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(FOTOS) Bailarinas desnudas muestran la piel de La Habana

Bailarinas contra las luces y sombras de una ciudad, bailarinas en medio del tráfico, bailarinas saltando sobre la multitud, bailarinas desnudas sobre el asfalto caliente de La Habana. Para un tema que se presta a la imagen convencional, la fotografía de danza del joven cubano Gabriel Dávalos es una provocación constante.

Para Dávalos, la danza “tiene un raro poder: es capaz de sentar en el mismo palco a personas que en otras circunstancias no lo harían; gente de diferentes ideologías, religiones, géneros, orientación sexual… Es un exquisito lenguaje para expresar sensaciones, para conectar personas en torno a lo esencial del ser humano”.

Pero fotografiar la danza per se no satisface el sueño de un artista con un propósito mayor.

“La danza es solo el lenguaje para comunicarnos. Alrededor de la bailarina, una ciudad vive. Ciudad y persona comparten protagonismo”, explica Dávalos, para quien La Habana es mucho más que un telón de fondo de su fotografía.

“La Habana y yo tenemos esa relación de amistad profunda. Somos dos que se quieren, pero con sus diferencias. Amo la ciudad que resiste, que no pierde la fe y la fantasía, que baila, que se deja habitar por personas de bien, que no abandona la alegría. Pero sufro la ciudad sucia y bulliciosa, detenida y enredada en cerebros mediocres, que una y otra vez se deshace del sofá, que se aparta, que es infiel. Esa otra ciudad duele. Pero bien sé que no somos perfectos. Y que está en mis manos hacer algo para que prevalezca siempre su lado gentil”, asegura.

En su serie más reciente, “Intima Habana”, todas las musas de Dávalos se desnudan, también la ciudad, a pleno día, en medio de la más obscena cotidianeidad, en escenas de las que no se puede ser observador. Quien observa se convierte en el acto en protagonista.

Para Dávalos, las bailarinas muestran más que su piel.

“Muestran la felicidad y las heridas de vivir. Su conexión multisensorial con esta ciudad difícil. Es una provocación, pero no solo física, sino al intelecto. La desnudez de la piel es una invitación a la desnudez del alma, a quitarnos los disfraces, a renacer de nuestra raíz. Su piel nos muestra como somos, física y espiritualmente, los cubanos de este tiempo. Los que aquí vivimos nos conectamos de una manera tan fuerte con la ciudad, que pocas veces un lugar tan ‘de todos’ suele ser tan íntimo: eso ocurre en La Habana”, explica.

Pero, ¿cómo asumieron las bailarinas el reto del desnudo en un entorno urbano?

“Antes de proponérselo pasé varios meses trabajando la idea, hasta saber exactamente qué quería y cómo lo haría. Sólo mi certeza, y la convicción de creer que valía la pena, podría transmitirle a una bailarina la confianza y motivación para involucrarse en este proyecto. Para mi sorpresa, ninguna de las que forman parte de este primer grupo lo pensó dos veces. Desde el primer momento lo asumieron con todo su profesionalismo y empeño. En pocos días hicimos algunos ensayos en casa para lograr lo que buscábamos. Luego nos fuimos a tomar las calles. Los cubanos somos atrevidos y valientes”, afirma Dávalos.

Bailarinas desnudas, en poses sensuales, arrancan suspiros a La Habana. Sobre un monumento, en las cuatro esquinas, en medio de una calle transitada… ¿Y los espectadores?

“Contrario a lo que podría pensarse dada la sangre caliente que nos corre, ha prevalecido siempre la elegancia y cercanía que tenemos los cubanos con el arte. Las personas se muestran dispuestas a colaborar. Son muy respetuosas. Aunque discretamente siempre se alcanza a notar alguna sonrisa o mirada pícara”, asegura.

¿Alguna anécdota? “Estábamos en el barrio de Los Sitios, en pleno Centro Habana, y una bailarina estaba sentada en el asfalto, con sus ojos cerrados, enajenada de la ciudad que la rodeaba, en una pose muy sensual. Yo también estaba acostado en el suelo tomando la foto. Nos observaba su novio. Dos veinteañeros se acercaron, y en voz muy baja, pero que alcanzamos a escuchar, uno dijo: ‘¡Mi madre, que trigueña tan linda! ¡Me muero por ella! ¡Ex-qui-si-ta!’ Sonreí, me di la vuelta, y miré al novio, a quien se le querían salir los ojos de las órbitas. Luego nos reímos todos rememorando aquella anécdota”.

Hace 10 años, Dávalos guardaba las fotos que tomaba en su computadora; más allá de sus amigos y algunos admiradores casi nadie conocía su obra.

“Mi vida cambió totalmente el día en que abrí mi página de Facebook y comencé a usar las redes sociales. Aun cuando desde Cuba el acceso a Internet es complicado –ahora un poco más sencillo, pero hace siete años, definitivamente difícil-, fui conociendo y aprovechando las redes para llegar hasta aquí: he tenido el placer de exponer en Estados Unidos, España, Corea del Sur, Colombia, Holanda y por supuesto en Cuba. Tengo un par de premios internacionales, y ya tres libros de fotografías de danza, uno publicado, dos que saldrán en junio. Pero fue, además, en Internet donde hallé el conocimiento básico para asumir la fotografía como profesión. Soy autodidacta. Y no presumo de estos logros. Son parte del camino. Me siento un hombre dichoso”.

¿Qué hace Dávalos cuando no está fotografiando bailarinas? ¿Otra pasión?

“Tengo poco toco tiempo libre. En esos ratos pienso en Cuba, sueño con fotos, y amo a una bailarina. Son tres pasiones que me colman”.