Fusilamiento mediático, en vivo y en directo

La cadena nacional apeló a perseguir a los jueces con primeros planos cuando los mencionaba el Presidente
La cadena nacional apeló a perseguir a los jueces con primeros planos cuando los mencionaba el Presidente

Ni bien Fidel Castro conquistó el poder en Cuba, en 1959, obligó a la agónica TV privada de entonces a emitir algunos de los fusilamientos de jerarcas del régimen depuesto de Fulgencio Batista. Era un modo tosco y salvaje de dejar en claro quién era el nuevo mandamás de la isla y, de paso, meter miedo en la población para que nadie osara hacerse el loco.

La metralla verbal contra la Corte Suprema en el flamígero discurso de Alberto Fernández ante la Asamblea Legislativa, buscó ser un fusilamiento mediático, agravado por estar presentes en el recinto sus dos representantes máximos.

Resulta poco recomendable que un presidente se ponga a criticar a otro de los poderes del Estado. Confunde a la población, y se confunde a sí mismo, porque sus diatribas podrían interpretarse como que le asiste superioridad para zamarrear a quienes tienen el mismo rango institucional que él. Ni más ni menos. Nos lo enseñan en el secundario: conducen el Estado argentino tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) en igualdad de condiciones. Al Parlamento le asiste la posibilidad de hacerles un juicio político, de existir causales. Actualmente ese proceso se ha iniciado en la comisión respectiva de la Cámara de Diputados, fogoneado por la política.

Con su accionar, Fernández ratificó que existe un frente compacto entre ultras y supuestos moderados oficialistas para demonizar y exponer a la Justicia como enemiga N°1. Lo insólito e inédito es que pronunciara su estigmatización a pocos centímetros del titular y del vicepresidente del máximo tribunal. Apeló, incluso, a su gestualidad para que se entendiera que no estaba hablando genéricamente de la Justicia, ya que mientras los sermoneaba, en más de una ocasión volteó su cabeza a la derecha para mirarlos.

Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz jugaron a las estatuas. Si tenemos más de 30 músculos en la cara, ellos procuraron no mover ninguno. Deben haber estudiado antes frente al espejo para lograr una misma expresión neutra que no transparentara sus estados de ánimo durante la larga alocución presidencial. Pocas veces, siquiera, torcieron el cuello: prefirieron mirar para adelante sin fijar la vista en ningún punto preciso. Así, se mantuvieron impertérritos hasta el final.

Tal vez por eso, como nunca, la transmisión oficial buscó escrutarlos con atrevidos primerísimos planos mientras se sucedían los ataques de Fernández. Oro en polvo para los programas militantes que usarán de ahora en más esa preciosa conjunción de imágenes y sonidos, ya que ahora es más improbable que nunca que los miembros del tribunal concurran a la convocatoria inquisitorial armada en el Congreso.

Cristina Kirchner también jugó a las estatuas, pero solo en función de lo que decía su invención política, el Presidente. Ni en los momentos en que el mandatario se deshacía en esfuerzos supremos para complacerla con su prosa, ella hizo el más mínimo gesto de aprobación, que sí prodigaba en cantidad a personas que reconocía a la distancia con mohines y saluditos.

Otra “novedad” del kilométrico mensaje del Presidente es que, para matizarlo, presentó a distintos personajes ubicados estratégicamente en algunos de los balcones que dan al recinto para ilustrar diversas políticas implementadas que habrían beneficiado a distintos sectores de la población.

En realidad se trata de una vieja práctica importada de los Estados Unidos. En 1982, Ronald Reagan la usó por primera vez en su discurso sobre el Estado de la Unión. Algo que se hizo costumbre en sus sucesores. El actual presidente norteamericano Joe Biden, hace tres semanas, ubicó en el balcón de la Cámara de Representantes a invitados especiales como Bono (el líder de U2), la embajadora de Ucrania en Washington y una trabajadora metalúrgica.

Distintos dirigentes del macrismo también suelen apelar al recurso de intercalar en sus discursos historias de gente común y Cristina Kirchner, en su campaña para senadora, en 2017, se hizo acompañar en algunos de sus actos por personas desconocidas, pero que tenían algo para contar. Todo vale.