Nueva generación: George Soros le cede el mando a su hijo de 37 años. “Soy más político que mi padre”
NUEVA YORK.- El legendario inversor, filántropo y blanco de críticas de la derecha, George Soros, le acaba de entregar el control de su imperio de 25.000 millones de dólares a su hijo menor, Alexander Soros, que se describe como un pensador de centroizquierda que siempre fue consciente de la fortuna de su familia, y a quién hasta hace poco nadie consideraba como un posible sucesor.
Al joven de 37 años lo llaman Alex y en su primera entrevista desde su elección dijo que buscará ampliar los objetivos progresistas de su padre. “Pensamos parecido”, dijo Soros padre, aunque a veces abracen causas diferentes. Y entre las causas que apoya el joven Soros está el derecho al aborto y el derecho a votar en Estados Unidos, así como la agenda de igualdad de género. Alex planea seguir utilizando la billetera sin fondo de la familia para apoyar a los políticos de izquierda en Estados Unidos.
“Yo soy más político que mi padre”, dice Alex, quien recientemente se reunió con funcionarios del gobierno de Biden, con el líder de la bancada mayoritaria en el Congreso, el demócrata Chuck Schumer, y con diferentes jefes de Estado, incluidos el presidente Lula y el primer ministro Justin Trudeau para impulsar la agenda de la fundación de su familia.
La fundación de los Soros se llama Open Society Foundations, más conocida como OSF, y canaliza unos 1500 millones de dólares anuales a organismos de derechos humanos y agrupaciones de impulso a la democracia en todas partes del mundo. Y el brazo político de los Soros es Democracy Packs, una organización que recauda aportes para la campaña electoral de fiscales y funcionarios de la ley que luchan contra el sesgo racista del sistema judicial y quieren reducir la tasa de encarcelamiento, entre otros temas que irritan a la derecha.
Alex dice estar preocupado por un eventual retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, lo que permite suponer que Democracy Packs tendrá un rol significativo en el financiamiento de la carrera presidencial de 2024. “Me encantaría que el dinero no tuviera que ver con la política, pero mientras del otro lado lo sigan haciendo, nosotros también tendremos que hacerlo”, dice Alex, sentado en las oficinas de la fundación en Nueva York.
Algunos dudaban de que George, de 92 años, cediera en vida el mando del timón. Además, en una entrevista había dicho: “Yo nunca quise que la fundación quedara en manos de uno de mis hijos, por una cuestión de principios. Siempre pensé que tenía que manejarla otra persona”.
Durante años, el entorno de George creyó que el sucesor más evidente era el medio hermano mayor de Alex, Jonathan Soros, de 52 años, un abogado con experiencia en finanzas. El alto y atlético Jonathan jugaba al tenis con su padre, trabajó durante un tiempo en la fundación, y estabilizó el fondo de cobertura de Soros en época de tormentas. Después se pelearon y el corazón del padre cambió dirección.
Alex se terminó ganando la confianza de su padre y empezó a reemplazarlo en los viajes a las oficinas de la organización alrededor del mundo. “Se lo ha ganado”, dijo George.
En diciembre, la junta de OSF eligió a Alex como su presidente, en reemplazo de su padre. Y como presidente de Democracy Packs, ahora también dirige el brazo político de la organización Soros, Además, Alex es el único miembro de la familia que integra el comité de supervisión del Soros Fund Management, un fondo de cobertura que administra el dinero en nombre de la fundación y la familia. Según un vocero de la familia Soros, a lo largo de los próximos años, la mayor parte de sus 25.000 millones de dólares serán canalizados a la fundación OSF, y se han reservado alrededor de125 millones para Democracy Packs.
En el tiempo que lleva trabajando en la empresa familiar, Alex ha revelado un estilo de gestión colegiado que difiere del de su padre, apuntan sus colegas, y agregan que Alex se ocupa de detalles que George normalmente ignoraría, y a las reuniones lleva un pequeño cuaderno lleno de anotaciones para compartir con los empleados. “Quiere estar en todo y a veces los vuelve locos”, dice Anthony Romero, director ejecutivo de la Unión Americana de Libertades Civiles, que recibe fondos de OSF.
Durante mucho tiempo, la elección de Alex era una posibilidad muy remota: en las reuniones casi no hablaba, y era más conocido por su vida social de alto vuelo. “Despampanantes modelos, amigos de la NBA, y correteos por la mansión: bienvenidos a la lujosa vida del hijo playboy del inversionista George Soros”, tituló Daily Mail en 2016.
El heredero que no fue
Jonathan es el tercer hijo de Soros con su primera esposa, Annaliese Soros, con quien tiene otro hijo y una hija. Sus padres se separaron cuando Jonathan tenía siete años, y George se mudó a un departamento cercano, cruzando el Central Park de Nueva York.
Creció en la riqueza, pero George todavía no era una figura internacional de las finanzas. En 1992, Jonathan se recibió en la Universidad de Wesleyan y trabajó dos años en la nueva oficina de la fundación Soros en Budapest. Tras graduarse en leyes y políticas públicas en la Universidad de Harvard, en 2002 se incorporó a la firma de inversión Soros, y ya como presidente, ayudó a estabilizar la empresa cuando varios jefes de inversión renunciaron o fueron reemplazados. Jonathan se ganó el respeto de sus colegas y era visto como el heredero directo y más obvio de su padre.
Jonathan también lo daba por sentado, aunque conocía el gusto de su padre por los bruscos cambios de rumbo. “Siempre supe que podía cambiar de opinión”, dice Jonathan. “Fue precisamente lo que lo hizo famoso como financista”.
Pero las diferencias entre ambos trastocaron todo el plan de sucesión. George era impulsivo; Jonathan era analítico y contemplativo. Según sus colegas, trataba a su padre con respeto, pero lo contradecía si no estaba de acuerdo con sus decisiones. Cuando discreparon sobre el mejor candidato para ocupar un alto cargo ejecutivo, George sintió una amenaza a autoridad y Jonathan se sintió menospreciado.
Para preservar la paz familiar, en 2011 Jonathan dio un paso al costado. Su padre lamentaba haberlo elegirlo para dirigir la fundación. “No nos entendíamos en ciertos puntos”, dijo George. “Y eso se hizo evidente para los dos, sobre todo para él, y decidió seguir su propio camino”.
Jonathan vive en Manhattan con su esposa y sus tres hijos, y trabaja desde 2012 en proyectos de interés público. Es cofundador de Athletes Unlimited, que maneja ligas profesionales de softbol, baloncesto, lacrosse y vóley femenino.
“Terminamos nuestra relación comercial en muy buenos términos”, dijo Jonathan sobre su padre. “Yo estaba desilusionado, pero no arrepentido”.
Según personas cercanas a ambos hermanos, Jonathan y Alex se llevan bien pero no tienen una relación cercana.
Filosofía, política y fútbol americano
Alex es el mayor de los dos hijos de Soros con su segunda esposa, Susan Weber, y siempre quiso estar más cerca de su padre. “Él estaba pero no estaba”, dice Alex. “Porque en realidad tenía todo el tiempo la cabeza puesta en los mercados”.
Curiosamente, el acercamiento que anhelaba con su padre se produjo en 2004, cuando su madre presentó el divorcio. Por entonces tenía 18 años y acababa de ingresar a la Universidad de Nueva York. “Por algún motivo, se tomó más en serio la crianza después del divorcio”, dice Alex, que luego se doctoró en Historia en la Universidad de California en Berkeley.
Por entonces, poco le importaban las finanzas y no lograba convencer a su padre de que se interesara en el fútbol, pero se pasaban horas intercambiando ideas y hablando de filosofía y política global. Durante esos años, la atención de los medios se centraba en su vida nocturna entre los Hamptons y Cannes, y sus noviazgos con celebridades, como la modelo Chanel Iman.
En 2015, cuatro años después de la salida de Jonathan y después de varios años de entrenamiento en otras áreas de la fundación, Alex pasó a ocupar un rol de tiempo completo: ya era la mano derecha de su padre.
Alex dice estar más enfocado que su padre en la política interna norteamericana, y está ayudando a los demócratas a conquistar el voto latino y mejorar sus resultados entre los votantes negros. También ha reclamado que los dirigentes demócratas afinen su discurso para que el mensaje llegue a una base más amplia de electores.
“Nuestro bando tiene que demostrar que es mejor, siendo más patriota e inclusivo”, apunta Alex Soros. “Que alguien vote a Trump no implica necesariamente que sea un racista o un caso perdido”.
Por Gregory Zuckerman
Traducción de Jaime Arrambide