George Floyd: 400 años de abusos

George Floyd soñaba con la NBA. Jugaba de escolta en una escuela secundaria de Houston y recibió una beca en la Universidad Estatal de Florida, pero se retiró cuando se quedó sin dinero, como volvió a sucederle en Kingsville, Texas. Luego, ya lejos de la NBA, fue becado e hizo giras con un equipo parroquial. El jueves pasado, Floyd, uno de los cuarenta millones de desocupados en Estados Unidos por la pandemia, le rogó al policía Dereck Chauvin que dejara de aplastarlo con la rodilla. "No puedo respirar". Lo dijo dieciséis veces en cinco minutos. Antes de morir clavado contra el asfalto, Floyd también pidió por su madre, Sissy, fallecida hace casi dos años. La rodilla que lo aplastó reabrió históricas heridas racistas que hoy conmueven a Estados Unidos. Y que comprometen como casi nunca antes a sus deportistas. Son atletas mayoritariamente negros. Líderes de un show millonario que brillan en estadios y pistas. Y que son orgullosos y hablan. Conscientes de que cualquiera de ellos podría haber sido Floyd.

La última gran advertencia había sido formulada por Colin Kaepernick. El fútbol americano lo echó en 2017 después de que el presidente Donald Trump le dijera que era un "hijo de p...". Un "antipatriota" porque protestaba arrodillado antes de cada partido, mientras sonaba el himno nacional. Pero Kaepernick no hablaba de patria. Hablaba de racismo. Miles imitan hoy su gesto y se arrodillan en ciudades de Estados Unidos. Blancos y negros. En Londres, Berlín y París. "Es que ya no hay medias opciones", escribió Sally Jenkins en The Washington Post. La rodilla asesina o la rodilla digna.

"No hay lugar para la indiferencia". La propia patronal del fútbol americano, oportunista, dice también ahora que ya basta de racismo. Son más creíbles los hombres del deporte. El más duro fue Gregg Popovich. El entrenador de San Antonio Spurs llamó de noche al periodista Dave Zirin para decirle que Trump es un "idiota trastornado", un "cobarde que se esconde en el sótano de la Casa Blanca", incapacitado de decir apenas tres palabras que, tal vez, ayudarían a calmar tanta furia: "Black lives matter" ("las vidas negras importan").

Protestas: la tensión racial en EE.UU. profundiza la polarización política

Recluido en un búnker de la Casa Blanca, Trump tuiteó en las horas siguientes al homicidio citas de la peor historia racista. Dijo que tenía "perros feroces". Revivió memorias de mastines cubanos de los esclavistas y de pastores alemanes de la policía. "Perros de caza", cantaba Nina Simone. "Cuando comiencen los saqueos", tuiteó también Trump. "comienzan los tiroteos". Fue una célebre amenaza de Walter Headley, jefe de policía que patrullaba los barrios negros de Miami con perros y escopetas en los años sesentas, tiempos calientes de represión y revueltas que se agravaron cuando en 1968 fue asesinado Martin Luther King. En Miami ya se había coronado Muhammad Ali, vigilado por el FBI por su cercanía con Malcolm X, asesinado en 1965. Una escuela de Miami admitía en 1961 a su primera alumna negra. Yvonne Odom, atleta formidable, llegó a su primer día de clase dos horas después que los demás alumnos. Por seguridad, usaba también un baño distinto. Los negros no podían utilizar restaurantes, transportes ni piscinas de los blancos. Yvonne es la abuela de la tenista Coco Gauff. En su reciente y conmovedor video sobre Floyd, Coco, de 16 años, con futuro de Serena Williams, se pregunta: "¿Seré yo la próxima?".

Negros atletas y negros músicos. "Pero no estamos diseñados para entretener. Me gustaría que Estados Unidos amara a las personas negras tanto como ama la cultura negra". Lo dijo tiempo atrás Jalen Rose, ex jugador de NBA. La voz más poderosa del deportista negro que resiste es hoy LeBron James. "Shut up and play" ("callate y jugá"), le aconsejó una vez Laura Ingraham, presentadora de Fox News, una de las favoritas de Trump. Pero la voz más cercana a Floyd fue la de Stephen Jackson. El "Capitán Jack" fue uno de los jugadores más duros que tuvo la NBA. Y fue amigo y compañero de básquetbol de Floyd en la infancia difícil de Houston. Su discurso en Minneapolis fue emocionante. Dicen también que "ya basta" desde el campeón de Fórmula 1, Lewis Hamilton, hasta Leo Messi. Jugadores de la Bundesliga y el plantel de Liverpool que posó arrodillado. Imitando el gesto de Kaepernick.

Las protestas incluyen todo. Desde saqueos de tiendas que venden zapatillas Nike Air de Michael Jordan (él también rompió su habitual indiferencia) hasta policías filmados colocando piedras para tentar a los manifestantes. Hay videos aterradores. "No es por un abuso de hace cinco minutos, sino que lleva cuatrocientos años", graficó Jacob Frey, el joven alcalde de Minneapolis. Están las cifras que grafican la desigualdad. Que no son sólo de Trump y tampoco sólo de Estados Unidos. Agravadas, en este caso, por un racismo y un líder insoportables. "No se trata de hacer cumplir la ley", afirma el ex fiscal Paul Butler. "Se trata de hacer cumplir la supremacía blanca". Dave Remnick es el autor de una de las mejores biografías de Ali. En la revista The New Yorker recordó en estos días a Martin Luther King y una cita de Víctor Hugo sobre cómo interpretar las revueltas, los desórdenes, tanta furia y tanto destrozo. "Si un alma queda en la oscuridad", decía Víctor Hugo, "se cometerán pecados. El culpable no es el que comete el pecado, sino el que causa la oscuridad".