Por qué Guadalajara es "la ciudad más mexicana de México" (y lo que va más allá del estereotipo)
El "cantarito" es un coctel mexicano que se sirve en vaso de barro, se hace con tequila, toronja y limón y es producto bandera de miles de bares alrededor del país, pero sobre todo acá, en Jalisco, en el occidente de México.
En el "Cantarito del Güero", uno de estos famosos bares en las carreteras próximas a Guadalajara, segunda ciudad del país y capital de Jalisco, me encontré con varios grupos de turistas chicanos —es decir, de estadounidenses con raíces mexicanas— que cantaban rancheras y vestían sombrero y botas de charro.
"Cada quien tiene en su alma lo que tiene", me dijo Ariana, nacida en Pasadena, California, con un perfecto español de sutil acento anglo.
Con su cantarito rebosante en la mano, la mexicano-estadounidense añadió: "Nosotros (los chicanos) venimos aquí porque conectamos con el ambiente, la felicidad y la alegría. Porque contactamos con nuestras raíces".
Turistas hay en cada rincón de México, pero turistas chicanos hay, sobre todo, aquí: en la región que se conoce como "la más mexicana de México" porque es cuna del mariachi, del tequila y del charro; es decir, la fuente de una imagen de la mexicanidad conocida en el extranjero que tiene mucho de postal, pero también de realidad.
Y si no, que lo diga Armando Pérez de León, un ranchero de bigote frondoso y sombrero negro que entrevisté en Cocula, un pueblo de la zona: "Esta es la ciudad más bonita de México porque aquí se vive bien tranquiiilo (…) Acá nos gusta ordeñar las vaquiiitas, el ganado, el caballo, es lo que nos gusta, es hermoso, porque se vive tan tranquiiilo en el raaancho".
Sus manos gruesas, la prolongación de la penúltima vocal de cada palabra, su sombrero de ala empinada y su masculinidad amable y decidida me hicieron pensar en Armando como personaje de una película del Cine de Oro mexicano de los años 1930.
De alguna manera, lo es: es en ese momento cuando se popularizó esta postal charra. Veamos, entonces, qué hay de cierto (y qué no tanto) de que Guadalajara es la ciudad más mexicana de México.
Una definición de "lo más mexicano"
Antes que nada habría que diferenciar entre Guadalajara, la ciudad de 6 millones de habitantes que se lleva el apelativo de la más mexicana, y el entorno rural que la rodea, que es donde realmente están los elementos culturales que fundamentan el famoso estereotipo.
Luego habría que definir de quién se está hablando: el campesino del noroccidente de México, hombre, macho, que empieza por Pancho Villa, pasa por Cantinflas y termina en Vicente Fernández. Una amalgama de personajes, fenómenos y tiempos históricos que se reduce a una imagen: el ranchero bigotudo que da origen a instituciones como el charro y el mariachi.
Al campesino de la zona, el charro, casi no se ve en la ciudad, que es tan diversa, cosmopolita y desigual como cualquier metrópoli latinoamericana. O se ven, pero en zonas puntuales o tiendas que venden los sombreros de ala ancha, las sillas de caballo talladas en cuero y las botas puntudas de cuero y tacón.
En el centro de Guadalajara hay una Plaza de los Mariachis, que tiene dos esculturas en referencia a los músicos. Y poco más.
En Cocula, en cambio, a 60 kilómetros, los rancheros y rancheras son la norma, decorando la calle con un mar de sombreros de ala grande.
Hay, también, un Museo del Mariachi, que cuenta la historia de origen de un género que surgió en fiestas de matrimonio, en marriages, que mexicanos de origen campesino oficiaban para familias estadounidenses en esta zona que, pese a estar a 1.000 kilómetros de la frontera, parece cerca.
Jalisco es el segundo estado de México con más mexicanos en Estados Unidos —hay al menos 3 millones de jaliscienses, según cifras oficiales— y es el tercero con más estadounidenses residentes, a pesar de que no está pegado a la frontera.
Ajijic, por ejemplo, es un pueblo de la zona al pie del hermoso lago de Chapala. Y está, como dirían acá, "lleno de gringos". Los avisos de los restaurantes están en inglés; reciben dólares.
Otro de esos pueblos mágicos de Jalisco es Tequila, una colorida aldea colonial entregada al turismo de las destilerías, las grandes casonas que reciben decenas de personas interesadas en conocer cómo se convierte el agave, una suculenta de hojas gruesas y espinas leñosas, en una ahumada y cristalina bebida de entre 35 y 45% de alcohol.
"Esta cultura rural fue adoptada por Guadalajara, y México en general, como si hubiera existido una campaña de mercadotecnia según la cual nosotros somos eso", dice Antonio Ortuño, un reconocido escritor tapatío (el gentilicio de la ciudad).
Y añade: "Esta nunca ha sido una ciudad llena de mariachis, ni mucho menos de charros, y se toma tequila como en cualquier parte de México. Entonces, fue una decisión sobre cuál es nuestra identidad, y muchas familias tradicionales de hacendados se terminaron identificando con eso y fue lo que se retrató en la comedia y la tragedia rancheras del cine mexicano".
La idea de que el mexicano es un ranchero de bigote se consolidó en los años 30, cuando el cine mexicano, en parte surgido de Guadalajara, suplió la demanda de un Hollywood en crisis y México, tras una revolución social, estaba en proceso de definir los rasgos de su identidad.
Actores como Jorge Negrete y Pedro Infante —y músicos como Vicente Fernández, que tiene un rancho a las afueras de la ciudad con estatua y lienzo para la charrería— forjaron esta imagen del mexicano que, así haya sido parte de una campaña, existe: en estos pueblos la ranchera suena en el parlante de la plaza central, hay escuelas para niños mariachis y los hombres de sombrero y bigote, como los actores de los 30, deambulan por las calles con parsimonia mística, profesando cierto idealismo por el trabajo y el amor romántico.
"Mire, le voy a decir una cosa", me advirtió J. Reyes González, un ranchero de 80 años que disfrutaba la mañana con su pareja al son de una ranchera que sonaba en el celular. "Este es un pueblito humiiilde, donde casi toda la gente trabaja pa' medio comer y pa' medio la renta".
Su novia, Adela, añadió: "Él es un ranchero original, él no es un pirata".
Y luego él: "Si le digo que ella me robó, no lo creeea, me llevó pa' Guadalajaara, no se creeea".
Otra vez me sentí hablando con un personaje de Pedro Infante.
En qué no es la región más mexicana
Pero si la postal del mexicano bigotudo existe, hay al menos otra postal del mexicano que por acá casi no se ve: la indígena, aquella de las artesanías coloridas, los rituales espirituales y la medicina ancestral.
Según el último censo, Jalisco es hoy el estado con menos presencia indígena en un país donde una de cada cuatro personas se declara descendiente de indígenas.
"El ranchero le da la espalda al México indígena", me dijo Luis Vicente de Aguinaga, un poeta y profesor de literatura. "Y eso distingue a Jalisco, no sólo cultural sino brutal y violentamente, del México rural indígena".
Esta región no era parte del espacio gobernado por el Imperio Azteca. Los grupos indígenas que encontraron los españoles eran pequeños, diversos, algunos seminómadas. Y el conquistador, Nuño de Guzmán, fue más sanguinario y menos dialogante que su homólogo en el centro del país, Hernán Cortés.
El ranchero, de hecho, es más blanco y criollo que el mexicano del centro para el sur, que es moreno y mestizo.
Casi al tiempo que se popularizó la imagen del ranchero surgió una corriente de artistas especializados en murales que tuvo un impacto profundo en la idea de la mexicanidad.
"Los muralistas, con todo y lo polémico que tienen, incluyeron a casi todos los mexicanos en la narrativa de nación. Y esa narrativa continúa, y pasa por (la película) Coco, pasa por la película de Pedro Páramo, pasa por Frida en una camiseta: son las postales nacionales que cambian y son exageradas, pero, también, son asideros de identidad", dice Verónica López, una reconocida periodista cultural de Guadalajara.
Entonces: Jalisco es región es la más mexicana, pero depende del México que se quiera destacar. Porque hay unos cuantos.
Las cosas fuera de la postal
Y uno que recientemente ha hecho mella en el mundo es el México del narcotráfico, que más allá de la violencia y la ilegalidad, también ha sido un fenómeno cultural, urbano y musical que ha alimentado la identidad.
"Esta es también la ciudad más mexicana en la medida en que fue la primera ciudad donde los narcos fueron a invertir su dinero", dice Ortuño, quien empieza uno de sus libros, "Olinka", con uno de los datos clave de Guadalajara: la mitad del lavado de dinero ilegal que se hace en el mundo ocurre acá, según datos del Departamento de Estado de Estados Unidos.
Guadalajara era la ciudad más grande en la zona donde surgió el narco, el norte mexicano, y el poder político de las instituciones y partidos acá era menor que en el centro del país, lo que generó espacio para una élite emergente.
Parte del desarrollo reciente de la ciudad, evidente en el impresionante skyline de edificios modernos de la zona noroccidental, fue financiado con dinero del narcotráfico: lo dicen los propios tapatíos, que identifican la zona como "la Guadalajara buchona", en referencia a la estética y las maneras narco.
Y esa es parte inevitable de la identidad actual de la ciudad.
A lo que se añaden otras cosas: una gastronomía suculenta que le dio al país —y al mundo— instituciones como la torta ahogada, el pozole y la birria; una Feria Internacional del Libro que convoca un millón de lectores, escritores y editores al año; y una corriente de contracultura que, entre otras cosas, hace de la ciudad un museo de la arquitectura moderna y un núcleo nacional del movimiento LGBTI.
Guadalajara es, como cualquier ciudad grande, muchas cosas. Es todo eso, y es también —con sus omisiones— la ciudad más mexicana de México.