¿Podemos fiarnos del narrador de una historia?
El narrador no fiable está cada vez más presente no solo en la literatura, sino también en el cine o en nuestra vida cotidiana. ¿Podemos fiarnos de todo lo que nos cuentan los medios de comunicación? ¿De todas las historias que escuchamos a lo largo de nuestra vida? Todos conocemos a algún exagerado que cuenta las historias una y otra vez, y en cada versión encontramos algo diferente.
La figura del narrador no fiable (the unreliable narrator en el inglés original) fue introducida por el crítico estadounidense Wayne C. Booth en su obra de 1961 The Rhetoric of Fiction. Aunque encontramos esta figura en cantidad de obras literarias anteriores (desde La Odisea de Homero hasta Cumbres borrascosas de Emily Brontë, pasando por El Quijote de Cervantes), fue Booth quien acuñó el término. Desde entonces, múltiples autores han ido perfeccionando la investigación del narrador no fiable, como James Phelan, Greta Olson o Ansgar Nünning, entre muchos otros.
Cuentos de verano
La relación entre contar historias y la no-fiabilidad es innegable. Todos hemos contado alguna vez alguna historia de manera que nos deje en buen lugar, aunque no se adapte a ciencia cierta a lo que realmente ocurrió. Cada uno tiene su propio punto de vista y su interés en las historias. Al fin y al cabo, ¿existe la completa objetividad y fiabilidad?
El filósofo alemán Friedrich Nietzsche diría que no existe la Verdad, sino solo interpretaciones. En la vida encontramos múltiples ejemplos de esto: dos hermanos explicando a su madre quién ha roto el jarrón más caro de toda la casa, dos versiones de un rumor amoroso en la televisión, o dos grupos de amigos y una anécdota compartida.
Sobre esto último, tomemos como ejemplo un clásico del cine musical: Grease (1978). Al comienzo de la cinta, cuando todavía estamos conociendo a los personajes, se nos presenta el número musical “Summer Nights”.
Aquí, un chico y una chica adolescentes, altamente estereotipados, cuentan a sus respectivos grupos de amigos lo que han hecho durante el verano, principalmente la breve relación que han mantenido. Danny Zuko, un joven John Travolta, alardea cuanto puede con el objetivo de fardar ante sus amigos, y sugiere que la suya era una relación puramente sexual. De la misma manera, sus amigos quieren más detalles e información sobre el acto en sí (con frases tan alarmantes como “Cuéntanos si se te resistió”).
La versión de Sandy (Olivia Newton-John) es bastante diferente. Ella enfatiza sobre todo lo adorable que fue Zuko, los paseos por la playa y que bebían limonada, resaltando que estuvieron despiertos hasta las diez de la noche. De nuevo en una imagen estereotipada de un grupo de amigas adolescentes, las chicas le preguntan por amor, por el dinero que gastó y quieren saber si tiene coche.
La no-fiabilidad de una o de las dos versiones está claramente expuesta en esta escena, ya que las dos historias se contradicen. Esto lleva al espectador a no estar seguro de a quién creer, y también le permite hacerse una buena idea de la personalidad de estos dos protagonistas.
¿Intención o impedimento?
Este ejemplo de Grease presenta no-fiabilidad intencionada (sobre todo la versión de Zuko). Se construye con un propósito específico y muestra la importancia de prestar atención tanto al narrador y su punto de vista como al receptor de la historia. El ejemplo clásico es el de El asesinato de Roger Ackroyd, de Agatha Christie, en la que (spoiler alert) el narrador omite totalmente la escena en la que comete el asesinato. Más ejemplos incluyen Perdida (tanto la novela de Gillian Flynn como la película de David Fincher) o Expiación (novela de Ian McEwan con adaptación cinematográfica de Joe Wright).
Pero el narrador no fiable no es meramente el narrador que miente, por un motivo o por otro. También existen abundantes ejemplos de narradores que no pueden ser fiables aunque quieran, debido a su (mala) memoria o a razones relacionadas con la inocencia, el trauma o la culpa.
En estos casos, no es que el narrador mienta al lector con un propósito fijado, sino que es incapaz de ser de otro modo.
Puede ser el caso de un niño que no comprenda lo que está ocurriendo y no sea capaz de trasladárselo al lector de manera veraz, como el protagonista de La habitación (novela de Emma Donoghue y película de Lenny Abrahamson). O que se vean envueltos en problemas psicológicos, que también impiden que nos podamos fiar del narrador, como en El club de la lucha (novela de Chuck Palahniuk y película de David Fincher).
Problemas de memoria son también muy frecuentes en este tipo de personajes, como puede ser el caso del protagonista de la película El padre, de Florian Zeller. Por otro lado, ejemplos como el de La chica del tren (de Paula Hawkins y película de Tate Taylor) presentan problemas con el alcohol, que también imposibilitan que el narrador sea completamente honesto. Además, las faltas del narrador puede que no se centren en los eventos como tal, sino también interpretaciones de esos eventos o en juicios morales de otros personajes.
Hay cientos de razones por las que un narrador puede decidir ser un farsante. Si algo nos enseñan los ejemplos mencionados es que no siempre nos podemos fiar de todo lo que oímos, leemos o vemos. Estos narradores buscan un lector crítico, que sea capaz de diferenciar lo que nos están queriendo vender de lo que realmente ocurre. Y esto es perfectamente aplicable a nuestra vida cotidiana. La próxima vez que lean una noticia, o miren la televisión, tengan presente al narrador no fiable y tengan por seguro que, de una manera u otra, siempre está al acecho.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Alicia Muro no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.