina. “Mucha gente los conocía”.

Entre ellos estaba Ariel Cribeiro, de 32 años, entrenador de futbol americano en la vecina Miami Lakes, que heredó a Carlos Vallejo como su internista porque también había sido el médico de sus padres.

“Miami Lakes y Hialeah son una gran área unida, y tienen un ambiente diferente a todo lo que ves en Miami: puedes salir a la calle y vas a ver a gente que conoces”, dijo Cribeiro. “Todo el mundo conoce a alguien que ha sido afectado”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company