El hombre contra el ratón: Ron DeSantis descubre que enfrentarse a Disney es un negocio peligroso
Cuando el gobernador de Florida Ron DeSantis le declaró la guerra a The Walt Disney Company por lo que él tilda de sensibilidad corporativa “concienciada” y las críticas de la empresa contra las políticas estatales, Tim Wildmon lo animaba desde la banca.
Wildmon, el presidente de la Asociación Estadounidense de la Familia, una organización religiosa de derecha, tiene más experiencia en esta área que la mayoría de la gente: en 1995, su organización, que es conocida por su oposición a los derechos de la comunidad LGBTQ, movilizó a una coalición amplia de grupos evangélicos para boicotear a Disney luego de que extendió sus prestaciones familiares a empleados homosexuales.
Pero desde entonces, Wildmon ha aprendido a moderar sus expectativas. Tras una primera ola de atención de los medios internacionales, el boicot fue desapareciendo de los titulares, y para cuando Wildmon lo anuló oficialmente una década después, había tenido un impacto muy poco discernible en las políticas o los ingresos de Disney.
“Era muy difícil sostener esa iniciativa por más de tres o cuatro años”, afirmó. “La gente pasa a otra cosa. Pierde interés. Las cosas cambian”.
Y otras cosas permanecen iguales. Casi 20 años después, DeSantis está tratando de poner a los estadounidenses en contra de Disney, una de las superpotencias más formidables del comercio y la cultura pop estadounidenses. También se unió a las críticas exageradas contra otro gigante corporativo-cultural, Anheuser-Busch InBev, que este mes suscitó una ola de indignación en la derecha por una campaña publicitaria de Bud Light que promueve a un influyente transgénero.
“Prefiero que gobierne el pueblo que empresas concienciadas, así que creo que es hora de resistir en todo sentido”, declaró el gobernador en una entrevista reciente con Benny Johnson, una personalidad de los medios de comunicación de derecha.
Las medidas de DeSantis, que suceden mientras se prepara para postularse a la presidencia del país, demostrarán si los cambios en la política republicana y en las salas de juntas han reescrito las reglas para las campañas contra las corporaciones. Los negocios estadounidenses participan cada vez más en debates sociales, como respuesta a la demanda del consumidor y de sus empleados. Mientras tanto, en el Partido Republicano, el giro hacia una retórica populista durante la era de Trump y su postura cada vez más intransigente respecto a la política de género se han combinado para hacer del mundo empresarial de Estados Unidos un campo de batalla atractivo para los guerreros culturales.
Sin embargo, enfrentar a Mickey Mouse sigue siendo un asunto complejo. Como Wildmon y otros pueden confirmar, las marcas con el alcance y la huella cultural de Disney han salido prácticamente ilesas de boicots anteriores. Además, las corporaciones que hace una generación quizá habrían actuado con más cautela en torno a este tipo de batallas ahora son más propensas a considerarlas inevitables, y en algunos casos incluso una fuente de ventaja comercial.
En Florida, Disney ha demostrado ser un astuto contrapeso político para DeSantis. El año pasado, luego de que la empresa criticó un proyecto de ley republicano en la legislatura estatal que limitaba la formación relacionada con el género y la sexualidad en las escuelas, DeSantis intentó quitarle a Disney el acuerdo inusual de autogestión del que ha gozado durante décadas en el estado. Pero al parecer las tácticas de su gobierno se vieron superadas cuando los representantes de Disney encontraron una solución alternativa.
Este mes, el gobernador escaló la disputa cuando amenazó con implementar una lista de posibles castigos. El miércoles, después de que un consejo administrativo votó para invalidar los acuerdos que le dan a la compañía el control sobre la expansión de su complejo turístico, Disney interpuso una demanda en un tribunal federal, con el argumento de que era sujeto de “una campaña dirigida de represalias del gobierno”.
Bryan Griffin, el secretario de prensa de DeSantis, describió las acciones del gobierno como “un intento de subvertir la voluntad de la ciudadanía de Florida”. En repetidas ocasiones, Disney, uno de los empleadores más grandes del estado, ha declarado que sus acciones cumplen con la ley estatal. Su director ejecutivo, Robert Iger, criticó la conducta de DeSantis como “anti-negocios” y “anti-Florida”.
Las encuestas sugieren que el éxito político de DeSantis en este debate podría depender de si es percibido como un populista que quiere frenar a las grandes empresas o un guerrero cultural. Este mes, una encuesta de Harvard-Harris halló que una mayoría de los votantes registrados a nivel nacional —y una gran mayoría de los republicanos— están del lado de DeSantis en este enfrentamiento. La encuesta describe a DeSantis como alguien que intenta “limitar la autonomía de Disney” y eliminar el “estatus tributario especial”.
Sin embargo, otra encuesta, realizada esta semana por Reuters/Ipsos, descubrió que menos de la mitad de los republicanos tenía una opinión más favorable del gobernador debido a su lucha contra Disney. Además, mayorías de demócratas y republicanos dijeron que era menos probable que apoyaran a un candidato que apoyaba leyes diseñadas para castigar a las empresas por sus posturas en temas culturales.
Todo este episodio se ve como una debilidad ante los ojos de los rivales potenciales de DeSantis en las elecciones primarias a la presidencia de 2024, una contienda en la que, según las encuestas, DeSantis ha perdido fuerza. En su plataforma Truth Social, Donald Trump se burló de él por haber sido “destruido absolutamente por Disney”.
En la campaña contra Anheuser-Busch, un boicot más convencional sin las complicaciones políticas de una intervención gubernamental, la reacción negativa ha tenido un impacto más claro. En los últimos días, en medio de informes de un desplome en las ventas, la empresa anunció que los ejecutivos del equipo de mercadotecnia responsables de la colaboración promocional con el influente, Dylan Mulvaney, estaban de licencia.
No obstante, otras empresas que han despertado la furia de los consumidores de derecha e izquierda, han descubierto que, por lo general, la ira es breve. Nike fue vilipendiada por Trump y otros debido a su campaña promocional de 2018 en la que aparecía el ex mariscal de campo de la NFL Colin Kaepernick, quien había recibido críticas indignadas de la derecha por arrodillarse durante el himno nacional en señal de protesta por las personas negras inermes que habían muerto a manos de la policía. Las acciones de Nike cayeron un tres por ciento luego de que la empresa lanzó su primer anuncio con Kaepernick, pero en cuestión de semanas, repuntaron hasta alcanzar un máximo histórico.
La campaña de Nike fue un momento simbólico en los cambios políticos del mundo empresarial de Estados Unidos, que desde hace mucho ha hecho causa común con el Partido Republicano en temas como impuestos y regulación, pero se ha visto envuelto en conflictos cada vez más frecuentes con el partido por temas sociales.
En parte, esto se debe a que las políticas de las corporaciones se han vuelto más liberales en el ámbito social, como reflejo de las tendencias más generales de la opinión pública sobre muchos temas. Cuando la Human Rights Campaign, una prominente organización por los derechos de la comunidad LGBTQ, publicó su primer Índice de Igualdad Corporativa en 2002, solo 13 empresas recibieron el puntaje más alto en una medición del respeto a la comunidad LGBTQ. En 2022, 842 empresas lo obtuvieron.
“Creo que es algo importante para sus empleados, para sus clientes y para sus inversionistas”, afirmó Eric Bloem, alto directivo de la organización para programas y abogacía corporativa. “Todo está interrelacionado”.
c.2023 The New York Times Company