El bueno, el feo y el malo: el endometrio

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Llega a los cines y las plataformas el remake de uno de los grandes clásicos del cine: El bueno, el feo, y el malo. La versión renovada está protagonizada por el endometrio, el tejido que recubre el interior del útero femenino. En el reparto encontramos mujeres, por supuesto, y científicos, aunque tendremos que esperar al final de este artículo para conocer el papel de estos últimos.

Algo muy curioso sobre nuestro protagonista es que reúne tres características, algunas aparentemente antagónicas: es, como indica el título del largometraje, bueno, feo y malo. Todo el mundo lo identifica por su papel como el bueno, e incluso el feo, pero tan solo unos pocos conocen su faceta de malo. A lo largo de la película podremos descubrir esa cara oculta del tejido.

El bueno

Como “bueno” de la película, el endometrio tiene un papel decisivo en el embarazo. A lo largo de todo el mes, esta capa va creciendo y volviéndose esponjosa, de forma que cuando el embrión llega tras la fecundación, este puede pegarse al endometrio y continuar así su desarrollo. Durante la etapa de crecimiento del tejido, son los estrógenos, hormonas sexuales producidas por los ovarios, los encargados de que sus células empiecen a multiplicarse.

Hasta este punto, estamos hablando del endometrio proliferativo, que después de la ovulación pasa a ser secretor y empieza a producir una sustancia rica en glucógeno que le da ese aspecto esponjoso y mullido. Si justo en ese momento aparece el embrión, este se adherirá al endometrio y dará comienzo el embarazo.

El feo

Tradicionalmente, también se ha encasillado al endometrio en el papel de “feo”, conocido bajo el pseudónimo de “regla” y rodeado de prejuicios y estigmas sociales. Esto ocurre cuando el embrión aparece antes de que nuestro protagonista esté preparado o, directamente, no aparece. Entonces, el endometrio se desprenderá del útero y será expulsado a través de la vagina en forma de sangre menstrual.

La función principal de este tejido es albergar al embrión durante el embarazo. Si, por el contrario, esto no sucede, el endometrio ya no tiene ninguna utilidad en ese ciclo.

Este proceso denominado menstruación tiene lugar durante el periodo fértil de la mujer. La duración media del sangrado va de tres a cinco días, y se acompaña de síntomas variables entre los que destacan dolor en la parte baja del abdomen, cansancio e irritabilidad. Con la llegada de la menopausia, las mujeres dejan de ovular y con ello cesan las menstruaciones.

El malo

Salvo excepciones concretas, todas las mujeres experimentan la menstruación. Y aunque existe variabilidad en los síntomas e intensidad, hablamos de niveles de dolor llevaderos. Sin embargo, cuando las molestias asociadas a la menstruación son muy difíciles de tolerar, se prolongan en el tiempo y están acompañadas de otros síntomas como dolor al orinar o al tener relaciones sexuales, es necesario visitar al ginecólogo.

Aquí entra en escena el endometrio en su papel de “malo” de la película, y viene de la mano de una enfermedad conocida como endometriosis. Esta afección benigna se caracteriza por la implantación y el crecimiento de tejido endometrial fuera del útero. En el afán del protagonista por eclipsar al resto del elenco, ese endometrio viaja por el organismo, se pega a diferentes órganos (vejiga, ovario, pulmón, intestino, etc.) y empieza a crecer descontroladamente.

El origen de la endometriosis, a día de hoy, es desconocido. Se han planteado diferentes teorías para explicar qué la causa, aunque la más extendida es la menstruación retrógrada. Esta hipótesis hace referencia a que ese endometrio “feo” que debería ser expulsado por la vagina en forma de regla se saltaría el guion y viajaría en la dirección opuesta. Así penetra en el interior del organismo y se adhiere a cualquier parte del cuerpo, perjudicando al resto de actores.

Las mujeres como actrices de reparto

Por nuestra alfombra roja pasan muchas mujeres, y aproximadamente una de cada diez sufre endometriosis. Además, su prevalencia es mayor durante la edad fértil, lo que implica en muchas ocasiones la infertilidad.

Son muchas las mujeres que, engañadas por los síntomas asociados al síndrome premenstrual y menstruación, no acuden a los especialistas. De hecho, a pesar de su elevada prevalencia, se estima que el diagnóstico de esta enfermedad se retrasa entre cuatro y once años por varios motivos.

El primero ya lo hemos comentado: el error de asumir que esos dolores son normales por la menstruación. En segundo lugar, cuando el estadio de la endometriosis no es grave, la dolencia pasa desapercibida, de forma que el diagnóstico llega muchas veces en una fase ya avanzada. Y, por último, no existen métodos diagnósticos no invasivos o mínimamente invasivos. Podemos decir que realizar una detección temprana de esta enfermedad es casi tan difícil como ganar un premio Oscar.

¿Son los científicos los directores de la película?

Por tanto, una de las principales necesidades para las mujeres que sufren endometriosis es acelerar el proceso diagnóstico. A día de hoy, el único método definitivo es la laparoscopia, una técnica quirúrgica mediante la cual se introduce una cámara que permite ver el interior del abdomen. Este procedimiento implica una incisión cerca del abdomen, y las correspondientes molestias para la paciente.

Sin embargo, la investigación no se ha rendido en la búsqueda de nuevos métodos diagnósticos y ha puesto mucho empeño en la identificación de biomarcadores. Se trata de moléculas que pueden encontrarse en fluidos corporales como la sangre, la orina o la saliva, y cuya obtención es no invasiva, o mínimamente invasiva. Pero para que una molécula sea un buen biomarcador, es necesario que tenga una gran estabilidad en el fluido elegido.

Entre los biomarcadores más estudiados para endometriosis destacan los microARN. Son pequeños fragmentos de material genético que están involucrados en diferentes procesos biológicos y que son liberados a los fluidos. Varios grupos de investigación apuestan por estas moléculas como buenos candidatos para un diagnóstico temprano y no invasivo de la enfermedad, y quién sabe, tal vez futuros tratamientos.

Por tanto, los investigadores son los directores de esta película, porque sin duda, escribirán cómo acaba. Ojalá muy pronto los mejores críticos nos sorprendan con reseñas positivas sobre el final de El bueno, el feo y el malo, aunque de ficción tiene poco.


Este artículo fue finalista en la IV edición del certamen de divulgación joven organizado por la Fundación Lilly y The Conversation España.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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