Guerra en las nubes: las rivalidades de Oriente Medio emergen en un nuevo frente

Visitantes en el Miracle Garden, el cual afirma ser el jardín más grande del mundo con más de 150 millones de flores que necesitan agua, en Dubái, el 4 de marzo de 2022. (Bryan Denton/The New York Times)
Visitantes en el Miracle Garden, el cual afirma ser el jardín más grande del mundo con más de 150 millones de flores que necesitan agua, en Dubái, el 4 de marzo de 2022. (Bryan Denton/The New York Times)

ABU DABI, Emiratos Árabes Unidos— A los funcionarios iraníes les ha preocupado durante años que otras naciones los hayan estado privando de una de sus fuentes vitales de agua. Pero lo que les ha estado preocupando no es una represa aguas arriba o que se drene un acuífero.

En 2018, en medio de una sequía abrasadora y temperaturas elevadas, algunos altos funcionarios concluyeron que alguien les estaba robando el agua de las nubes.

“Tanto Israel como otro país están haciendo esfuerzos para evitar que las nubes iraníes produzcan lluvia”, aseguró Gholam Reza Jalali, un alto funcionario de la poderosa Guardia Revolucionaria del país, en un discurso de 2018.

El país no nombrado eran los Emiratos Árabes Unidos (EAU), que habían comenzado un ambicioso programa de siembra de nubes, en el que se le inyectan productos químicos a las nubes para intentar forzar la precipitación. Las sospechas de Irán no sorprenden, dadas sus tensas relaciones con la mayoría de las naciones del golfo Pérsico, pero el verdadero propósito de estos esfuerzos no es robar agua, sino simplemente lograr que llueva en tierras resecas.

A medida que el Medio Oriente y África del Norte se han ido secando, los países de la región se han embarcado en una carrera para desarrollar productos químicos y técnicas que esperan les permitan exprimir las nubes que de otro modo flotarían de manera infructuosa sobre sus cabezas.

Doce de los diecinueve países de la región promedian menos de 254 milímetros de lluvia al año, una disminución del 20 por ciento en los últimos 30 años. Es por eso que sus gobiernos están desesperados por cualquier incremento de agua dulce y muchos ven la siembra de nubes como una forma rápida para abordar el problema.

Y mientras países ricos como los Emiratos Árabes Unidos le inyectan cientos de millones de dólares al esfuerzo, otras naciones se han ido uniendo a la carrera, pues quieren asegurarse de no perder su extracto de lluvia antes de que los demás sequen los cielos, todo esto a pesar de las serias dudas sobre si la técnica genera suficiente lluvia como para que valga la pena el esfuerzo y el gasto.

Un equipo del Centro Nacional de Meteorología y Sismología equipa un avión con bengalas higroscópicas que liberan material de siembra en las nubes en Al Ain, Emiratos Árabes Unidos, el 3 de marzo de 2022. (Bryan Denton/The New York Times)
Un equipo del Centro Nacional de Meteorología y Sismología equipa un avión con bengalas higroscópicas que liberan material de siembra en las nubes en Al Ain, Emiratos Árabes Unidos, el 3 de marzo de 2022. (Bryan Denton/The New York Times)

Marruecos y Etiopía tienen programas de siembra de nubes, al igual que Irán. Arabia Saudita acaba de iniciar un programa a gran escala y media docena de otros países del Medio Oriente y África del Norte lo están considerando.

El programa más ambicioso del mundo lo tiene China y su objetivo es estimular la lluvia o detener el granizo en la mitad del país. Busca forzar a las nubes a que produzcan lluvia sobre el río Yangtsé, el cual se está secando en algunos sectores.

Si bien la siembra de nubes ha existido durante 75 años, los expertos afirman que la ciencia aún está por probarse. Menosprecian especialmente las preocupaciones de que un país seque las nubes a expensas de otros.

La vida útil de una nube, en particular el tipo de cúmulos con mayor probabilidad de producir lluvia, rara vez supera el par de horas, afirman los científicos atmosféricos. En ocasiones, las nubes pueden durar más, pero rara vez lo suficiente como para llegar a otro país, incluso en el golfo Pérsico, que tiene siete países amontonados.

Pero varios países del Medio Oriente han ignorado las dudas de los expertos y están impulsando planes para exprimir cualquier humedad posible de las nubes que de otro modo no serían muy generosas.

En la actualidad, el líder regional incuestionable son los EAU. Ya en la década de 1990, la familia gobernante del país reconoció que mantener un suministro abundante de agua sería igual de importante que las enormes reservas de petróleo y gas de la nación para mantener su estatus como capital financiera y comercial del golfo Pérsico.

Si bien había suficiente agua para sostener a la población del pequeño país en 1960, cuando había menos de 100.000 habitantes, para 2020 la población se había disparado a casi 10 millones. La demanda de agua también se multiplicó: los residentes los EAU ahora usan aproximadamente 556 litros por persona al día, en comparación con el promedio mundial de 178 litros, según un trabajo de investigación de 2021 financiado por los EAU.

En la actualidad, esa demanda está siendo cubierta por plantas desalinizadoras. Sin embargo, la construcción de cada instalación cuesta 1000 millones de dólares (y hasta más) y requiere enormes cantidades de energía para funcionar, especialmente en comparación con la siembra de nubes, afirmó Abdulla Al Mandous, director del Centro Nacional de Meteorología y Sismología en los Emiratos Árabes Unidos y líder de su programa de siembra de nubes.

Después de 20 años de investigación y experimentación, el centro ejecuta su programa de siembra de nubes con protocolos casi militares. Nueve pilotos tienen turnos de espera y están listos para despegar apenas los meteorólogos que se concentran en las regiones montañosas del país detectan una formación climática prometedora. Idealmente, son los tipos de nubes que pueden alcanzar alturas de hasta 40.000 pies (12 kilómetros).

Los EAU utilizan dos sustancias para la siembra: el material tradicional hecho de yoduro de plata y una sustancia recientemente patentada y desarrollada en la Universidad de Khalifa en Abu Dabi que utiliza nanotecnología y que, según los investigadores, se adapta mejor a las condiciones cálidas y secas del golfo Pérsico. Los pilotos inyectan los materiales de siembra en la base de la nube, lo que permite que las poderosas corrientes ascendentes los eleven decenas de miles de metros.

Luego, en teoría, el material de siembra, conformado por moléculas higroscópicas (es decir, que atraen el agua), se une a las partículas de vapor de agua que forman una nube. Esa partícula combinada es un poco más grande y a su vez atrae más partículas de vapor de agua hasta que forman gotitas, las cuales poco después se vuelven lo suficientemente pesadas como para convertirse en lluvia, todo esto sin un efecto ambiental apreciable de los materiales de siembra, afirman los científicos.

Eso es lo que sucede, en teoría. Pero muchos en la comunidad científica dudan por completo de la eficiencia de la siembra de nubes. Un obstáculo importante para muchos científicos atmosféricos es la dificultad, por no decir imposibilidad, de documentar los aumentos netos de las precipitaciones.

“El problema es que una vez que siembras, no puedes determinar si esa nube hubiera generado lluvia de todos modos”, afirmó Alan Robock, científico atmosférico de la Universidad de Rutgers y experto en evaluación de estrategias de ingeniería climática.

Otro problema es que los cúmulos de nubes altos más comunes en el verano en los EAU y zonas cercanas pueden ser tan turbulentos que es difícil determinar si la siembra tiene algún efecto, afirmó Roy Rasmussen, científico sénior y experto en física de nubes del Centro Nacional de Investigación Atmosférica en Boulder, Colorado.

Israel, pionero en la siembra de nubes, detuvo su programa en 2021 después de 50 años porque al parecer, en el mejor de los casos, producía ganancias marginales en la precipitación. El programa no era “económicamente eficiente”, declaró Pinhas Alpert, profesor emérito de la Universidad de Tel Aviv, quien realizó uno de los estudios más completos sobre el programa.

Los EAU utilizan dos sustancias para la siembra: el material tradicional hecho de yoduro de plata y una sustancia recientemente patentada y desarrollada en la Universidad de Khalifa en Abu Dabi que utiliza nanotecnología y que, según los investigadores, se adapta mejor a las condiciones cálidas y secas del golfo Pérsico. Los pilotos inyectan los materiales de siembra en la base de la nube, lo que permite que las poderosas corrientes ascendentes los eleven decenas de miles de metros.

Luego, en teoría, el material de siembra, conformado por moléculas higroscópicas (es decir, que atraen el agua), se une a las partículas de vapor de agua que forman una nube. Esa partícula combinada es un poco más grande y a su vez atrae más partículas de vapor de agua hasta que forman gotitas, las cuales poco después se vuelven lo suficientemente pesadas como para convertirse en lluvia, todo esto sin un efecto ambiental apreciable de los materiales de siembra, afirman los científicos.

Eso es lo que sucede, en teoría. Pero muchos en la comunidad científica dudan por completo de la eficiencia de la siembra de nubes. Un obstáculo importante para muchos científicos atmosféricos es la dificultad, por no decir imposibilidad, de documentar los aumentos netos de las precipitaciones.

“El problema es que una vez que siembras, no puedes determinar si esa nube hubiera generado lluvia de todos modos”, afirmó Alan Robock, científico atmosférico de la Universidad de Rutgers y experto en evaluación de estrategias de ingeniería climática.

Otro problema es que los cúmulos de nubes altos más comunes en el verano en los EAU y zonas cercanas pueden ser tan turbulentos que es difícil determinar si la siembra tiene algún efecto, afirmó Roy Rasmussen, científico sénior y experto en física de nubes del Centro Nacional de Investigación Atmosférica en Boulder, Colorado.

Israel, pionero en la siembra de nubes, detuvo su programa en 2021 después de 50 años porque al parecer, en el mejor de los casos, producía ganancias marginales en la precipitación. El programa no era “económicamente eficiente”, declaró Pinhas Alpert, profesor emérito de la Universidad de Tel Aviv, quien realizó uno de los estudios más completos sobre el programa.

© 2022 The New York Times Company