Frida, la perrita rescatista, inmortalizada con estatua en la Secretaría de Marina
Frida fue la esperanza que todo México necesitó durante septiembre de 2017. En medio de tanta desolación, su trabajo y energía fueron el bálsamo, el curita en la herida profunda, para tratar de seguir adelante. Hoy Frida, ya retirada desde junio de 2019, ha recibido un homenaje que apenas hace mínima justicia a su invaluable trabajo: fue inmortalizada con una estatua en la Secretaría de Marina.
“En homenaje a la extraordinaria labor que tuviste como integrante de nuestra noble institución. En gratitud al cariño y amor que continuas sembrando en nuestra gran familia Naval, en millones de mexicanas y mexicanos y más allá de nuestras fronteras", se lee en la placa de agradecimiento dedicada a esta labradora de 13 años que se ganó el corazón de los mexicanos.
Frida nació en 2009 y desde que era cachorra fue entrenada por la Marina para llevar a cabo labores de rescate. Durante sus nueve años de servicio realizó alrededor de 53 operaciones de rescate en México, Ecuador, Haití y Guatemala. También participó en la búsqueda de víctimas de la Torres de Pemex, que explotó en Ciudad de México en 2013. El 7 de septiembre de 2017 un sismo de 8.2 grados sacudió a Juchitán, Oaxaca. Frida ayudó a rescatar a doce personas con vida. Doce días después, las imágenes de ella recorriendo los escombros del Colegio Enrique Rébsamen conmovieron a una ciudad tocada por el peor terremoto vivido en treinta años. Se estima que en Ciudad de México colaboró con la localización de 40 personas.
Los sismos de ese mes de septiembre pusieron patas arriba cada una de las certidumbres existentes. Y la coincidencia no pudo ser más oscura. ¿Cómo puede volver a temblar otra vez (dos veces) en septiembre? Pasó y no hubo más remedio que abocarse a la realidad y emprender esfuerzos colectivos para aportar: la suma de las partes para construir el todo. Vimos, una vez, que esos escenarios sacan lo mejor de lo mejor, esa reserva de solidaridad que no estaría mal usar más a menudo.
Y ella, Frida, irrumpió ahí como para darle sentido a tanta unidad: una perrita rescatista que, con sus lentes protectores, su chaleco de la Marina y unas botas especiales para evitar cortes en sus patitas, cautivó a todos en un santiamén. Su labor fue tan importante que de manera inmediata se convirtió en una celebridad. Un dibujo difundido en redes ilustraba a la perfección lo que ella significaba: en la ilustración, Frida protegía a una familia de gatitos, todos lloraban del miedo, pero por fin podían ver la luz gracias a que habían sido encontrados por la heroína.
"@_Ponyo_____ La perrita de la marina salvando una familia de gatitos. Con sus lentes y sus botitas y su chaleco"
:3 #HoraDeLosGarabujos pic.twitter.com/QgsLJMf3Ld— Darkabujante de la oscuridarkz (@Gusgux) September 19, 2017
La noticia de su retiro, hace tres años, trajo los recuerdos más luminosos de aquellos días sin esperanza. Y podemos estar seguros: jamás la olvidaremos. Y no es que sea opcional, incluso podríamos jurarlo como una obligación, como una manera no tangible de pagarle lo que hizo en ese septiembre negro. Contar, de generación en generación, que cuando todo estaba tirado, hubo alguien que llegó de la nada —aunque, no seamos egoístas, siempre estuvo ahí, haciendo por otros lo mismo que hizo por nosotros— y nos dio una cátedra de eso que tanto hemos echado en falta: solidaridad. Frida fue más que los emocionantes dibujos de Twitter. Fungió como ejemplo a seguir.
Del mismo modo en que han perdurado funestos relatos de las tragedias que podemos contar, también la hemos de recordar a ella: a su generosidad sin condiciones, su pelaje blanco, y la sonrisa quizá nunca dibujada pero que siempre imaginamos en Frida, porque hizo que entendiéramos que nada vale más que echar una mano en momentos de miedo y abandono.