‘En La Habana nunca hace frío’, novela de iniciación a la cubana

Como género literario, una novela de iniciación es aquella que narra el desarrollo psicológico, moral y social de un personaje desde la adolescencia hasta la adultez. Se le llama también de formación o aprendizaje. O bildungsroman, término acuñado por primera vez en 1819 por el filólogo alemán Johann Karl Simon.

En realidad, no importa cómo se les llame. Lo cierto es que comparten características similares. Sus protagonistas casi siempre son jóvenes en conflicto con el medio en que viven y que, en su desarrollo, se ven obligados a enfrentar numerosos obstáculos.

Es en ese sentido que la más reciente novela de Zoé Valdés, titulada En La Habana nunca hace frío (Editorial Almuzara, 2023), puede considerarse de iniciación. Solo que a la cubana. Y es que el conflicto de Eva, su personaje principal y voz narradora, es diferente, por ejemplo, al de Holden Coulfield, protagonista de El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger, un clásico del género. O al de Stephen Dedalus, el de Retrato del artista adolescente, de James Joyce. Los escenarios también lo son: La Habana no es Nueva York; tampoco es Dublín.

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Eva y sus amigas -Bada y Pilsy- pertenecen a esa generación de jóvenes cubanos desilusionados que rechazaban el socialismo y su falta de libertad y que fueron encontrándose a sí mismos, no solo a través de la música extranjera que comenzaba a oírse clandestinamente en la isla, sino también a través de las noticias que llegaban sobre el movimiento hippy en el mundo y que fue bautizado en La Habana como la “jipangá”. Corrían los años setenta y sus integrantes -jipis habaneros de melena larga- se reunían a escondidas a oír -y a tocar- rocanrol. Como se sabe, la represión contra ellos no se hizo esperar. Comenzaron acorralándolos en las calles, cortándoles el pelo, rompiéndoles sus guitarras y enviándolos a trabajar en la agricultura.

En La Habana nunca hace frío es la historia de esa juventud cuya iniciación no fue más que un trágico rosario de sueños rotos y esperanzas perdidas. Pero es, también, la historia de un gran amor: “Yo había renunciado a tocar ese fragmento de nuestras vidas, esa parte inhóspita de mi rebelde adolescencia. Cuando casi lo había logrado llegaste tú y susurraste con la sinceridad tan inocente que todavía te define: -Escríbela. Solo tú podrías contar aquel espanto”.

Y bien que la escribió. Su trama, evidentemente muy autobiográfica, se desplaza del presente al pasado con tanta fluidez que los cambios internos de tiempo no requieren puentes de transición. Está narrada en primera persona, como corresponde, lo que no solo le otorga inmediatez, sino que permite introducir a los personajes de una manera directa a medida que van apareciendo: Mijito Frankenstein, quien inicia a Eva (“Ahora mira hacia el cielo y escucha esto”) en la magia de la música. Bada, su mejor amiga (“Llevaba el pelo recortado semejante a un varón”), quien la introduce en el poco conocido mundo de la “jipangá”. Pilzy, su otra amiga, “que había descubierto que el sexo era lo suyo”. Carlitos Tellier, gurú de los jipis habaneros de entonces (“Lo primero es aprender inglés”), que la hizo escuchar por primera vez la canción Hide Your Love, de The Rolling Stones. Y Saúl, el más sabio de ellos, que le inculcó su amor por los libros.

En La Habana nunca hace frio es una novela sólidamente estructurada y escrita, como todas las de Zoé Valdés, con un lenguaje fuerte; solo que más comedido. Sus personajes están redondeados a base de una detallada descripción, tanto física como emocional. En los últimos capítulos se dan a conocer los dispersos destinos de cada uno de ellos. En el epílogo, una carta de Bada a Eva: “Durante todos estos años no he podido dejar de pensar en nuestra juventud. Me ha encantado encontrarte, abrazarte, que me contaras que tienes una hija maravillosa, digna de nuestra época, y que vives, como cuando te conocí, para la poesía, la libertad y el amor”. La novela cierra en un tono en el que es posible advertir un atisbo de felicidad y esperanza. No voy a revelar el final. Sí, el amor todo lo puede.