Homofobia en las escuelas anticipa matanzas como la de Orlando
El reciente ataque contra la comunidad gay en la ciudad de Orlando fue, más que un zarpazo del extremismo islámico, una consecuencia del discurso conservador contra los homosexuales. El odio de Omar Mateen no nació en un desértico paraje de Siria o Iraq. Esa intolerancia contra la diversidad sexual prolifera en las escuelas de Estados Unidos.
Los niños no deberían aprender el valor del respeto a la diversidad solo cuando se producen masacres como la de Orlando (EFE)
De hecho, la homofobia forma parte del currículo en ocho estados del país: Alabama, Arizona, Louisiana, Mississippi, Oklahoma, Carolina del Sur, Texas y Utah. En las demás regiones el acoso a estudiantes no heterosexuales y la falta de una educación sexual inclusiva fertiliza el terreno a la violencia homofóbica.
Los disfraces de la homofobia
A pesar del reconocimiento creciente de los derechos de la comunidad LGBT en los últimos tiempos –el matrimonio entre personas del mismo sexo, por ejemplo—, muchos profesores y estudiantes estadounidenses aún deben ocultar su orientación sexual. La defensa de una opción distinta a la heterosexualidad puede ser castigada por las autoridades escolares.
Así sucedió a Omar Currie hace un año. Este profesor de una escuela elemental de Carolina del Norte renunció por la falta de apoyo de la administración, cuando algunos padres protestaron por la lectura del libro King & King. El cuento lo protagoniza un príncipe que busca pareja y termina casándose con otro príncipe.
Currie había decidido incluir el texto en su clase de tercer grado después de un episodio de acoso contra un niño a quienes sus compañeros tildaron de “niña” y “gay”. El joven, que no oculta su orientación homosexual, utilizó la historia de King & King para debatir sobre el respeto a las parejas del mismo sexo.
Ese gesto llevó a algunas familias a acusarlo de promover una “agenda homosexual”. La dirección del colegio cedió a la presión de los padres y clasificó el relato dentro de la categoría de “temas controversiales”, que requieren aprobación parental.
El caso de Currie ilustra la presión que viven innumerables profesores homosexuales, obligados a mantener en secreto o en bajo perfil su preferencia sexual. Esa represión se agudiza en comunidades rurales del llamado “cinturón bíblico” de Estados Unidos, una franja de estados en el sureste y el centro-sur donde el conservadurismo cristiano combate la diversidad sexual.
Incluso en regiones donde los maestros no heterosexuales cuentan con el respaldo de las autoridades y los padres, el tema suele tratarse con sumo cuidado. La posibilidad de ser acusados de promover una “agenda gay” pende siempre sobre las cabezas de estos profesionales.
En otro incidente de mal disimulada homofobia, una estudiante de una escuela de California fue amonestada por vestir una camiseta con la leyenda “Nadie sabe que soy lesbiana”. Dos de los administradores acusaron a Taylor Victor de invitar a sus compañeros a tener sexo y subvertir la disciplina del centro docente.
Victor demandó a la escuela con el respaldo legal de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU). Al final de la querella, en febrero pasado, el distrito escolar aceptó cambiar el código vestimentario de manera que los alumnos puedan manifestar su identidad sin temor a la censura. Además, los funcionarios recibirán formación sobre cómo garantizar la libertad de expresión de los estudiantes.
El apoyo al matrimonio igualitario y otros derechos a la comunidad LGBT aún debe traducirse en una educación más inclusiva (AP)
La matanza silenciosa
Hechos como la masacre en la discoteca Pulse, de Orlando, sacuden la conciencia de opinión pública estadounidense. Esas tragedias irrumpen en la rutina política y pueden acelerar reformas sobre temas candentes como el control de armas de fuego. Sin embargo, al margen de los titulares, la homofobia provoca sufrimiento y muerte cada día entre los estadounidenses en edad escolar.
De acuerdo con el sitio NoBullying.com, el 82 por ciento de los estudiantes no heterosexuales norteamericanos se sienten amenazados en la escuela. Cuatro de cada 10 han soportado abuso físico y dos tercios han sido víctimas de acoso en Internet.
Estos jóvenes intentan suicidarse con una frecuencia ocho veces mayor que sus compañeros heterosexuales. Asimismo, padecen de depresión y acuden a drogas ilegales en una proporción muy superior a los demás.
La homofobia en estas tempranas edades tiene consecuencias a largo plazo. Más de la mitad de los estudiantes gays no asisten regularmente a la escuela. Esas ausencias perjudican su rendimiento docente en primer lugar y comprometen su futuro en el mercado de trabajo.
En varios estados la homofobia se enseña en los cursos de educación sexual. En Alabama y en Texas los profesores deben advertir que la homosexualidad no es un estilo de vida aceptable por la sociedad. Además, los estudiantes aprenden que amar a una persona del mismo sexo constituye un crimen. El gobierno de Utah prohíbe la “promoción de la homosexualidad” en las escuelas públicas, una censura similar a la ejercida sobre los medios anticonceptivos y el sexo fuera del matrimonio.
¿Por qué ocultar a niños y adolescentes la existencia de otras orientaciones sexuales? ¿Por qué educarlos en el silencio hipócrita o el acoso, en lugar del respeto? El temor a la diferencia, transformando en odio en situaciones extremas como la vivida en Orlando, solo engendra tragedias.