Frente a Macron, el Papa defendió a los migrantes y denunció las muertes en el Mediterráneo

El papa Francisco, recibido por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, a su llegada a una sesión de la cumbre
El papa Francisco, recibido por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, a su llegada a una sesión de la cumbre "Rencontres Mediterraneennes" ("Reencuentros mediterráneos") - Créditos: @Alessandra Tarantino

PARÍS.– Con una multitudinaria misa y un nuevo alegato en favor de los migrantes, el papa Francisco concluyó este sábado su visita de dos días a Marsella, consagrada a despertar las conciencias sobre la necesidad de abrir las puertas a aquellos que intentan entrar en Europa y con tanta frecuencia mueren en el mar.

Como lo hizo una y otra vez durante estos dos días, Francisco denunció en su homilía la “secularización mundana y una cierta indiferencia religiosa”. A su juicio, esa indiferencia que provoca “un corazón frío, instalado en la vida tranquila, que se blinda en la indiferencia y se vuelve impermeable, se endurece, insensible a todo y al mundo, incluso al trágico rechazo de la vida humana que hoy se le niega a tantas personas que emigran. Y también a cantidad de niños, que aún no han nacido, y a muchos ancianos, que son abandonados”.

Con esas palabras, pronunciadas para cerrar la misa en el célebre estadio Vélodrome de Marsella ante unos 50.000 fieles, el Pontífice resumió toda la fuerza del mensaje que vino a traer a esa ciudad fundada en el año 600 a.C. por los griegos y que, desde entonces, no ha cesado de recibir hombres de todos los horizontes.

En la asistencia se hallaba el presidente Emmanuel Macron, su esposa Brigitte, varios ministros franceses, así como la directora general del Banco Central Europeo, Christine Lagarde. El oficio fue acompañado por 900 coristas, pertenecientes a 30 coros provenientes de todo el país.

En esta imagen de archivo, el papa Francisco posa para una fotografía con un grupo de refugiados a los que invitó a las escaleras de la Basílica de San Pedro, con una bandera con la frase (en italiano)
En esta imagen de archivo, el papa Francisco posa para una fotografía con un grupo de refugiados a los que invitó a las escaleras de la Basílica de San Pedro, con una bandera con la frase (en italiano) "Los refugiados para un futuro junto" - Créditos: @Fabio Frustaci

Francisco llegó al estadio a celebrar la misa después de recorrer a bordo de su papamóvil la extensa avenida del Prado, donde una multitud de casi 100.000 personas se habían reunido para saludarlo, en medio de extremas medidas de seguridad. Todo sonrisas, visiblemente feliz, Francisco, acompañado por el cardenal Jean-Marc Aveline, arzobispo de Marsella, saludó a todos repetidas veces en francés.

Por la mañana, el Papa había pronunciado un nuevo alegato en favor de la acogida de los migrantes. Clausurando los trabajos de los Encuentros Mediterráneos —un ciclo de conferencias consagrado a los desafíos de la región—, ante la presencia del presidente Macron, el Pontífice denunció las muertes en el Mediterráneo. “Los migrantes no invaden. Buscan la hospitalidad”, declaró Francisco al clausurar los trabajos de los Encuentros Mediterráneos en el palacio del Faro.

Grito de dolor

“Hay un grito de dolor que resuena más que cualquier otro y que transforma el Mare Nostrum (nombre latino con el cual se llama al Mediterráneo) en Mare Mortum. El Mediterráneo, cuna de la civilización, se ha vuelto tumba de la dignidad. Son los gritos apagados de nuestros hermanos y hermanas migrantes”, advirtió.

En su discurso, el Papa volvió a lanzar un llamado a la “responsabilidad europea” frente al fenómeno migratorio y repitió una y otra vez los riesgos que corren los migrantes en el mar para llegar al Viejo Continente, sin intenciones de “invadirlo”. A su juicio, el fenómeno migratorio no es tanto una urgencia momentánea, “siempre útil para suscitar una propaganda alarmista”, sino un hecho contemporáneo. Los europeos, dijo, deben ser capaces de enfrentar “las dificultades objetivas” que plantea ese fenómeno.

Después de haber asistido a la última sesión de los Encuentros Mediterráneos, el Papa se retiró junto al presidente francés —a quien tomó afectuosamente del brazo antes de instalarse en su silla de ruedas— para una reunión en privado. En su tercer encuentro desde 2007, ambos hombres pudieron seguramente disfrutar de la vista incomparable que permite el suntuoso palacio del Faro. Instalado en lo alto del Viejo Puerto de Marsella, ese imponente monumento secular construido por Napoleón III, ofrece desde sus jardines y sus ventanales una vista única del luminoso litoral de la segunda ciudad de Francia.

Ahí mismo, entre la catedral de La Major y la basílica Notre-Dame-de-la Garde, bajo la mirada protectora de la “Bonne Mère” —como apodan los marselleses a su basílica— ambos hablaron durante casi una hora. “Es un diálogo que los dos mantienen desde hace tiempo sobre los grandes temas internacionales”, declaró el Palacio del Elíseo.

En la agenda, obviamente habrá figurado Ucrania y la situación en África. También es probable que hayan evocado el Líbano y Haití. “Hay una verdadera convergencia de puntos de vista en el hecho de buscar soluciones a nivel europeo y obtener una mayor colaboración de los países de partida de los migrantes”, agregó el Elíseo.

Ello no impide que los consejeros presidenciales evoquen la diferencia entre “política y espiritualidad” cuando se alude a la oposición de Francisco al actual proyecto del Ejecutivo francés sobre la llamada “ley sobre el fin de la vida”, que prevé, sobre todo, autorizar el suicidio asistido.

“¿Quién escucha los gemidos de los ancianos aislados que, en vez de ser valorizados, son confinados con la expectativa falsamente digna de una muerte apacible, pero que, en verdad, es más salada que el agua del mar?”, se preguntó Francisco en una diatriba sobre el “falso derecho al progreso”. Difícil cuestión retórica a la cual Macron seguramente no pudo responder.

Poniendo punto final a su homilía y a su visita a Marsella, el Papa volvió a evocar a los enfermos, los niños y los ancianos, enviando “una intención particular a los necesitados”. “Queridos hermanos, llevaré en mi corazón los encuentros de estos dos días. Que Notre-Dame-de-la-Garde proteja esta ciudad, mosaico de esperanza”, dijo, antes de concluir con su habitual “recen por mí”.­­