¿Quién fue el godo Alarico y por qué saqueó Roma en el año 410?
A mediados del siglo VI, un historiador que vivía en la Constantinopla del emperador Justiniano estaba escribiendo una obra sobre los orígenes de los godos. Dependía de un texto que él había podido consultar pero que lamentablemente se ha perdido en el túnel del tiempo.
Jordanes, a la sazón autor de estirpe goda, había leído la historia que, unas décadas antes, había redactado el senador Casiodoro sobre los godos. Este, a su vez, había trabajado en la corte ostrogoda de Teodorico en Italia y estaba muy bien informado sobre estos temas. Sea como fuere, Jordanes, en la Getica, que es el texto que hoy podemos leer, recogía una tradición que remontaba el origen último de los godos al sur de Escandinavia.
Semejante cuestión es hoy para nosotros poco más que una penumbra científica. Lo realmente empírico es que las fuentes romanas localizan diferentes grupos godos al norte del Danubio en los siglos III y IV de nuestra era. O, lo que es lo mismo, al norte del limes, la frontera del Imperio. Las relaciones entre Roma y los godos fueron tanto diplomáticas como hostiles durante aquella época.
Los godos en el Imperio
Todo varió muy avanzado el siglo IV. Tenemos los detalles gracias a una fuente extraordinaria, el historiador Amiano Marcelino, que había sido oficial romano y estaba muy bien informado. El emperador romano Valente necesitaba mano de obra barata para las tierras de las provincias imperiales al sur del gran río, así como tropas auxiliares para su proyectada campaña contra el gran rival de Roma por el este: el imperio de los persas sasánidas.
Por su parte, los distintos grupos godos, cuyos nombres hoy nos resultan disuasorios, tales como tervingios o greutungos, entre otros, deseaban entrar en el Imperio. Desde las estepas asiáticas los hunos (aún no los de Atila, para eso faltaba un siglo) hostigaban sus posiciones en un escenario de triste actualidad, como es el caso de la actual Ucrania.
Semejante convergencia de intereses provocó un pacto. Los godos, con distintos ritmos según cada caso, fueron pasando al Imperio en 376. Pero dos años después las autoridades romanas locales incumplieron sus pactos de asentamiento en las provincias inmediatamente al sur del Danubio. Los godos fueron hacinados en una especie de campos de concentración y las autoridades locales romanas aprovecharon para esclavizar a parte de su población.
Después de un efímero asentamiento, en el verano de 378 se luchó en Adrianópolis (en el actual cuernecito de la Turquía europea) precisamente porque los romanos no habían cumplido la promesa de establecerlos con seguridad para las labores agrarias que habían pactado.
El liderazgo de Alarico
A partir de ahí, el emperador Teodosio logró reconstruir el ejército y la administración romana en las provincias orientales. Y pactó con los godos para que estos funcionasen como mano de obra agraria, eventualmente como tropas auxiliares. A la vez, Alarico fue emergiendo como líder entre las diferentes tribus, confederaciones, grupos godos, de tal modo que sobrepasó las tradicionales jefaturas parciales.
Ambos ejércitos participaron en 394 en una batalla en la que Teodosio tuvo que librarse de un enemigo interno, el ejército del usurpador Eugenio, que quería hacerse con el control del occidente del Imperio de forma ilegítima. Las cosas les fueron mal y sufrieron numerosas bajas. Eso parece que incentivó a Alarico, que fue asentando su liderazgo para demandar un generalato.
En 395, Teodosio murió y el Imperio quedó dividido en dos partes, oriente y occidente, que gobernarían sus hijos Arcadio y Honorio respectivamente. La división del Imperio nunca se recompondría.
Alarico logró el generalato de la parte oriental, pero de un modo efímero. Así que hacia 400 partió para Italia con el objetivo de presionar a la corte del muchacho Honorio, el hijo menor de Teodosio que había accedido al poder con diez años. En los años siguientes Alarico llevó a cabo incursiones militares, que supusieron un fracaso manifiesto, aunque era Estilicón, el general en jefe de las tropas imperiales occidentales, quien estaba sacando las castañas del fuego.
Asedios y saqueo de Roma
Todo cambió irremisiblemente a la muerte –la eliminación– de Estilicón en 408. Alarico vio que había llegado el momento de demandar un generalato, así como estipendios (oro, plata, especias, piedras preciosas) y tierras para sus gentes. A sus tropas se les habían añadido miles de esclavos y de gentes descontentas en Italia. Entre 408 y 410 llevó a cabo varios asedios nada menos que a la mismísima Roma, mientras el joven emperador Honorio residía en Rávena, enclave más fácilmente defendible.
El fracaso de las negociaciones, que fructificaron con el Senado solamente en parte y no con el emperador, que se negó en redondo, terminó decidiendo a Alarico a entrar a saco en Roma.
Corría el mes de agosto del año 410. Alarico no pretendía destruir la ciudad y, de hecho, no lo hizo. Sí hubo violencia, saqueos y violaciones durante varios días. Se respetaron las iglesias de Roma. Los godos eran cristianos en su mayoría, si bien en la variante arriana. De hecho, los paganos acusaron a los cristianos de semejante desastre.
La principal fuente a nuestra disposición es Paulo Orosio, quien escribe su historia contra los paganos muy pocos años después del saqueo de Roma y siempre a la sombra de Agustín de Hipona, su maestro. Ambos intentan justificar el papel de los bárbaros y en particular de los godos, para contrarrestar los ataques de los paganos. Por eso, Orosio hace hincapié en que se mantuvo el respeto a las iglesias y también Agustín lo deja caer en su gran obra La ciudad de Dios, que escribió como contraataque.
El saqueo de Roma por los godos de Alarico duró muy poco, unos días. No supuso la ruina de la ciudad, pero sí un shock psicológico para la intelectualidad romana. Alarico se llevó a los godos al sur de Italia, y terminó muriendo en Cosenza.
Ataúlfo, primo de Alarico, le sucedería como rey de los visigodos y les conduciría hacia la Galia y, más tarde, a la actual Barcelona. Pero esa es otra historia.