Un giro a la izquierda sin radicalismos en medio de la crisis de representación en América Latina
Con el flamante triunfo de Yamandú Orsi en las elecciones del domingo en Uruguay, la izquierda latinoamericana consigue reconquistar otra pieza del rompecabezas que había sido ganada por la derecha. En un año en el que oficialismos como El Salvador y México reafirmaron su poder, el sur del continente parece continuar con la ola “rupturista” que comenzó luego de la pandemia, pero sin una afiliación ideológica necesariamente.
Orsi, representante del Frente Amplio, de centroizquierda, y considerado el “hijo político” del expresidente José Mujica, venció al oficialista Álvaro Delgado por un margen de más de 95.000 votos. Así lo indicaron los resultados de la Corte Electoral tras el escrutinio de los circuitos.
Los líderes regionales de izquierda han festejado el triunfo del uruguayo casi como propio, como una consolidación del progresismo en el sur y un alivio de cierta estabilidad a sus propios gobiernos.
Quero congratular o povo uruguaio pela realização de eleições democráticas e pacíficas e, em especial, o presidente eleito @OrsiYamandu, a Frente Ampla e meu amigo Pepe Mujica pela vitória no pleito de hoje. Essa é uma vitória de toda a América Latina e do Caribe. Brasil e…
— Lula (@LulaOficial) November 25, 2024
Si bien a priori la victoria de Orsi no parecería tener una repercusión geopolítica fundamental para el continente, entre el 5 y el 6 de diciembre Uruguay será sede de la Cumbre del Mercosur, un escenario ideal para que el presidente electo de las primeras señales sobre su política exterior. La 65ª Cumbre del Mercosur tendrá lugar en medio del estancamiento de las tratativas para un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea (UE), que se negocia hace más de 20 años y que prevé eliminar la mayoría de los aranceles entre las dos zonas, lo que crearía un espacio comercial de más de 700 millones de consumidores.
Durante los últimos años, la región fue testigo de la imposición de candidaturas progresistas en Chile, Honduras, Perú, Colombia, México y Uruguay, la más reciente. “No es que los latinoamericanos se estén volviendo más izquierdistas”, indicaba Michael Shifter, del think tank Diálogo Interamericano. “Es más una tendencia de rechazo que otra cosa... gente buscando una alternativa”.
El giro hacia la izquierda en América Latina pospandemia fue motivado en gran parte por la crisis económica, profundizada por la pandemia de Covid-19. La región, una de las más afectadas, vio cómo la pobreza y la desigualdad se intensificaban, lo que generó un sentimiento de abandono e incluso desprecio hacia la clase política. De acuerdo con un informe de Latinobarómetro, una organización sin fines de lucro que investiga el desarrollo de la democracia, la economía y la sociedad, la insatisfacción con la democracia ha ido creciendo, alcanzando el 70% en 2020.
“Se ve un contexto económico muy distinto al de la ola ´rosa´ de izquierda de los 90 y principios de los 2000, por lo que los liderazgos se encuentran en una situación más frágil y la posibilidad de llevar adelante políticas sociales expansivas va a ser menor”, indica en dálogo con LA NACION Juan Negri, doctor en ciencia política y director de las carreras de ciencia política y estudios enternacionales de la Universidad Torcuato Di Tella.
Y a pesar del caso argentino y el salvadoreño, la mayoría de las democracias latinoamericanas han optado por líderes de izquierda. Pero sería tendencioso indicar que se trata de un salto progresista sin analizar la continuidad y el rupturismo.
“Sin signo político”
“Hoy por hoy, no hay una ola regional con un signo político determinado, habrá que ver qué sucede el año próximo en Ecuador, Chile y Bolivia”, indica a LA NACION Ignacio Labaqui, analista político y profesor de la UCA y la Ucema.
“Todo parece indicar que estamos frente a una ola de crisis del oficialismo, donde los gobiernos han sufrido fracturas internas como en el caso de Bolivia o el de Perú, por lo que no lo categorizaría estrictamente como una ola ”, dice Negri.
Pero lo que sí identifican los especialistas es que este año fue distinto frente a las últimos tres pospandemia, donde las alternativas más rupturistas lograron capitalizar el descontento de la gente y hacerse del poder. Por el contrario, los extremos fueron los más perjudicados en las elecciones que se dieron en América del Sur. “Los extremos tuvieron malos resultados. Cabildo Abierto hizo una peor elección que la de 2019 en Uruguay. Y por el lado de la izquierda, ganó la interna el candidato más moderado, y a la vez, el plebiscito que impulsó el PIT-CNT para hacer una contrarreforma previsional también fracasó”, indica Labaqui.
Algo similar sucedió con las elecciones regionales chilenas, donde el domingo se eligieron gobernadores y alcaldes. “Tanto por derecha como por izquierda le fue mejor a las opciones moderadas”, dice Labaqui.
A diferencia con lo sucedido en años anteriores, “este año hubo más continuidades que alternancias”, afirma Labaqui, en contraposición con lo sucedido el domingo en Uruguay. Aunque la no polarización extrema en la que navega el sistema político uruguayo podría ser un indicio de las razones por las cuales la variación en realidad no es tan marcada y afirma un “cambio no radical”.
“Pero así como desde 2019 la ola antioficialista viene golpeando a los gobiernos de derecha, eventualmente puede tener un efecto rebote y terminar afectando a los de izquierda actuales. Pero falta para hablar de un ciclo político consolidado”, dice Negri.
A diferencia de lo que ha sucedido en otros países de la región donde se han abierto camino outsiders, los cambios en Uruguay son graduales. En sistemas más estables como este, la mayoría de la población demuestra su disconformidad pero busca alternativas dentro de las opciones tradicionales. “La gente busca un cambio, pero no lo hace por fuera del sistema”, dice el politólogo Daniel Buquet, que explica que la solidez del sistema de partidos en este vecino de la Argentina es similar al de la mayoría de los países europeos.
“Los candidatos-presidentes que buscaron la reelección lo consiguieron (Nayib Bukele, en El Salvador, y Luis Abinader, en República Dominicana), del mismo modo que el partido en el poder (Morena, en México y el Partido Colorado, en Paraguay)”, asegura Flavia Freidenberg, politóloga argentina, investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas, de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Mayor polarización ideológica
“Que haya alternancia es algo propio de la democracia. Lo interesante es cuando lo que vemos es no solo alternancia, sino mayor polarización ideológica, surgimiento de líderes populistas por derecha o izquierda y cambios fuertes en los sistemas de partidos”, afirma Labaqui.
“La crisis de representación, el debilitamiento de la política tradicional y la emergencia de nuevos actores como alternativas dentro del sistema” son algunas de las explicaciones de este fenómeno, dice Freidenberg. A su vez, entiende que el descontento general de los pueblos con la clase política fue el caldo de cultivo para que líderes antipartidistas se ungieran en el poder.
Aunque en México y en El Salvador haya triunfado la continuidad (ya sea del propio candidato o del partido), la elección de Sheinbaum o la reelección de Bukele también son “alertas dentro del sistema político de la preferencia de la ciudadanía de una nueva forma de hacer política que busca diferenciarse de las elites partidistas tradicionales, que no han conseguido responder a las demandas y necesidades de bienestar de la ciudadanía”, afirma Freidenberg.
Uruguay podría ser vista como un oasis frente a los extremismos que vienen liderando los ciclos políticos mundiales, como el auge de la extrema derecha en Europa, el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos y la victoria de Javier Milei en la Argentina. Por el contrario, la polarización suprema parece no tener lugar en el pueblo charrúa. “En este sentido Uruguay marcha a contracorriente (al menos en materia de elecciones presidenciales) porque el sistema de partidos es más estable y la competencia es centrípeta, no centrífuga ”, dice Labaqui.