Folleto en mano, un puñado de activistas mayores luchan contra la oleada de intolerancia en la India
LUCKNOW, India— Una mañana reciente, Roop Rekha Verma, una activista por la paz de 80 años y exlíder universitaria, caminó por un vecindario del norte de India propenso a conflictos sectarios y se estacionó cerca de una tienda de té.
De su bolso cruzado sacó un fajo de folletos con mensajes de tolerancia religiosa y coexistencia mutua y comenzó a repartirlos a los transeúntes.
“Conversen. No dejen que nadie los divida”, decía uno en hindi.
Difundir esas simples palabras es un acto de valentía en la India actual.
Verma y otros como ella están librando una batalla solitaria contra una oleada de odio e intolerancia cada vez más normalizada por el gobernante Partido Popular Indio (Bharatiya Janata Party) de la India.
Mientras el primer ministro Narendra Modi y sus funcionarios han vilipendiado a las minorías del país en una campaña de años que se ha intensificado durante las actuales elecciones nacionales, el pequeño grupo de activistas de avanzada edad ha tendido puentes y predicado la armonía entre los grupos religiosos.
Han continuado su lucha en las calles incluso cuando el precio por la disidencia y la libertad de expresión se ha vuelto costoso, e intentan mantener viva la llama del ideal no sectario que está incrustado en la Constitución de la India y en sus propios recuerdos.
Según algunas organizaciones de derechos humanos, más de tres decenas de defensores de derechos humanos, poetas, periodistas y políticos de la oposición enfrentan cargos penales, incluso bajo leyes antiterroristas, por criticar las políticas divisivas de Modi. (El gobierno no ha hecho muchas declaraciones sobre dichos cargos, aparte de repetir su postura de que la ley sigue su propio curso).
La represión ha tenido un efecto paralizador en muchos indios.
“Es ahí donde el papel de estos activistas de la sociedad civil se vuelve más importante”, afirmó Meenakshi Ganguly, subdirectora en Human Rights Watch. “A pesar de la represión, se niegan a ser intimidados, lo que los lleva a sostener pancartas y distribuir folletos para revivir un mensaje que solía darse por sentado”.
Para Verma, las semillas de su activismo se plantaron durante su infancia, cuando escuchó historias de terror sobre la violencia sectaria que dejó cientos de miles de muertos durante la partición del subcontinente indio en 1947.
Años después, como profesora universitaria de filosofía, luchó contra la discriminación de castas y las divisiones religiosas tanto dentro como fuera del aula. Se opuso a las actitudes patriarcales incluso cuando recibía insultos por ello. A principios de la década de 1980, cuando notó que los nombres de las madres estaban excluidos de los formularios de admisión de estudiantes, presionó para que se incluyeran y lo logró.
Pero sobre todas las cosas, fue la campaña para construir un importante templo hindú en la ciudad de Ayodhya, en su estado natal de Uttar Pradesh, lo que le dio a la vida de Verma un nuevo significado.
En 1992, una turba hindú demolió allí una mezquita que tenía siglos de antigüedad, alegando que en el lugar había existido anteriormente un templo hindú. A eso le siguieron disturbios letales. El pasado mes de enero, tres décadas después, Modi inauguró el templo de Ayodhya.
Fue una victoria significativa para un movimiento nacionalista hindú cuya difamación y marginación de los musulmanes es exactamente aquello a lo que Verma ha dedicado su vida a oponerse.
La mayoría hindú, aseveró, tiene la responsabilidad de proteger a las minorías, “no volverse cómplices de su demonización”.
Si bien la incitación del gobierno a la hostilidad religiosa es nueva en la India, las divisiones sectarias en sí no lo son. Un activista, Vipin Kumar Tripathi, de 76 años, exprofesor de física en el prestigioso Instituto Indio de Tecnología en Nueva Deli, contó que había comenzado a reunir a estudiantes después de las clases y a educarlos sobre los peligros de la “radicalización religiosa” a principios de la década de 1990.
Hoy, Tripathi viaja a diferentes partes de la India transmitiendo un mensaje de paz.
Recientemente, se encontraba en una esquina de una concurrida estación de tren en el noreste de Nueva Deli. Mientras oficinistas, estudiantes y trabajadores corrían hacia las plataformas, entregó hojas de información y folletos a cualquiera que extendiera una mano.
Sus materiales abordaban algunos de los temas más polémicos de la India: los problemas en Cachemira, donde el gobierno de Modi ha rescindido la semiautonomía de la región de mayoría musulmana; la política alrededor del templo de Ayodhya; y los derechos de los ciudadanos comunes y corrientes a cuestionar su gobierno.
“Respetar a Dios y pretender hacerlo para obtener votos son dos cosas diferentes”, se lee en uno de sus folletos.
En la estación, Anirudh Saxena, un hombre alto de unos 30 años con un fino bigote, se detuvo y miró a Tripathi directamente a los ojos.
“Señor, ¿por qué hace esto todas las semanas?”, preguntó Saxena.
“Lee esto”, le dijo Tripathi a Saxena, entregándole un pequeño folleto de 10 páginas. “Esto explica por qué debemos leer libros y comprender la historia en lugar de leer basura en WhatsApp y extraer placer del dolor de alguien”.
Saxena sonrió, asintió con la cabeza y guardó el folleto en su bolso antes de desaparecer entre la multitud.
Si solo 10 de 1000 personas leen sus materiales, afirmó Tripathi, su trabajo está hecho. “Cuando la verdad se convierte en víctima, solo se le puede defender en las calles”, afirmó.
c.2024 The New York Times Company