Fiestas, reuniones, contagios: así se derrumbó el mito de la Alemania obediente, ordenada, perfecta
Por Yetlaneci Alcaraz
Berlín.- Cuando menciono que vivo en Berlín normalmente la reacción es siempre positiva. No hay ciudad alemana más cool que la capital con su gran oferta cultural y también de entretenimiento: los mejores clubs, los mejores bares, el mejor ambiente de fiesta, sólo en Berlín.
Pero durante la pandemia esa percepción ha tomado otro matiz. Preocupación, en la mayoría de los casos, y rechazo, en algunos otros. Y es que, desde que el nuevo coronavirus nos sorprendió a todos la capital alemana ha sido uno de los hotspot o epicentro de contagio en todo el país.
Ahora mismo -iniciando el último mes del año y en medio de la segunda ola- Berlín se ubica como el segundo estado federado de Alemania con la mayor incidencia de contagios por cada 100.000 habitantes; 215 para ser exactos. Así que hoy por hoy para muchos puede resultar poco cool vivir aquí.
Tendría que mencionar que en realidad este segundo rebrote del virus convirtió prácticamente a toda Alemania en un hotspot: en este 1 de diciembre sólo dos de los 16 estados federados que integran el país tienen una incidencia de contagios inferiores a 50 por cada 100,000 habitantes, que es la cifra establecida por el gobierno de la canciller Angela Merkel para relajar las medidas de confinamiento y asegurar con ello que los servicios de salud del país no se vean saturados.
Pero permanezcamos en Berlin.
Hace justo un mes, el lunes 2 de noviembre, entramos a un segundo confinamiento parcial con el objetivo de frenar el vertiginoso y exponencial nivel de contagio que sin darnos cuenta nos estaba avasallando. Después de cuatro semanas, en las que los contagios no se redujeron, las autoridades decidieron prolongar e incluso endurecer cuando menos cuatro semanas más las restricciones que implican el cierre de toda la oferta gastronómica, deportiva, cultural y de entretenimiento de la ciudad, además de ordenar la reducción al mínimo del contacto social entre la población. Y en ese momento nos encontramos en este momento.
Pese a ello, las autoridades locales y federales han reconocido con desconcierto que si bien el ascenso de contagios se ha logrado frenar -lo que se conoce como aplanar la curva- no ha sido posible bajarlos radicalmente como sí se pudo hacer en abril y mayo durante la primera ola. La gente simplemente se sigue contagiando por miles y miles en esta cuidad. Y en el resto del país.
¿Qué pasa? ¿Qué es lo que ha fallado? Hace unos días un grupo de corresponsales extranjeros -del que formo parte- tuvieron un encuentro virtual por zoom con Falko Liecke, alcalde del barrio berlinés de Neukölln, justamente uno de los hotspot dentro de Berlin durante esta pandemia. En la charla, el político alemán reconoció lo complicado y complejo que es hacer cumplir entre una parte de la población los ordenamientos que buscan combatir la pandemia. Por su parte, un análisis del Instituto IGES de Berlin que investiga y asesora en materia de infraestructura pública, señalaba que contrario al resto de toda Alemania, en la sexta semana del confinamiento parcial en el que vivimos Berlin seguía incrementando su nivel de incidencia del contagio hasta 226 por 100.000 habitantes frente a los otros estados federados que van a la baja. Hoy estamos en una incidencia de 215; menor, sí pero igualmente muy elevada.
Debo decir que yo soy de esa parte de la población que ha intentado cumplir con las medidas de confinamiento. Eso significa que he reducido mis contactos sociales a prácticamente cero durante estas semanas y me limito a salir a la calle para correr, para llenar mi refrigerador y para recoger a mi niño del kínder. No más.
Pues bien, queriendo entender qué es lo que pasa afuera, tomé hace un par de días mi bicicleta y me dediqué a recorrer la ciudad y en especial los tres barrios centrales en los que los niveles de contagios se han concentrado. O sea, me fui a meter al hotspot del hotspot: los barrios berlineses de Mitte, Neukölln y Friedrichschein-Kreuzberg.
Entonces lo entendí todo. Me di cuenta que de verdad vivimos en dos mundos paralelos los que cumplimos el confinamiento y quienes no pueden o no quieren hacerlo. Con una mezcla de preocupación e indignación vi calles y más calles llenas de gente para quienes el frío que ya se siente a estas alturas del año y menos aún la amenaza del virus no es un impedimento para salir a pasear y hacer compras en grupos. Si, hacer compras todos juntos: papá, mamá, niños, abuelos y hasta tíos y primos.
Me tocó ver cómo los señalamientos instalados en las banquetas de las calles para que la gente porte cubrebocas en los espacios públicos -instalados además en cuatro diferentes idiomas- no surten efecto en la gran mayoría. Y algo de lo más bizarro: a no más de cien metros de uno de los consultorios más visitados en el barrio de Neukölln, en donde a lo largo de todo el día hay filas que rodean el edificio para hacerse el test de coronavirus, el mercado callejero tradicional turco abarrotado de gente paseando y comprando.
Recordé entonces lo que el alcalde de Neukölln nos explicó para entender por qué no es fácil controlar a estos niveles la pandemia en algunos puntos de la ciudad. Estos barrios centrales de la ciudad tienen, por un lado, una cantidad importante de población con trasfondo migratorio vinculado a niveles educativos muy bajos con lo que ello implica: familias muy numerosas que no sólo viven en espacios muy pequeños y precarios sino que culturalmente cuentan con lazos sociales muy fuertes que los hacen convivir permanentemente con más miembros de la familia y amistades más allá del núcleo central de padres e hijos. Para este sector de la población parece casi imposible cumplir con la regla de no ver ni encontrarse con familia y amigos.
Por otro parte, en esta parte de la ciudad se ubica también gran parte de la movida nocturna de la ciudad: clubes y bares que si bien en teoría están cerrados no se descarta que clandestinamente sigan operando. A eso hay que agregar la parte de la población juvenil que no está dispuesta a sacrificar su diversión y que, pese a todo, siguen realizando fiestas y encuentros en espacios privados. Me quedó claro que los contagios -como dice la autoridad- no se dan ni en las escuelas, ni en los jardines de niños ni en las oficinas, sino en los espacios privados. Ahí donde la gente rechaza aislarse.
Mi recorrido terminó en el centro de Berlin, en Alexanderplatz , el antiguo centro de la capital comunista donde hoy el capitalismo puro brota por todos centros comerciales que rodean esta enorme plaza. Las filas de gente que se formaban a las puertas de cada tienda para entrar a aprovechar las ofertas del BlackFriday hacía que por momentos chocaran unas con otras. Me imaginé la escena vista desde las alturas como ejércitos de hormigas que deambulan de un punto a otro. Así, en tiempos de pandemia.
Entonces lo entendí todo.
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