¿Quién fue Griselda Blanco, ‘la reina de la cocaína’ que inspiró la nueva serie de Sofía Vergara en Netflix?
Levantó la mirada de la Biblia y con aire de despreocupación, tal y como lo había practicado tantas veces, aseguró: “No, mi nombre es Betty”. No obstante, su pasaporte, cuidadosamente ubicado en la mesita de noche junto a un revólver calibre 38, revelaría todo lo contrario.
¿Lucrecia Adarmez? ¿Arichel Vince-López? ¿Griselda Blanco? Entonces, ¿cuál era su verdadera identidad?
Cuando Bob Palombo, agente de la DEA (Administración para el Control de Drogas) por fin logró detenerla 11 años después, la mujer camaleónica “que podía cambiar de apariencia a gusto y placer” ya contaba con un sinfín de seudónimos. Para algunos era la dona gris, la gorda y la gordita; y para otros, la viuda negra y la madrina.
Quizás aquel día de 1985 hizo una regresión por el parecido que supo tener con la caricatura de Betty Boop, que, a diferencia de Blanco, no había pasado gran parte de su vida rodeada de drogas, orgias, homicidios y pensamientos paranoides.
Perplejo ante tamaña presencia, al momento de la detención, Palombo atinó a presentarse y simplemente le dijo: “Hola, Griselda. Por fin nos conocemos”.
“No me besó, así que solo puedo pensar en lo que le habría gustado hacer[me]”, recordó el exagente durante una entrevista con The Independent.
Si tuviese que adivinar, seguramente pensó en asesinarlo sin ningún tipo de remordimiento, puesto que Blanco no hacía distinciones y asesinaba a sus amantes y enemigos a gusto y placer. De hecho, solía contratar a sicarios motorizados que disparaban a quemarropa, un método por el que tenía predilección y que, paradójicamente, fue el que utilizaron para asesinarla en Medellín en 2012.
Sin embargo, ese 17 de febrero, después de que la sacaran a rastras de su casa en California, mostró un atisbo de vulnerabilidad debajo de su actitud pendenciera.
“Se mostró bastante fuerte y distante, una actitud típica colombiana diría yo, indiferente, sin mostrar ninguna emoción real, pero cuando la metimos en el auto, [todo cambió]. Yo estaba en el asiento trasero con ella, mientras que el otro agente estaba al volante. Condujimos hasta Los Ángeles y, cuando nos acercamos al juzgado, la notamos sobresaltada”, recordó Palombo.
“Me agarró del brazo y pude sentir cómo temblaba. Luego, se dio vuelta y vomitó sobre mi hombro. No mucho, principalmente bilis, pero [ella] sabía que su suerte ya estaba echada. Había llegado la hora de que conocer a sus denunciantes”.
¿Qué paso desde ese entonces?
En los 37 años que transcurrieron desde la detención, Blanco ha cobrado protagonismo en la historia de los capos narcos colombianos, y se encuentra incluso a la altura de sus coetáneos del Cártel de Medellín: Pablo Escobar y Carlos Lehder.
De hecho, aún después de su muerte, sigue siendo la mujer camaleónica cuya imagen ha sido llevada a la pantalla grande y chica con éxitos de taquilla cada vez mayores.
En 2012, el año en que la asesinaron, fue interpretada por Luces Velásquez en la telenovela colombiana Escobar, el patrón del mal. En 2017, Catherine Zeta-Jones se hizo cargo del papel en la película La madre de la cocaína. En la actualidad, Sofía Vergara asumirá el papel estelar en la nueva serie de Netflix, Griselda; mientras que Jennifer Lopez se prepara para filmar la película biográfica La madrina, cuyo desarrollo aún se encuentra demorado.
Lifetime calificó a Blanco como una “pionera”, Netflix, como una “astuta y ambiciosa empresaria colombiana”, y Lopez, como una “antiheroína”, aunque sus tres maridos asesinados y los familiares de las decenas (o cientos) de personas asesinadas por sus caprichos digan todo lo contrario.
“Ella es todo lo que buscamos en cuanto a la narrativa y el dinamismo de los personajes: es tristemente célebre, ambiciosa, confabuladora y escalofriante”, señaló Lopez al aceptar el papel en 2019.
No obstante, la vida real y los crímenes de Blanco son sin duda menos prolijos. Mucho antes de popularizarse entre el público angloparlante en el documental Cocaine Cowboys (2006), y en su secuela Hustlin’ with the Godmother (2008), la historia de Blanco ya formaba parte de los anales de la lucha contra el crimen en los Estados Unidos.
En 1993, con motivo del vigésimo aniversario de la creación de la DEA por el expresidente Richard Nixon para librar la interminable “guerra contra las drogas”, la agencia publicó una revista interna titulada Control de drogas con sucesos importantes en la historia de la agencia, desde su “árbol genealógico” más allá de la prohibición y las principales rutas del narcotráfico, hasta el asesinato del agente especial Enrique “Kiki” Camarena (interpretado por Michael Peña en la serie de Netflix Narcos: México).
En el capítulo titulado Canallas, se enumeran los cinco principales criminales durante los 20 primeros años de vida de la DEA, y Blanco siempre estuvo a la cabeza. En ese entonces, se la considerada más importante que el fundador del cartel de Medellín, Carlos Lehder.
La DEA priorizó la captura de Blanco, muy por encima de otros criminales de Estados Unidos, como Leroy “Nicky” Barnes, líder de la mayor red de narcotraficantes de Nueva York; Wayne “Akbar” Pray, jefe de una organización de traficantes de Nueva Jersey con conexiones en todo el país; y el químico George Marquardt, responsable de causar unas 126 muertes por sobredosis después de desarrollar una droga 400 veces más potente que la heroína pura, a la que también se conoce como fentalino.
¿Pero qué hizo Blanco para generar tanto miedo y expectativas en torno a su captura?
Según declararon miembros de la DEA en 1993, “a Griselda le encantaban los asesinatos. Los cadáveres se apilaban en las calles de Miami como resultado de sus disputas. Estaba rodeada de un grupo de secuaces conocidos como Los pistoleros, cuyo rito de iniciación consistía en asesinar a alguien y cortarle algún miembro corporal para demostrar la hazaña. Se dice que uno de ellos asesinó a un rival desde una motocicleta con un disparo a quemarropa”.
El método se convirtió en la marca registrada del cartel de Medellín y un hecho paradójico vinculado con el asesinato de la propia madrina.
“No sólo aniquiló a rivales y a amantes obstinados, sino que utilizó el asesinato como un método para saldar las deudas que no quería pagar, tal y como sucedió en la masacre de Dadeland, un hecho particularmente sangriento ocurrido en julio de 1979 en un centro comercial de Miami”.
Cuando los cadáveres comenzaron a acumularse en la ciudad, Palombo ya llevaba varios años persiguiendo a Blanco, quien había burlado a sus captores en Queens, Nueva York, durante la Operación Banshee de 1974, uno de los primeros operativos importantes de la DEA desde su establecimiento en 1973.
Doce ciudadanos colombianos fueron condenados por contrabandear semanalmente más de nueve kilos de cocaína, con un valor de USD 2.500.000 (o USD 15.000.000 ajustados por inflación), entre 1972 y 1974 mediante contenedores de carga, lanchas rápidas, valijas, prendas de vestir, perchas de madera huecas e incluso en una jaula para perros con un animal vivo, según consta en un informe sobre el juicio publicado en 1976 en The New York Times.
“[A pesar de todo esto], nunca pudimos aprehenderla”, afirmó Palombo. “Su voz nunca apareció en las escuchas telefónicas, ni en ninguna otra parte, prácticamente”.
Blanco huyó a Colombia, donde la DEA intentó vigilarla y persuadirla para que delatara a los cárteles colombianos, lo cual solo “resultó ser un espejismo, ya que nunca se hizo realidad”, añadió Palombo.
Le siguieron el rastro al menos hasta 1977; sin embargo, se las ingenió para perderse en los barrios de Colombia hasta convertirse en un enigma. Según los rumores, había muerto en un tiroteo en Miami en 1977 y 1980, por lo que Palombo no logró acercarse hasta cinco años después.
En ese ínterin, gran parte de la información conocida sobre Blanco y sus primeros años de vida, al menos fuera de Colombia, se obtuvo gracias a la informante de la DEA, María Gutiérrez, que trabajaba como agente de viajes y que, con el tiempo, se convirtió en amiga, confidente y amor no correspondido de Blanco.
Los orígenes de la reina de la cocaína
Griselda Blanco Restrepo nació en Cartagena, en la costa caribeña de Colombia el 15 de febrero de 1943, mientras el mundo estaba en guerra con la Alemania nazi. Luego de que su padre la abandonara, se mudó a un barrio carenciado de Medellín junto a su madre, quien habría sido una prostituta alcohólica que solía golpearla salvajemente.
Mientras vivía en las calles, Blanco conoció a su primer marido y mentor, Carlos Trujillo, un bebedor empedernido y falsificador de documentos de poca monta. La pareja se trasladó a Nueva York a fines de la década de 1960 y, a los 20 años, Blanco dejó de ser carterista para dedicarse a la falsificación de documentos de identidad y al tráfico de “pequeñas cantidades de marihuana”, según consta en los informes de la DEA).
“Desde un principio, ahí estaba ella”, comentó Palombo. “Su madre era una presunta prostituta... los robos, su participación en la falsificación de pasaportes, el carterismo; toda su vida se desarrolló en torno a la delincuencia. No había ni un poco de integridad en su vida. Casi se podría decir, algo que no hago con frecuencia, que uno debería sentir lástima por alguien que nunca tuvo una oportunidad de verdad”.
En la década de 1960, la “pasta base”, “paco” o “basuco” no gozaba de mucha popularidad en Nueva York. Sin embargo, cuando la droga se cristalizó y hubo un incremento de la demanda a finales de la década, la “innovadora empresaria” dejó de lado la marihuana y adquirió un comercio de ropa interior con el objetivo de ocultar la sustancia en sujetadores y fajas, y contrató a cadetes para importar cocaína a granel.
Recurrió a distintas fuentes de abastecimiento y, al igual que su coetáneo Carlos Lehder, estuvo a favor de compartir los recursos y los riesgos con otros narcotraficantes, lo cual dio origen al cartel de Medellín y a la figura infame de Pablo Escobar.
“Mi madre se dedicó a esto desde los años 60”, reveló su hijo menor y último superviviente, Michael Corleone Blanco Sepúlveda. “Fue una pionera, [y todo] fue una locura”.
Bautizado en honor al célebre personaje de la película El padrino, fue el encargado de compartir detalles desconocidos sobre la vida de su madre durante un pódcast de 2019.
Según comentó, la carrera de su madre comenzó cuando logró que 100 mulas y trabajadores atravesaran Los Andes para importar la famosa variedad de marihuana Colombian Gold a Medellín y, en consecuencia, al mundo entero.
“Era el único barrio que albergaba asesinos, afrocolombianos, prostitutas, contrabando y marihuana, y todo estaba bajo el control de una mujer llamada Griselda Blanco”, relató.
Después de la Operación Banshee que la obligó a mudarse de Nueva York a Colombia, la cocaína cristalizada entró en escena, por lo que Blanco decidió regresar a Miami con el objetivo de inundar la ciudad con un flujo constante de narcóticos.
A principios de la década de 1980, mientras Corleone Blanco transcurría su infancia en la ciudad de Morgan Hill (California) y disfrutaba de una vida aparentemente normal, sus tres hermanos mayores, Uber, Dixon y Osvaldo, dirigían el negocio familiar desde Miami, San Francisco y Beverly Hills.
“Ella ya era una entidad en el cártel de Medellín; la reina. No tenía que escuchar a Pablo, ni doblegarse ante nadie, porque les consiguió a todos sus primeras rutas”, recuerda.
Hacía más de una década que no se veía ni se oía acerca de la mujer camaleónica, cuya habilidad le permitía subir o bajar 10 kilos, cambiar su color de cabello, lucir rica o demacrada, cautivar como lo haría una reina colombiana e incluso dar la apariencia de una madre común y corriente.
El comienzo del fin
En 1983, la DEA y sus enemigos comenzaron a cercarla gracias a una combinación de hechos fortuitos, personas infiltradas en el cartel y, especialmente, dos mujeres más jóvenes.
“Lo que cambió fue su apetito por la violencia. Ya no se ocupaba de los negocios como debía, podía, o lo había hecho en el pasado”, manifestó Palombo.
Así fue como un día, de manera inesperada, la oficina de la DEA en Miami recibió un llamado en el que una madre preocupada aseguraba que su hija, una joven de tez blanca y muy hermosa, estaba saliendo con un traficante de drogas con aspecto hispano quien contaba con un suministro aparentemente infinito de dinero en efectivo: Uber Blanco.
Era la primera vez que la DEA recibía una pista de la madrina desde la década de 1970 y un indicio de que sus hijos, quienes eran demasiado pequeños al momento en que se llevó a cabo la Operación Banshee, se habían convertido en miembros del negocio familiar.
Seis meses más tarde, también tuvieron otro golpe de suerte con la detención de Geraldo Gómez, un colombiano decidido a no abandonar el país porque su hijo era oriundo de los Estados Unidos. Durante los interrogatorios, Palombo descubrió que Gómez, quien se enfrentaba a una posible condena de 10 años y a la deportación, no solo sabía quién era la madrina, sino que además conocía a su familia de la época en que tenía en un taller mecánico en Colombia al que Osvaldo Blanco solía llevar sus vehículos y motocicletas de alta gama. Y lo mejor de todo, su prima estaba en pareja con Dixon Blanco en San Francisco.
Palombo había conseguido la pista que necesitaba.
Gómez fue puesto en el programa de protección de testigos y desde entonces, no se ha sabido nada más de él. Sin embargo, no sería el único. Max Mermelstein, un contrabandista judío estadounidense que fue pionero en transportar cocaína de Medellín a Miami, también se unió al programa de testigos después de evadir una orden de captura impuesta por el cartel, cuya recompensa rondaba los USD 3.000.000.
“[Griselda Blanco] veía fantasmas del pasado y le costaba conciliar el sueño por las noches. Max nos contó que solía contratar a mujeres jóvenes para que durmieran con ella. Por otra parte, también tenía encuentros sexuales con ellas en alguna de las orgías salvajes que organizaba en Miami”, relató Palombo.
Sus enemigos también la tenían rodeada
Según señaló Palombo, en ese entonces, Blanco enfrentaba acusaciones por el asesinato de un familiar de Jorge Ochoa, otro fundador del cártel de Medellín.
Después de escapar de Miami, la madrina logró mimetizarse perfectamente con la vida californiana, por lo que Palombo no la reconoció la primera vez que se cruzó con ella en el vestíbulo de un hotel en Newport Beach.
“Cuando la vi por primera vez, estaba vestida como una estadounidense de mediana edad, bastante exigente consigo misma. Llevaba una peluca rubia impecable y estaba muy bien arreglada. Su vestido y su apariencia trasmitían elegancia”, recordó.
Un par de meses después, todo cambió drásticamente: vestía de manera descuidada, estaba despeinada con el pelo hecho un desastre y mal teñido, y tenía un aspecto demacrado. “Un camaleón que cambia a voluntad”, señaló Palombo.
Además, en cuanto al estado mental de Blanco, afirmó: “Con el tiempo, se volvió más paranoica porque tuvo que huir de Miami debido a los sicarios que la perseguían”.
¿Por qué estuvo a punto de quedar en libertad?
Stephen Schlessinger, que se había desempeñado como fiscal en el distrito sur de Nueva York durante la Operación Banshee, se encontraba en el sur de Florida cuando Blanco fue a juicio.
El tema de las drogas “no estaba en discusión”, y los fundamentos del caso eran las conversaciones grabadas entre Blanco, sus tres hijos y el informante Gómez, lo que le permitió a la DEA acercarse por primera vez a Blanco en los Estados Unidos.
“El caso continuó sin un gramo de cocaína ni un centavo de las ganancias vinculadas con el narcotráfico. Se trataba, básicamente, de una conspiración relacionada con las drogas y las únicas pruebas eran estas conversaciones. O sea, era puro palabrerío”, le informó Schlessinger a The Independent.
Solo tenían conversaciones grabadas en español, repletas de eufemismos, que debían ser narradas e interpretadas por los agentes del caso y expertos en la jerga propia del narcotráfico, para que el jurado pudiera comprenderlas.
No era un caso abrumador.
Schlessinger consideró incluir la acusación de la Operación Banshee, pero luego descartó la idea, ya que el caso era demasiado antiguo y las pruebas físicas no se podían encontrar. El pasado, los asesinatos, nada de eso se procesó en su primer juicio.
Hasta el día de hoy, Schlessinger no entiende cómo Blanco no quedó en libertad.
“Nos levantamos y tuvimos dos días de juicio, que consistieron principalmente en ocuparnos del asunto. Estuve allí perdiendo el tiempo y yéndome por las ramas. Nos preparábamos para reproducir las cintas y explicarlas lo mejor posible”, recordó.
“La mañana del tercer día de juicio, su abogado se levantó y, sin avisarme, dijo: ‘Vamos a declararnos culpables’. No tenía ni idea de cuál era el motivo o la razón”.
Durante la sentencia, el difunto juez Eugene Spellman criticó fuertemente a la acusada e incluso llegó a llamarla “lo peor desde Ma Baker”, según relató Schlessinger. A continuación, le impuso el máximo legal establecido: 35 años en prisión.
La decisión generó confusión en la sala. La madrina, aferrada a un rosario y a una Biblia y completamente vestida de negro, se mantuvo estoica, mientras que la defensa empalideció al escuchar la decisión.
Tras la audiencia, Schlessinger y Palombo, satisfechos con el trabajo realizado, decidieron salir a comer algo para celebrar la ocasión. ¡La mujer camaleónica por fin estaría encerrada!
Pero la alegría no duró demasiado. Mientras disfrutaban de unas hamburguesas, Schlessinger recibió un mensaje en su localizador: “El juez quiere verte de inmediato”.
“Fue bastante inquietante porque me acerqué a su despacho y no había absolutamente nadie, […] solo estaba él y básicamente me dijo: ‘Bueno, Steve, cometí un error. Tuve una conversación... Le prometí 10 u 12 años, pero me olvidé’", señaló.
El juez, que en ese entonces ya era un hombre de edad avanzada, se habría olvidado de un acuerdo celebrado de manera confidencial, en función del cual la condena de Blanco no podría superar la de sus tres hijos (Uber, Dixon y Osvaldo), que habían sido sentenciados poco antes del juicio.
De acuerdo con Schlessinger, se le pidió que aceptara la modificación de la declaración verbal en la declaración formal por escrito, puesto que sería “muy peligroso” para los abogados defensores de Blanco si no lo hacían. El abogado defensor Roy Black se comunicó con The Independent por correo electrónico y señaló que no tenía nada más que añadir al expediente público.
Entonces, ¿qué más se podía hacer al respecto? Según Schlessinger, se les presentó dos opciones: aceptar la sentencia o enfrentar un nuevo juicio.
“No había duda alguna... De verdad, no teníamos ninguna opción. No era un caso sólido, particularmente en su contra. Las conversaciones de los hijos eran un poco más coherentes e incriminatorias, pero lo de ella era un caos, puro palabrerío”, expresó.
“Lo que estaba pasando nos generó mucha indignación. En términos generales, toda la situación era un fiel reflejo del sistema judicial en el sur de la Florida a principios de la década de 1980”.
Mientras Blanco cumplía su condena, los fiscales estatales recabaron un sinnúmero de pruebas que la vinculaban con varios casos de asesinato, por lo que se llegó a creer que pasaría el resto de sus días entre las rejas, o quizás en la silla eléctrica. Sin embargo, logró otro acuerdo después de que los secretarios de la oficina del fiscal del estado de Miami-Dade quedaran involucrados en un escándalo telefónico de carácter sexual con un testigo clave, Jorge “Rivi” Ayala, el sicario predilecto de Blanco.
Se declaró culpable de tres cargos de asesinato en segundo grado en 1998 y salió en libertad en 2004 cuando la deportaron a Medellín. Permaneció en la ciudad durante los siguientes ocho años y fue asesinada en 2012; algo que superó las expectativas generales.
Según se cree, a sus enemigos les llevó ocho años encontrarla y es una teoría con la que Schlessinger concuerda. Quizás lo único sorprendente fue que el hecho no ocurrió antes. En cuanto a su familia, tres de sus cuatro hijos también fueron asesinados después de cumplir su condena y regresar a Colombia.
Palombo, sin embargo, tiene su propia teoría sobre los últimos días de la madrina. Para él, el hecho de que no la asesinaran apenas puso un pie en Medellín, a diferencia de lo que ocurrió con sus hijos, le resultaba desconcertante. Blanco residía en un barrio lujoso y se dejaba ver público, por lo que, si alguien hubiese querido vengar a un ser querido perdido, no habría tardado ocho años en encontrarla.
“Ella no se escondía, en absoluto. La mataron en una carnicería del mercado, y según mis fuentes, la respetaban mucho en la comunidad. Supuestamente, era muy benevolente con las personas oprimidas, y esa puede haber sido una de las razones por la que a mucha gente le resultaba indiferente”, manifestó el exagente de la DEA.
#CartelCrew's Michael Blanco's lived life to the fullest and growing up in Medellin, Colombia comes with stories you can't forget!
Catch the return of @CartelCrew MON OCT 7 at 9/8 on @VH1! pic.twitter.com/0AJsQrdf6S— VH1 (@VH1) September 18, 2019
Otra razón podría haber sido el hecho de que "para el mundo criminal, no hay nada peor que cuando alguien se convierte en informante”.
Después de eludir los controles de la DEA durante décadas, pasar desapercibida, rechazar propuestas para delatar a los carteles y cumplir su condena, ¿hubiese sido capaz de unirse al programa de protección de testigos del Estado?
Nunca lo sabremos.
Blanco fue asesinada el 3 de septiembre de 2012, a los 69 años. La sobrevivió su hijo menor, Michael Corleone Blanco, también conocido como Michael Corleone Sepúlveda en honor a su padre Darío Sepúlveda.
Al momento de la muerte de su madre, se encontraba bajo arresto domiciliario después de haber sido detenido el 12 de mayo de 2011 por dos delitos de tráfico de cocaína y conspiración para traficar con cocaína, según informó el medio The Miami New Times.
Blanco Sepúlveda no respondió a los múltiples pedidos de entrevista que se hicieron para elaborar este reportaje.
Desde la muerte de su madre, Blanco Sepúlveda ha declarado en entrevistas que se encuentra alejado del negocio familiar. Es uno de los protagonistas del reality Cartel Crew del canal VH1, que cuenta con tres temporadas desde 2019. Su boda se transmitió en un episodio de 2021 y, en la actualidad, tiene hijos propios a su cargo.
Antes del estreno de la serie, Blanco Sepúlveda participó en el pódcast del artista de hip-hop Bern y habló sobre cómo abandonar ese estilo de vida, cómo vivir sin miedo y cómo ser un emprendedor. También se refirió a su empresa de indumentaria casual Pure Blanco, promocionada como una “marca según el estilo de vida multimillonario del cartel” en los rubros de la moda, el cine, la música, los derechos y el cannabis, que incluye la colección La Madrina Wake N Vape Collection para “tener una dosis de los años 80”.
Al respecto, Blanco Sepúlveda destacó: “Mi madre me enseñó a ser un camaleón”.
Traducción de Noelia Hubert