Fritz Haber: El químico de la vida y el patriota de la muerte

Professor Fritz Haber (1868-1934) the German chemist and holder of the chair of physical chemistry at Berlin University. He won the 1918 Nobel Prize in chemistry for his discovery of the Haber process for synthesizing ammonia from its elements. (Photo by © Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)
Fritz Haber (1868-1934), químico alemán, titular de la cátedra de química física en la Universidad de Berlín. Ganó el Premio Nobel en 1918 por el descubrimiento del proceso de Haber que sintetiza amoníaco de sus elementos. (Photo by © Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)

Lo mejor y lo peor del siglo XX está resumida en esta ecuación: 3H2 + N2 <=> 2NH3

La polémica fórmula corresponde a la Síntesis de Haber, el proceso químico que produce amoníaco a partir del nitrógeno existente en el aire y que salvó al mundo de la hambruna con la creación artificial de fertilizantes.

El milagro de producir “pan del aire” fue materializado por el químico alemán Fritz Haber, quien trabajó durante años para aprovechar el nitrógeno de la atmósfera y convertir las tierras áridas y desgastadas del centro de Europa en campos fértiles capaces de alimentar a sus hambrientos habitantes.

A principios de 1900, Alemania no tenía fuentes naturales de fertilizantes para mejorar sus cultivos mientras que en la costa pacífica de Sudamérica había de sobra. Su producción natural y gratuita de nitratos ocurría por la concentración de excrementos de las aves en las zonas costeras. El guano, palabra quechua que significa abono, era exportado desde Chile a una Alemania impaciente que cada vez tenía más dificultades para alimentarse.

El hallazgo de Haber y el apoyo industrial de la poderosa firma BASF permitieron la producción industrial de amoníaco en los primeros años del siglo XX, lo que salvó de morir de hambre a miles de millones de personas con lo que se llamó la revolución verde. Se calcula que dos de cada cinco humanos en la actualidad deben su vida a los fertilizantes descubiertos por el científico.

Champ de houblon et récolte d'orges dans un champs bavarois près de Bamberg, Allemagne au début du XXe siècle. (Photo by KEYSTONE-FRANCE/Gamma-Rapho via Getty Images)
Cosecha de lúpulo y cebada en un campo bávaro cerca de Bamberg, Alemania, a principios del siglo XX.. (Photo by KEYSTONE-FRANCE/Gamma-Rapho via Getty Images)

La síntesis de Haber sigue siendo el único proceso utilizado para generar las 225 millones de toneladas anuales de amoníaco que se produjeron en el mundo en 2017 y que aporta el 99% del nitrógeno inorgánico usado en la agricultura.

El proceso Haber también es el responsable del 40% de la producción mundial de hidrógeno, que es el elemento más simple que existe en el planeta (formado por un protón y un electrón). La importancia del hidrógeno es inmensa porque es un portador de energía como la electricidad.

La química del mal

El lado oscuro de la historia comienza con la intersección de los descubrimientos científicos con la geopolítica de la época. Los conocimientos de Haber fueron claves para la participación de Alemania en la Primera Guerra Mundial porque los nitratos obtenidos del amoníaco eran indispensables para la fabricación de bombas y proyectiles.

German troops in their trenches in East Prussia during the First World War. (Photo by © Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)
Soldados alemanes en sus trincheras en el este de Prusia durante la Primera Guerra Mundial. (Photo by © Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)

"En 1913, Alemania compraba un tercio de la producción mundial chilena de guano de más de 500.000 toneladas de nitrógeno al año. Sin el proceso Haber, Alemania no hubiera podido mantenerse en la Guerra, porque la Armada Real Británica controlaba las largas costas de Suramérica", escribió el farmacólogo estadounidense Ryan J. Huxtable.

Haber era un judío nacido en una pujante región de lo que hoy pertenece a Polonia. Su inteligencia y ambición lo llevó a estudiar Química en Berlín, donde se convirtió al cristianismo a los 24 años para eliminar cualquier obstáculo que pudiera interferir en su carrera científica.

Era un hombre apasionado y contradictorio que no dudo en firmar un manifiesto en apoyo al militarismo alemán en los primeros días de la Primera Guerra Mundial, a diferencia de su amigo y colega Albert Einstein, quien consideraba la guerra un acto de locura.

Haber abandonó todas sus investigaciones agrícolas y se concentró en ciencia bélica. "De todos los científicos involucrado en organizar los esfuerzos de guerra de Alemania, él fue sin duda el más importante. Entre 1914 y 1916, aumentó la producción industrial del nitrato de sodio usado para producir explosivos de cero a 25 millones de toneladas mensuales", dijo Huxtable.

1917:  German soldiers adjusting a line of gas throwers.  (Photo by Hulton Archive/Getty Images)
1917: Soldados alemanes ajustan una línea de lanzadores de gas tóxico. (Photo by Hulton Archive/Getty Images)

Inició las investigaciones para producir gases de guerra, pese a la prohibición expresa de las Convenciones de La Haya, e insistió en probar en combate el cloro, un venenoso gas amarillo-verdoso que causaba la muerte de los soldados por edema pulmonar.

Viajó personalmente a Ypres, en Bélgica, para supervisar el primer uso del cloro en una batalla contra las tropas francesas y argelinas el 22 de abril de 1915. La devastación resultante fue total luego de liberar 80 toneladas del gas. No se sabe a ciencia cierta cuántos muertos por lesiones pulmonares dejó la batalla. Unos dicen que 5.000, mientras otros creen que la cifra llegó a los 10.000. Lo que sí está claro es que miles de combatientes y civiles de poblaciones cercanas quedaron afectados de por vida por la toxicidad del gas.

Ese día Haber se convirtió en el padre de las armas químicas.

El horror de Clara

El giro de las investigaciones de Haber atormentaron a su esposa Clara Immerwahr, una brillante científica judía que en 1900 se convirtió en la primera mujer en lograr un doctorado en Química en la Universidad de Breslavia.

La colaboración inicial de Clara para el desarrollo de fertilizantes de su marido se convirtió en rechazo y en horror al comprender que usaba la ciencia para destruir.

Las discusiones de la pareja se hicieron insostenibles cuando el científico comenzó a probar la letalidad de sus poderosas armas químicas en el frente de batalla. Haber celebró en grande su promoción a capitán y las felicitaciones personales del Káiser Guillermo II por su triunfo militar en Ypres. Pero Clara no soportó la vergüenza y se suicidó con un tiro en el pecho con el arma de reglamento de su marido,

Haber se enteró de la herida de Clara pero no permaneció junto a ella cuando se debatía entre la vida y la muerte. Por el contrario, partió al frente oriental para observar el efecto del cloro contra las tropas rusas el 31 de mayo de 1915, dejando solo a su hijo Hermann, de 14 años, a pesar de que el chico fue el que encontró el cuerpo su madre agonizando en el jardín de su casa.

El laureado padre de los gases de la muerte

Haber continúo la experimentación con armas químicas. En 1915 ya había probado con el fosgeno, un agente mucho más letal que el cloro pero con un mecanismo de acción retardado, ya que la muerte ocurría a las horas de haberlo respirado.

Otro descubrimiento de Haber fue el gas mostaza, que provocaba ampollas y lesiones dérmicas. Aunque los efectos eran extremadamente dolorosos no siempre mataba a los adversarios, quienes permanecían semanas convaleciendo con heridas que los marcarían de por vida. Los alemanes optaron por mezclar cloro con fosgeno para garantizar el mayor número de bajas enemigas.

World war One, Canadian soldier in a field hospital, with mustard gas burns, 1915. (Photo by Universal History Archive/Universal Images Group via Getty Images)
Soldado canadiense se recupera de las lesiones por gas mostaza en un hospital de campaña en 1915, durante la Primera Guerra Mundial (Photo by Universal History Archive/Universal Images Group via Getty Images)

Cuando llegó el armisticio el 11 de noviembre de 1918, el uso del cloro, el fosgeno y el gas mostaza creado por Haber había matado al menos a 90.000 personas y dejado al menos 1,3 millones de lisiados.

"Mientras organizaba y dirigía el programa de armas químicas alemán, resolviendo los problemas que surgían en el desarrollo y uso de los agentes químicos, sus actividades anticipaban un patrón de comportamiento preocupante entre las futuras generaciones de científicos, ingenieros y médicos”, advirtió el profesor emérito de la Universidad de Queensland, Gerard Fitzgerald.

Y en una decisión que sigue siendo polémica 100 años después, la academia sueca otorgó a Haber el Premio Nobel de Química de 1918.

Los miembros de la academia valoraron más las contribuciones del amoníaco para la agricultura que su uso destructivo en una guerra que devastó a Europa.

"Haber vivió para la ciencia, por su propio desarrollo y por la influencia que tiene para moldear la vida, la cultura y la civilización humana", dice la biografía del químico de la academia sueca.

La vergüenza judía

La ambición de Haber se convirtió en megalomanía al asegurar que la química tenía las respuestas a todos los males de la tierra.

Así que su nuevo desafío era salvar a Alemania de las enormes dificultades financieras que enfrentó después de la Gran Guerra con una idea alquímica: Si podía fabricar pan del aire, lo próximo sería extraer oro de las aguas del mar. Su decepción fue inmensa con el fracaso de sus experimentos marítimos.

Haber redirigió sus esfuerzos en el desarrollo de gases pesticidas para el uso agrícola. Irónicamente, uno de sus insecticidas más eficaces fue el Zyklon B, que años más tarde fue usado por los nazis en las cámaras de gas de los campos de concentración, en la llamada "solución final" para exterminar a la población judía. Una vez más los gases de Haber mataron a millones de personas, pero esta vez incluyeron a sobrinos y primos directos.

Haber no murió asfixiado por sus gases pero su ingenio tampoco lo salvó del repudio de los nacionalistas alemanes.

Ni reconocimiento de la comunidad científica ni su decisivo aporte en la fabricación de los fertilizantes que garantizaban la producción de alimentos y de los armamentos que ayudaron a librar la guerra no fueron suficientes para neutralizar el antisemitismo de Adolfo Hitler.

El hombre que hizo todo por ser aceptado como alemán un buen día fue vetado de entrar en su laboratorio, donde se exhibía un cartel que decía: No se aceptan judíos.

Todos los esfuerzos de Haber se hicieron cenizas al quedar sin patria y sin investigación científica. Haber murió de un ataque cardíaco en Suiza en 1934.

"La vida de Haber fue la tragedia del judío alemán, la tragedia del amor no correspondido", escribió Einstein sobre su colega y amigo.

El legado de Haber es agridulce. "A pesar del paso del tiempo, el olor del cianuro y el cloro continúan contaminando sus logros", señala Huxable en un estudio sobre la ética científica.

La dramática vida de Haber nos recuerda que "el mal no está en el conocimiento, o sus descubrimientos, sino en lo que hacemos con él".