La incursión ucraniana en Rusia resulta en la rendición en masa de reclutas del Kremlin
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Eran larguiruchos y de rostro fresco, y la batalla que perdieron había sido su primera.
Hacinados en las celdas de una prisión ucraniana, decenas de reclutas rusos capturados yacían en catres o sentados en bancos de madera, con sandalias y, en un caso, viendo dibujos animados en un televisor proporcionado por el carcelero.
En las entrevistas, relataron haber abandonado sus posiciones o haberse rendido al encontrarse frente a las fuerzas ucranianas bien equipadas y experimentadas que cruzaban la frontera.
“Corrimos a un bosque de abedules y nos escondimos”, dijo Vasily, cuyo pequeño fuerte fronterizo fue invadido el 6 de agosto, al comienzo de una incursión ucraniana en Rusia que constituyó el primer ataque extranjero importante contra el país desde la Segunda Guerra Mundial. El New York Times identifica a los prisioneros solo por su nombre de pila y rango, por su seguridad en caso de que sean devueltos a Rusia en un intercambio de prisioneros.
Los combates marcaron un cambio significativo en la guerra, con columnas blindadas ucranianas que irrumpieron en Rusia dos años y medio después de que el Kremlin lanzara una invasión total a Ucrania.
Resultó que la frontera rusa estaba pobremente defendida, en gran parte por jóvenes soldados reclutas que, en las entrevistas, describieron cómo se habían rendido o abandonado sus posiciones. Vasily dijo que había sobrevivido tumbado en el bosque de abedules cercano a la frontera rusa durante tres días, cubierto de ramas y hojas, antes de decidir rendirse.
“Nunca pensé que ocurriría”, dijo refiriéndose al ataque ucraniano.
Todo indica que el mando militar ruso había hecho la misma suposición, dotando sus defensas fronterizas con reclutas inexpertos, algunos incorporados solo unos meses antes. Su derrota y las descripciones de su rendición en grandes números podrían aumentar la influencia de Ucrania en posibles conversaciones para llegar a un acuerdo y dar lugar a intercambios de prisioneros.
También podrían resonar dentro de Rusia. Las pérdidas de jóvenes soldados rusos reclutados durante las guerras de Afganistán y Chechenia provocaron un descontento generalizado en Rusia.
Para la sangrienta lucha de trincheras en Ucrania, el ejército ruso despliega soldados de mayor edad movilizados de sus trabajos civiles, voluntarios y prisioneros, quienes aceptan un período de servicio a cambio de su libertad, si sobreviven. La ley prohíbe el despliegue de reclutas fuera de Rusia. Pero el ejército, escaso de personal o ignorante ante el riesgo, los utilizó para vigilar la frontera.
En Rusia, los reclutas representan el escalón más bajo de un ejército de dos niveles que se formó en el período postsoviético. Se les recluta después del bachillerato y suelen servir un año realizando tareas serviles, como quitar la nieve de las bases en zonas remotas de Rusia. Los soldados contratados son voluntarios, mejor pagados, y soportan el peso de las guerras en Siria y Ucrania.
Las autoridades ucranianas afirman haber capturado a cientos de jóvenes reclutas en la última semana y media, en lo que el presidente Volodímir Zelenski ha elogiado como una medida para reponer el “fondo de intercambio” de Ucrania para el canje de prisioneros.
La prisión ucraniana de Sumy, donde se encontraban los reclutas entrevistados el viernes, ha procesado hasta ahora a 320 prisioneros de guerra, el 80 por ciento de ellos reclutas, según el director de la prisión, quien pidió no ser identificado por su nombre por razones de seguridad; las cifras no pudieron ser verificadas de forma independiente. Tras ser procesados, los prisioneros son enviados al oeste, más lejos de los combates.
El viernes, la prisión albergaba a 71 prisioneros de guerra, hacinados en celdas en el sótano, donde están a salvo de posibles ataques aéreos, según el ejército ucraniano.
Vestían sudaderas, camisetas y pantalones cortos usados que les habían proporcionado sus captores. Algunos tenían heridas de metralla o de bala. Con los ojos muy abiertos y aparentemente desorientados, observaban cómo los guardias escoltaban a los periodistas hasta las celdas para entrevistarlos.
La prisión permitió el acceso a varios medios de comunicación, entre ellos al Times, cuyos periodistas se identificaron y pidieron permiso para realizar entrevistas y tomar fotografías. Los detenidos fueron entrevistados después de ser capturados y en presencia de los guardias, por lo que sus relatos no pudieron verificarse de forma independiente. Los guardias no intervinieron y se mantuvieron a cierta distancia de los detenidos durante las conversaciones.
Los prisioneros describieron que estaban estacionados en pelotones, de unos 30 hombres, en fortificaciones de hormigón o de tierra separadas por una distancia aproximada de poco menos de 2 kilómetros a lo largo de la frontera. Allí se habían enfrentado a un ataque repentino y feroz y habían abandonado rápidamente el combate.
Soldados ucranianos, analistas militares independientes y blogueros militares rusos también han informado de una rápida huida a lo largo de la frontera.
Igor, un esbelto joven de 21 años que fue reclutado en diciembre, dijo que el fuego de artillería ucraniano había aumentado unos días antes de la incursión. “Informamos a los comandantes, pero no reaccionaron”, contó. “Nos dijeron: ‘Bueno, no podemos hacer nada al respecto’”.
El día del ataque, bombardeado por la artillería, intentó refugiarse en la fortificación, pero esta se incendió.
Él y otros huyeron a un bosque cercano, dijo. De su grupo de 12 personas que intentaron ponerse a salvo, dijo que sobrevivieron cinco.
La posición solo contaba con un fusil sin retroceso, dijo, y no pudo disparar a los vehículos de combate de infantería Bradley proporcionados por Estados Unidos cuando atacaron porque el fusil apuntaba en la dirección equivocada.
Sergei, de 20 años, de la región de Tatarstán, en el valle del río Volga, dijo que el jefe de su pelotón había dirigido a los 28 soldados de su fuerte en una retirada caótica. Se refugiaron en una casa del pueblo, pero los soldados ucranianos los encontraron. Todos se rindieron.
El jefe de pelotón, dijo, había gritado por una ventana: “‘Aquí hay reclutas. Queremos rendirnos’”.
Algunos lamentaron haber sido enviados sin un entrenamiento adecuado a un campo de batalla que ha evolucionado hasta convertirse en una compleja mezcla de drones explosivos, interferencias electrónicas y el uso de tácticas muy perfeccionadas para asaltar trincheras y fortificaciones.
Dmitry, de 21 años, de la región de Komi, en el norte de Rusia, dijo que cuando sus radios dejaron de funcionar el día del ataque, supuso que se debía a las interferencias ucranianas. Sin órdenes, los soldados se dieron cuenta de que estaban superados e intentaron retirarse, pero fueron capturados. “Nos dijeron que podríamos ver a un grupo de sabotaje, quizá 10 hombres, no a un ejército”, dijo.
Aunque las fuerzas ucranianas aprovecharon al máximo el factor sorpresa y lo que ambas partes describieron como una defensa rusa débil y desorientada, el avance ucraniano se ha empantanado lejos de la frontera frente a fuerzas rusas mejor preparadas.
Sin embargo, se siguen capturando reclutas. La semana pasada, los medios de comunicación ucranianos publicaron un video que decía mostrar a más de 100 reclutas tumbados boca abajo en un campo, supuestamente filmado por la SBU, la agencia de inteligencia nacional de Ucrania. Los videos no han podido ser verificados de forma independiente.
Para Zelenski, la afluencia de prisioneros de guerra alivia lo que se había convertido en un problema interno latente. Las angustiadas familias de los soldados ucranianos retenidos en Rusia han organizado protestas semanales en Kiev, la capital, para llamar la atención sobre sus seres queridos detenidos. Rusia no revela el número de ucranianos que ha capturado, pero se suponía, antes de la incursión, que tenía más ucranianos que rusos.
La llegada de nuevos prisioneros ha alegrado a estas familias.
Tetyana Vyshnyak tiene un hijo que sirvió en el regimiento Azov y fue capturado y condenado a 22 años en una prisión rusa. Había pocas esperanzas de que fuera liberado, dada la ventaja de Rusia en el número de prisioneros de guerra.
“Para todos nosotros, esta es una gran oportunidad y esperanza de que nuestros seres queridos sean canjeados”, dijo Vyshnyak en una entrevista.
Valeria Subotina, ex oficial de prensa del regimiento Azov, pasó 11 meses en cautiverio ruso antes de un intercambio en 2023. “Es increíblemente difícil seguir adelante cuando tus amigos y seres queridos están en cautividad”, dijo. “Espero que la operación en la región de Kursk pueda cambiar esto”.
Yurii Shyvala colaboró con la reportería desde Sumy, y Stas Kozljuk desde Kiev, Ucrania.
Andrew E. Kramer
es jefe del buró del New York Times en Kiev, y ha cubierto la guerra en Ucrania desde 2014. Más de Andrew E. Kramer
Yurii Shyvala colaboró con la reportería desde Sumy, y Stas Kozljuk desde Kiev, Ucrania.
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