Heberto Castillo, el hombre que provocó la furia presidencial al dar el Grito en 1968

Heberto Castillo (al centro de la imagen) / Foto: Archivo Cuartoscuro
Heberto Castillo (al centro de la imagen) / Foto: Archivo Cuartoscuro

El 15 de septiembre de 1968 hubo tres gritos de independencia en vez de uno solo (no había delegaciones políticas) en la capital mexicana.

Sí. La euforia del movimiento estudiantil, alimentada por el impacto de su manifestación silenciosa, llevó a la dirigencia a organizar dos gritos, uno en el Politécnico y otro en la UNAM.

La memoria ha privilegiado a este último, quizá porque fue pronunciado por un personaje relevante de la causa, Heberto Castillo, de la Coalición de Maestros Pro-libertades Democráticas paralela al Consejo de los alumnos.

Fue la última gran fiesta de todo el movimiento.

Fiesta para la militancia, porque para el gobierno fue el colmo. Heberto Castillo no entendía.

¿Pero, quién era él?

Su vida es anecdótica, pero además historia de México.

HEBERTO Y LOS CÁRDENAS

Secretario particular de Lázaro Cárdenas, fundó siguiendo al Tata el Movimiento de Liberación Nacional como coordinador. Lo primero antes y lo segundo después de sus 30 años de edad. El Movimiento se desdibujó en vísperas de la elección donde obtuvo la presidencia precisamente Gustavo Díaz Ordaz. Así comenzó una larga carrera de luchador social hasta que en 1988 fue candidato a la presidencia de la república. Libre como era de afanes de primacía declinó en favor de Cuauhtémoc Cárdenas, hijo de su antiguo jefe, quien así participó como abanderado de una importante y anhelada unión de las izquierdas. .

Antes, cuando se la vivía escondiéndose de una aprehensión, el general Lázaro Cárdenas le hizo la famosa advertencia: “Creen que te estoy protegiendo. No les dije ni sí ni no, pero te lo advierto Heberto, si te agarran te van a matar” (episodio del que se está haciendo una película). El temor venía precisamente por su grito de independencia en CU que había despertado contra él el odio del presidente Díaz Ordaz.

En “La noche de Tlatelolco” aparecen estas palabras del ingeniero al respecto: “Al caer preso yo había sufrido un proceso terrible: ocho meses de huir, de esconderme, de vivir aislado, solo y mi alma, de no ver a mis amigos ni a mis seres queridos con la frecuencia necesaria para sentirme medianamente satisfecho en mi necesidad de dar y recibir afecto. No acepté salir del país porque entendía, entiendo, que mi lucha está aquí. Tenía prendas de dignidad en la prisión que no podía abandonar sin menoscabo de la mía. Así que decidí luchar por la liberación de todos mis compañeros presos y caí preso”.

EL MÁS BUSCADO POR LOS REPRESORES

El 9 de septiembre tuvo lugar un festival en CU. Ahí reapareció Castillo con una gran cicatriz en la frente, informando: “Me golpearon posiblemente con guanteletas de acero y a puntapiés, pero pude contestar algunos golpes. Me salvó la presencia de algunos amigos. No podría decir si los atacantes eran miembros de algún cuerpo policiaco, pues no se identificaron y pidieron que los acompañara para hablar con su jefe. Ya herido, caminé por diversos rumbos cerca de cinco horas, hasta llegar a Ciudad Universitaria. Me atendieron en un centro de salud de la UNAM con especial cuidado, por instrucciones del señor rector. Los amigos estudiantes y maestros hicieron guardia, pues se temía un secuestro. Hoy fue el primer día que dejé la cama, pues sufrí una fractura en el cráneo y lesiones más graves en el vientre. (…) No necesito amparo. El amparo me lo da la gente que apoya en las calles nuestro movimiento y las peticiones justas en defensa de los derechos democráticos”.

Pero su sino habrían de ser las salvajes golpizas; muchos años después platicaría: “Nos llevaron a la Jefatura de Policía y ahí me golpearon. Desde cuando nos llevaban, decían que nos iban a callar la boca para siempre. Cuando ya casi estaba sin sentido, porque me habían roto tres costillas y no podía respirar, un agente de la Policía —Téllez Girón se llama, Drácula le dicen— me llamó y preguntó: ‘-¿Usted es Heberto Castillo?—Sí. —Mis agentes lo confundieron. Su automóvil es igual al usado en un asalto. —Entonces ¿por qué me decían que me iban a partir la madre por escribir contra el Presidente? —Mis agentes no tienen por qué conocerlo’”.

HEBERTO INGENIERO

Viendo su extensa militancia no era fácil entender a qué horas ejerció su carrera, pero la ejerció. Desde aquella losa que calculó y que parcialmente se cayó por decisión de un trabajador que alteró las instrucciones y que además no dependía de Heberto -lo que por poco acaba con el prestigio y con la libertad de él cuando apareció la verdad-, hasta el Hotel de México –hoy WTC.

Para este, como andaba a escondidas de la policía, al momento de ir personalmente a la obra lo hacía disfrazado.

Ingeniero civil, lo suyo era el cálculo, y su legado va desde el invento de la Tridilosa hasta la enseñanza de matemáticas en la cárcel de Lecumberri.

YA PA’ QUÉ

A la hora de reinhumar los restos del ingeniero en el lugar que la patria les reservó, el presidente Vicente Fox dijo: “Presento un homenaje de respeto a esos modestos luchadores a quienes no han arredrado las persecuciones, la prisión, los sarcasmos, los insultos y las privaciones de todas clases; a quienes no ha podido seducir el ofrecimiento de brillantes posiciones oficiales, pues han preferido vivir pobres, pero con la frente muy alta; perseguidos, pero con la noble satisfacción de que servían a su Patria; oprimidos, pero alentando siempre en su corazón el ideal (…)”. (Las palabras no son de Fox, sino que son una cita nada menos que de Francisco I. Madero, apóstol de la democracia).

Asimismo, en el año de su muerte se otorgó a su memoria la Medalla Belisario Domínguez.

Como que la nación le pidió perdón al último, igual que la policía cuando luego de golpearlo una y otra vez le decía: “usted disculpe”.

APUNTE FINAL

Todo en él era extraordinario. Era extraordinario que un pueblerino hubiera llegado tan alto. Alto en conocimientos, pero más alto en sencillez: no era fácil creer que un inventor fuera tan campechano como el veracruzano Heberto Castillo. Simpático como él solo al hablar pero también al escribir, remataba con humor (negro) sus artículos. Envejecido muy prematuramente, con heridas a cuestas, enfermo, era asombroso cómo en ese cuerpo tan lastimado podía caber tal optimismo contagioso: no se daba a la pena.

Por si hicieran falta símbolos en su vida su muerte fue a sus 68 años, como el año del movimiento del cual fue –también- claro símbolo.

CURIOSIDADES

-“Vivencias del 68” es un espectáculo multimedia con un soporte musical en jazz e imágenes que evocan no solo el 68 sino lo que vino después en la búsqueda de vías democráticas. Su creador es hijo de nuestro personaje, es el jazzista… Heberto Castillo.

-Uno de sus manifiestos tuvo plumas de lujo: Carlos Fuentes redactor, y Octavio Paz corrector.

-No solo a usted que lee, sino a todo el que vio a Heberto Castillo lo embargaba la incredulidad. Y para ganar credibilidad en lo referente a su Tridilosa, hizo subir un camión de carga sobre de ella en una obra en Toluca.

-Mi hermano Bernardo Osorio me dijo que vio anunciado un mitin de Heberto Castillo pero que no sabía más. Busqué en el directorio telefónico su número para preguntarle directamente, que llamo ¡y que me contesta él! La concentración había pasado pero me invitaba a una junta del comité que devino Partido Mexicano de los Trabajadores, en Antonio Caso 19. Al llegar la agenda ya se estaba desahogando y en lo que iba por una silla oí que dijo a los demás: “a este muchacho lo conocí en Xalapa; me llamó a la casa y lo invité a venir”. Cuando salí solo -ya en la planta baja- por el vano de la escalera cayó un serrucho que se estrelló contra el piso. No apareció el operador ni nadie, absolutamente. Pienso que si como acostumbro hubiera contemplado la escalera momentos antes, quizá estaría escribiendo esto sin una oreja.

hectorosoriolugo2013@yahoo.com.mx