La dudosa inocencia del discurso de odio

“Deberían rodearlos, ponerlos contra un paredón y volarles los sesos.” La frase anterior no fue dicha por un sicario o por un militante extremista. La pronunció un pastor cristiano al referirse a la reciente matanza en Orlando. Sus palabras apenas repiten la voluntad de Dios, afirma. La Biblia lo establece claramente: los homosexuales merecen morir “y su sangre caerá sobre ellos.”

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Según Jiménez, Dios ordenó a sus fieles matar a los “sodomitas”, pero esa prédica no representa una invitación a la violencia (Captura de pantalla)

El sermón de Roger Jiménez, un estadounidense de origen venezolano que fundó una iglesia bautista en Sacramento, California, ha engendrado repulsa y apoyo. Sus críticos fustigan el discurso de odio contrario al evangelio de Jesucristo, mientras sus adeptos ratifican que la homofobia concuerda con las enseñanzas bíblicas.

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El debate trasciende el tema religioso. A pesar de la mal disimulada incitación a cometer crímenes contra otras personas por su orientación sexual, los tribunales no procesarán a Jiménez. La Primera Enmienda lo protege. Ese texto defiende la libertad de religión y expresión, el derecho de reunión pacífica y de compensación por perjuicios ocasionados por el gobierno.

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Los crímenes de odio contra la comunidad homosexual sesgan la vida de miles de personas cada año (EFE)

La libertad de odiar

Jiménez se ha quejado a la prensa. “En Estados Unidos ya no te permiten tener una opinión que contraria al consenso de la sociedad”, dijo a un medio local. Exagera. De hecho un candidato a presidente puede expeler cualquier diatriba misógina o racista, sin pudor, y nadie lo censura.

A diferencia de otras naciones democráticas donde las leyes condenan el discurso de odio, en Estados Unidos esas manifestaciones de intolerancia están amparadas por la Constitución.

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En Europa el trauma del nazismo ha dejado una estela de legislaciones que castigan las agresiones verbales. El Reino Unido penaliza a cualquiera que use palabras o se comporte de un modo amenazante, abusivo o insultante, con el objetivo de fomentar el racismo, la xenofobia, o el odio por razones religiosas o de orientación sexual. Normas similares contra quienes ofendan a otras personas por esos motivos existen en Alemania, Países Bajos, Francia, Portugal, Dinamarca, Suecia y Suiza, entre otros estados del Viejo Continente.

En cambio, la Corte Suprema de Estados Unidos ha aclarado en varios casos que afrentar a otros no constituye delito, sino una faceta de la libertad de expresión. De acuerdo con un artículo publicado por la American Bar Association, el marco legal sanciona las acciones, no las palabras. El discurso de odio entonces cae bajo la sombrilla protectora de la Primera Enmienda.

Los defensores de esta visión comparan la libre expresión de las ideas con un mercado donde los ciudadanos “compran” las que parezcan mejores. Al final, al menos en teoría, se impondrán aquellas que beneficien a la sociedad en su conjunto. En este proceso muchas personas sufrirán daños: padecerán el acoso, soportarán la difamación, eventualmente morirán cuando el discurso inspire a algún criminal, como ha ocurrido en Orlando. Es el precio de la libertad.

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La masacre en Orlando ha despertado una marejada de solidaridad en el mundo (EFE)

Pastor de lobos

Para justificar su invectiva, Jiménez ha citado un pasaje de Levítico, uno de los libros del Antiguo Testamento. En la misma página, unos versículos antes, se recomienda no sembrar el campo con dos clases distintas de grano y no usar ropa de dos clases de tejido. Tomar al pie de la letra la Biblia, cuyos textos fueron redactados hace más de un milenio, suele conducir al absurdo.

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Otros pastores de Sacramento y de comunidades cristianas en Estados Unidos han fustigado el sermón homofóbico de Jiménez. “Lo que sucedió en Orlando no es la voluntad de Dios”, señaló a la prensa el reverendo Samuel Rodríguez, presidente de la Conferencia Nacional de Líderes Cristianos Hispanos. “Como cristianos amamos a todos. Repudiamos la intolerancia y el odio”, afirmó.

La iglesia de Jiménez surgió de la nada. No mantiene relaciones con la comunidad de iglesias cristianas. Los otros pastores desconocen la formación del pastor. “Es como abrir una tienda y ponerle el nombre que te dé la gana”, declaró Jerlen Young-Nelson, portavoz de la Convención Nacional Bautista. Y aunque algunos de estos líderes religiosos y órdenes no aprueben las relaciones homosexuales, tampoco bendicen la matanza de otros seres humanos.

Pero Jiménez no es la única voz intolerante en el mundo de la extrema derecha evangélica estadounidense. Steven Anderson, un pastor bautista de Arizona, aplaudió la masacre cometida por Omar Mateen. Anderson dijo que no promovía el asesinato de los homosexuales, sino su ejecución por “los canales adecuados”, o sea, el juicio y la pena capital impuestas por “un gobierno justo”.

Probablemente Joseph Goebbels, el principal propagandista del fascismo alemán, no asesinó a ningún judío con sus propias manos. Pero sus discursos exacerbaron el odio de las hordas nazis que perpetraron el Holocausto. Lo mismo podría decirse de sanguinarios dictadores y promotores de limpiezas étnicas.

¿Acaso el único culpable debería ser quien aprieta el gatillo? Mientras los estadounidenses encuentran la respuesta, el discurso de odio seguirá cobrando víctimas.