La doble vida de Dominique Pelicot, condenado a 20 años de prisión por drogar a su esposa Gisèle para que decenas de hombres la violaran
Había algo en el estilo arrogante de Dominique Pelicot, su élan -como dirían los franceses- que inmediatamente le pareció extraño al psiquiatra.
Allí estaba. Un jubilado de 68 años que ya había pasado varios meses en una de las cárceles más notorias de Francia, Les Baumettes, en Marsella. La prisión era un lugar lúgubre e intimidante, abarrotado con los miembros de las bandas de narcotraficantes en pugna de la ciudad portuaria.
Y, sin embargo, el hombre que se levantó para saludar al doctor Laurent Layet en la sala de visitas en un día frío de febrero de 2021 parecía "limpio, pulido... Acababa de cortarse el pelo. Se acercó a mí con una actitud asertiva".
Layet se sorprendió, por decirlo de forma suave.
El psiquiatra fue el primero de muchos en examinar a Dominique Pelicot. Cada experto buscaba pistas para explicar cómo este jubilado aparentemente afable había podido cometer crímenes tan grotescos y engañar a su víctima desprevenida durante tanto tiempo.
En todos los años que ha entrevistado a cientos de violadores y presuntos violadores a petición de la policía y de los fiscales franceses, Layet nunca se había topado con alguien como este exelectricista de pelo canoso, que esperaba tranquilamente ser procesado por drogar a su esposa Gisèle e invitar a docenas de desconocidos a violarla mientras ella yacía inconsciente en el dormitorio de la pareja.
"Algo no cuadraba. Nunca me había encontrado con un caso tan excepcional", aseguró Layet.
Enfermo, pero no loco
Al final de un agotador juicio de cuatro meses que ha enfurecido a Francia y más allá -incluso cuando se sintieron inspiradas por la dignidad y el coraje de Gisèle-, la actitud segura de Dominique Pelicot y su presencia grandiosa en la sala del tribunal de Aviñón, permanecieron intactas.
Se podría esperar que un hombre en la posición de Pelicot -un depredador sexual y violador repudiado mundialmente, que enfrenta la perspectiva casi segura de morir en prisión- asumiría una posición miserable. Y hubo un puñado de breves momentos en los que lloró, abiertamente, en el tribunal, generalmente por la situación en la que se encontraba.
Pero la mayor parte del tiempo adoptó una pose altanera, con el micrófono de la sala en una mano, el cuerpo encorvado en una silla tipo trono (para acomodarse a los problemas de salud del acusado), a veces luciendo aburrido y otras interviniendo como un maestro de ceremonias que intenta mantener en su lugar a un circo rebelde -los otros 50 hombres que están siendo juzgados junto a él.
"Soy un violador, como los demás en esta sala. Ellos lo sabían todo", entonó, hablando con la confianza de que sus palabras pondrían fin a toda discusión posterior.
Pero, ¿qué debemos hacer con esa actuación? ¿Y qué hemos aprendido realmente de esta figura de papada y cabello gris, con su bastón negro y bufanda, que ha permanecido sentado en una jaula de cristal? ¿Qué hemos aprendido de este violador en serie cuya crueldad casi ha sido eclipsada en la imaginación pública por la dignidad y el coraje demostrados por su ex esposa?
Layet conoció a Dominique a fines del verano de 2020 en una estación de policía en la cercana ciudad de Carpentras, inmediatamente después de su arresto por filmar con una cámara debajo de las faldas de las mujeres en un supermercado local.
Cuando fue llamado para evaluar a Pelicot, el psiquiatra notó la ligereza con la que el hombre desestimó su crimen, como un abuelo gentil al que pillan guardándose unos cigarrillos en el bolsillo.
Layet detectó una "disonancia" en el comportamiento del sujeto y la fuerte implicación de que estaba ocultando algo más serio. Así que le dijo a la policía que este caso merecía una inspección más detallada.
En el tribunal, años después, después de dos largas entrevistas en prisión con Pelicot y con más de 20 de los otros acusados, Layet presentó una evaluación más profunda al panel de jueces.
Layet, un testigo experto mesurado y elocuente, destacó que Pelicot no mostraba signos de enfermedad mental grave.
No se podía descartar que fuera un "monstruo", pero tampoco era un psicótico incapaz de distinguir entre la realidad y la ficción.
Y, sin embargo, había una "fisura", una división, en la personalidad de Pelicot.
Como una computadora
Un perito más ostentoso podría haber tomado elementos de la cultura popular para compararlo con un atormentado doctor Jekyll y Mr. Hyde, o tal vez con Hannibal Lecter, encorvado en su celda en El silencio de los inocentes (El silencio de los corderos, en España).
En cambio, Layet recurrió a una imagen mundana.
"Casi como un disco duro", sugirió.
Una metáfora adecuada, dado que Pelicot había almacenado pruebas en video de sus crímenes en una tarjeta de memoria de su computadora.
Más tarde, en una entrevista con la BBC en su oficina de Carpentras, Layet explicó que la mente de Pelicot se había dividido, con el tiempo, como un disco de computadora fragmentado, en dos partes completamente separadas "herméticas... sin fugas entre ellas".
"Su personalidad dividida es muy efectiva y muy sólida. Tenemos al 'Pelicot normal' y al 'otro Pelicot por la noche, en el dormitorio'", apuntó.
Cuando se le pidió en el tribunal que explicara ese "otro" Pelicot, Layet aseguró que había detectado una serie de anormalidades emocionales y sexuales.
Los hallazgos quedaron reflejados en un documento de la acusación al que tuvo acceso la BBC:
"Egomanía, fragilidad narcisista, trastornos emocionales... una desviación sexual anormal que combina candaulismo (exponer a tu pareja femenina a otros para el disfrute sexual), voyeurismo y somnofilia", se lee en el informe.
La propia abogada defensora de Pelicot, Beatrice Zavarro, abrazó con entusiasmo la teoría de la "doble personalidad" en sus alegatos finales en el juicio.
La defensora sugirió que el encantador joven del que Gisele Pelicot se había enamorado y con el que se había casado rápidamente en 1973 "no era el hombre que la había dañado".
Pero eso no es lo que Layet -ni los otros psiquiatras que hemos consultado para este artículo- querían decir.
Puede que haya dos caras de la moneda en la conducta de Pelicot, pero -para seguir con la metáfora informática de Layet- solo hay un sistema operativo que controla sus crueles impulsos privados y su comportamiento público.
Una forma más sencilla de decirlo es que Pelicot tiene un trastorno de personalidad antisocial, término que los psiquiatras prefieren hoy en día en lugar de palabras como psicópata o sociópata.
Varios expertos han llegado a la conclusión de que es un diagnóstico razonable para utilizar en el contexto de la mente deformada de Pelicot.
No está "loco", no puede alegar una responsabilidad reducida por sus acciones. Pero sí muestra rasgos bien establecidos de un trastorno de personalidad caracterizado por una falta de empatía hacia otros seres humanos. Esos rasgos pueden haberse agudizado por el abuso sexual que sufrió cuando era niño, explicó el experto.
Un pasado terrorífico
Esto nos lleva a otra pregunta clave: ¿Pelicot se convirtió en violador sólo cuando se jubiló, o se aprovechaba de las mujeres mucho antes de empezar a drogar a su esposa?
Sentada en la parte trasera de la sala un martes por la tarde, al final del juicio, rodeada de periodistas que tecleaban en sus ordenadores portátiles, Florence Rault miró a Dominique Pelicot con una sensación de repugnancia particularmente bien informada.
"Se puede suponer que lo que ocurrió en Mazan... es sólo la culminación de un largo proceso", dijo más tarde, en una entrevista con la BBC.
Rault, abogada especializada en casos penales, sabía algo profundamente inquietante sobre Pelicot: otras acusaciones de crímenes atroces posiblemente más inquietantes que aquellos por los que estaba a punto de ser condenado.
Durante muchos años, la abogada ha estado buscando justicia para dos mujeres que fueron víctimas de experiencias violentas en la década de 1990.
Pelicot está acusado de asaltar e intentar violar a una agente inmobiliaria de 23 años, conocida por el seudónimo de Marion, en los suburbios de París, en 1999, más de 20 años antes de las violaciones por las que ahora ha sido condenado.
La mujer luchó contra el atacante.
Finalmente, él admitió haber estado presente en la escena del crimen en 2021 después de que se encontró ADN (una mancha de sangre en el zapato de la víctima) que coincidía con el suyo.
Sin embargo, el hombre sigue negando que haya intentado violarla y la investigación continúa.
"Una vez que le dijeron que su ADN se encontró en la escena del crimen, dijo 'Sí, estuve ahí'", recordó Rault.
Y ese descubrimiento rápidamente condujo a otro caso sin resolver aún más antiguo. En 1991, otra joven agente inmobiliaria, Sophie Narme, fue violada y asesinada.
Aunque se perdieron pruebas cruciales de ADN, las similitudes entre las escenas eran tan sorprendentes que Pelicot está siendo investigado por el crimen, que él niega. También se está buscando otros posibles vínculos con crímenes anteriores.
Sin remordimiento real
Rault no espera más confesiones de Pelicot en relación con los casos sin resolver.
"Hasta que no se enfrente a pruebas irrefutables lo negará (todo)", dijo Rault, que una vez se sentó junto a Pelicot en una audiencia y, como Layet, quedó impresionada por su comportamiento "relajado y más bien sereno".
Rault lo observó ahora en la sala del tribunal de Avignon y vio la misma actitud.
También observó cómo Pelicot negó enfáticamente y entre lágrimas haber drogado y violado a su propia hija, Caroline, a pesar de haber tomado fotografías profundamente perturbadoras de ella, dormida y sin que ella lo supiera.
"Ella está convencida de que él también abusó sexualmente de ella. Pero como no tenemos ninguna prueba formal como el ADN para presentarle, por supuesto que seguirá negándolo", dijo Rault.
La abogado argumentó que, para Caroline, la agonía de la incertidumbre es tan cruel y traumática como el sufrimiento de una víctima que sabía exactamente lo que le había sucedido.
La actitud de Pelicot hacia su familia en el tribunal fue a menudo reveladora. El psiquiatra señaló que el acusado se centró narcisistamente en el amor que su esposa y sus hijos sintieron una vez por él, pero no en la traición a su confianza.
Para Pelicot, esto "comenzó como una historia de amor" y "no quiere que se ignore", explicó Layet.
Sin embargo, Rault buscó en el tribunal otras señales, sobre todo, buscó reforzar la sensación de que los crímenes de Pelicot fueron altamente premeditados.
"Los violadores en serie… suelen tener un impulso. Cometen una violación. Se van y luego se olvidan. Este no es el caso de (Pelicot) en absoluto", dijo.
Rault recordó las acciones metódicas del atacante de Marion dentro de la oficina de una agencia inmobiliaria en 1999. La forma en que inventó una excusa para volver a su auto, casi con toda seguridad para recoger una cuerda y una botella de éter para drogarla.
Luego, Rault señaló que el hombre en la jaula de cristal en Aviñón demostró un dominio de sí mismo similar y lo vio como una prueba más de que se trataba de un criminal profundamente calculador.
"Cuando dice que tiene impulsos y actúa por impulso, no es nada de eso. Él es muy tranquilo", apuntó.
El mismo día en que Rault estaba en la sala de audiencias de Aviñón, yo estaba sentado cerca.
Gisèle Pelicot estaba a unos metros a nuestra derecha. Docenas de acusados estaban sentados frente a nosotros y Dominique Pelicot estaba en el lado izquierdo.
Durante un receso en el juicio, me acerqué a él.
Según la ley francesa, los periodistas no están autorizados a hablar con los acusados. En su lugar, me quedé un rato observándolo mientras estaba sentado en su silla, detrás de su pared de vidrio, con una mano en su bastón.
Su cabeza se giró hacia mí y sostuvo mi mirada durante lo que debieron ser 20 segundos, aunque se sintió mucho más tiempo. Su expresión no cambió. No parecía parpadear. Y luego, como un hombre aburrido que cambia entre canales de televisión igualmente aburridos, desvió la mirada.
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