‘No me hablen de Cuba’: una novela para los que desean volver

A veces las frases literarias son verdades a medias. Por ejemplo, la atribuida al autor italiano Leonardo Sciascia: “Hay dos errores que un hombre no debe cometer. El primero es irse de su país; el segundo, volver”. Para Gertrudis, protagonista de la novela No me hablen de Cuba (SEd ediciones) de la escritora y periodista Grethel Delgado, el exilio es una grata sorpresa. Lejos del país encontró un lugar de promesas y realidades. En cambio, sí siente como un lamentable error regresar a La Habana.

Gertrudis vuelve por un solo motivo: comunicarle a su ex pareja que es el padre de una niña de cinco años. Para llegar a él deberá inmiscuirse en una ciudad oscura, demolida por la miseria y la corrupción. El viaje a la semilla de Gertrudis la enfrentará también con un pasado que creía haber dejado atrás. La última revelación de su estadía en Cuba será descubrir que su ex pareja ahora es una reina de cabaret.

No me hablen de Cuba es una novela necesaria para aquellos que se han marchado de la isla, pero más, para los que desean volver.

Carátula
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Grethel Delgado es Licenciada en Dramaturgia por el Instituto Superior de Arte de Cuba y tiene un Master por Florida International University. Ha publicado los libros 1987, Mariposas, Mi familia ideal y Necesidad de poesía. Finalista del VII Premio Internacional Aura Estrada; XVII Premio de Teatro de la Universidad de La Laguna Premio Calendario; Premio Pinos Nuevos y David.

El primer borrador lo escribió durante una residencia en la Fundación Antonio Gala, en España. ¿Cómo fue el proceso creativo hasta llegar a lo que hoy es No me hablen de Cuba?

Entre 2013 y 2014 fui becaria de esa fundación en Córdoba, Andalucía. Durante nueve meses viví en el antiguo Convento del Corpus Christi, en régimen de internado, junto a alrededor de 15 jóvenes. Nos reuníamos con Antonio en las “fecundaciones cruzadas” para discutir sobre el avance de nuestros proyectos. Llegué con la propuesta de hacer una investigación sobre Luis de Góngora y escribir un texto teatral, y salí con esa obra de teatro y una novela sobre Cuba. De estar en Cuba jamás habría escrito algo así. Creo que la distancia y mucho tiempo para pensar me pusieron en el punto exacto para imaginar a una exiliada que regresa a su país, solo para arrepentirse. Ahí nació un primer borrador titulado Alguien nos salvará, pues en esa etapa tenía cierta esperanza en torno al futuro cercano de Cuba. Al reescribirla en Miami con el inmenso apoyo de Suburbano Ediciones cambió el tono de la historia y la degradación de la fe de Gertrudis se hizo aún más palpable, sobre todo con el título final tomado de sus palabras: No me hablen de Cuba. Siempre digo que esta novela es un gran robo porque toma de muchas historias familiares. Aquí está la casa del Vedado de mi abuelo paterno Mario, y también el llanto de mi abuela materna Alicia, internada en Mazorra con sesiones de electroshocks. Hay un dolor compartido también y que es como un velo que cubre todo, y toma de muchas voces que sufren el desconsuelo de sentir que nada tiene sentido en la isla.

La novela tiene diferentes registros. ¿Por qué decidió trabajar una variedad de voces?

Antonio Gala me pidió que escribiera una novela. Nunca había escrito novela, solo teatro y poesía, así que la historia salió en clave de teatro y se fue adaptando a la estructura narrativa. Ahí están los monólogos de personajes como Gertrudis, Sexta y Elena; también diálogos extensos con pocas descripciones; y sobre todo mucha visualidad. Mientras concebía los personajes pasaba algo raro y es que ellos pedían hablar, como cuando un santero monta un santo y le da su cuerpo y su voz para que hable. Así fue como la novela abrió con esa primera persona directísima de Gertrudis en un monólogo interior que comienza al llegar al aeropuerto en La Habana, diciendo “Nadie me recibe y nadie me va a despedir”. Esas sensaciones solo las podía describir ella misma, no un narrador omnisciente. También sentía que no solo Gertrudis merecía esa luz cenital para contar esta historia, pues la Cuba de esta novela, que habla de la isla hasta por los codos, es un animal compartido, que se sufre de diferentes maneras, tanto por el que se va y se atreve a regresar, como por el que se queda.

La protagonista de su novela se llama Gertrudis. ¿De alguna manera es un homenaje a la escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda?

Sí, es un homenaje doble. Primero, a la Avellaneda, “la peregrina”, que era de dos sitios y de ninguno al mismo tiempo. Y segundo, a una amiga que tiene ese nombre y que se fue a Miami antes que yo. Su partida fue muy dolorosa y ese material lo usé para construir varias escenas entre la protagonista y su amiga en La Habana.

No me hablen de Cuba retrata un país triste, sórdido, por momentos desesperanzado. De los lectores cubanos que han leído la obra, ¿recuerda algún comentario particular?

Algunos me han comentado que les impactó el octavo capítulo por la crudeza a la hora de narrar el encuentro sexual de la protagonista con un extraño en La Habana. Más allá de lo evidente, del acto en sí, ese episodio representa de algún modo la entrada de la protagonista en una realidad pegajosa, sucia y terrible, que incluso coquetea con la muerte. Es un homenaje al escritor cubano José Lezama Lima, que con el capítulo ocho en su novela Paradiso escandalizó a la dictadura, que lo censuró con saña.

¿Cuál es su relación con los autores del exilio?

A todos los que puedo los sigo, sobre todo en las redes sociales. Y cuando tengo tiempo me acerco a alguna presentación o evento. Tengo un aprecio especial por Zoé Valdés, a quien admiro por su desenfado y profundidad al escribir de Cuba. Es un cariño recíproco.

Escribió la novela cuando aún no había emigrado a los Estados Unidos. Ahora que reside aquí, ¿qué tan diferente era la idea que tenía de este país viviendo en Cuba?

En Cuba imaginé un exilio y en Miami conocí otro. Los lugares que uno construye desde la imaginación y los testimonios ajenos no son lo mismo cuando los conocemos. Creo que idealizaba este lugar, lo pensaba más grande y más ordenado, pero luego uno lo entiende todo. Hay un lenguaje que va más allá del Spanglish, es como un estilo, un ritmo Miami, y solo lo entiende quien vive aquí. Miami es un refugio para muchos exiliados, un lugar trasnochado donde un escritor se prueba a sí mismo y aprende a refugiarse doblemente, a buscar esos escondites más allá de la bulla del ahora, del lenguaje cotidiano que tiende a ser superficial y de necesidades primarias. Pero uno termina amando el sitio que se inventa, de algún modo uno tapa toda esta realidad con libros y personajes.

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