Una familia de emigrantes regresa a Venezuela y más abandonan Chicago en vísperas del invierno: ‘El sueño americano ya no existe’

En los últimos cinco meses desde que llegaron a Chicago, los padres de Andrea Carolina Sevilla no han podido matricularla en la escuela, a pesar de que la razón por la que dejaron todo atrás en su Venezuela natal fue para que ella tuviera acceso a una educación mejor.

En Venezuela, dice, tenía suerte de poder ir a la escuela. Muchos otros adolescentes empiezan a trabajar a una edad temprana para ayudar a sus familias, que a menudo se enfrentan a una pobreza extrema.

Pero no tuvo la misma suerte en la ciudad que una vez soñó visitar. La familia pasó de dormir en el suelo de una comisaría de policía, a un refugio abarrotado, a una casa en el Far South Side, y luego de nuevo al suelo de la comisaría después de que su padrastro Michael Castejón, de 39 años, no pudiera pagar el alquiler. No podía encontrar un trabajo que pagara lo suficiente sin un permiso de trabajo, afirma.

El 3 de noviembre emprendieron el regreso a Texas. Y de allí irían a Venezuela, el país del que huyeron para pedir asilo en Estados Unidos. Forman parte del incontable número de emigrantes que han decidido abandonar Chicago en las últimas semanas en busca de una vida mejor. Buscan un clima más cálido, más recursos o reunirse con amigos y familiares en otros lugares.

Una familia de cinco miembros se fue a Detroit porque otro emigrante les dijo que allí había trabajo. Un hombre regresó a Texas, donde se reunirá con sus primos tras probar suerte en Chicago. En el último mes, al menos 40 personas, incluida la familia Sevilla, han abandonado Chicago desde la estación del Distrito 1, en el Near South Side, con la ayuda de Caridades Católicas de Chicago.

“El sueño americano ya no existe”, dijo Castejón tumbado sobre una manta en el suelo de la estación la tarde antes de partir. “Aquí no hay nada para nosotros”, añadió.

Los inmigrantes dicen que se están dando cuenta de que la ciudad está en un punto de ruptura. No sólo no hay más espacio en los albergues, sino que además reconocen que algunos residentes de Chicago se oponen a que se abran más albergues para ellos. Castejón dijo que, a pesar de la peligrosa travesía para llegar hasta aquí -a menudo pidiendo dinero y durmiendo en la calle para cruzar varias fronteras-, el viaje no había merecido la pena.

Sus intentos de establecerse en la ciudad fracasaron. Dice que nunca se sintió cómodo en un albergue, y que las comidas calientes, las ayudas y los buenos empleos de los que había oído hablar a otros emigrantes nunca se materializaron. El padre no tuvo en cuenta que, una vez en el país, a la familia no se le concedería el asilo inmediatamente y ni siquiera obtendrían un permiso de trabajo mientras esperaban.

Podría haber sido información errónea, dijo. O que los beneficios de los que llegaron a la ciudad antes que él, ya no están disponibles debido a la cantidad de gente que hay ahora aquí. Pero incluso después de oír que el programa de estatus de protección temporal (TPS) se había ampliado y que el proceso para obtener permisos de trabajo podría acelerarse, decidió que estaba agotado y optó por no esperar.

“No sabíamos que las cosas iban a ser tan difíciles”, dijo. “Pensaba que el proceso era más rápido”.

Más de 2,000 personas han recibido ayuda monetaria del estado a través de Caridades Católicas para trasladarse a otros estados con familiares y amigos, según Katie Bredemann, portavoz de Caridades Católicas de Chicago. El programa ha sido parte de su esfuerzo por ayudar a aliviar la crisis humanitaria en Chicago y ofrecer a los inmigrantes una oportunidad de reunirse con sus familias o llegar a la ciudad a la que pretendían ir antes de ser enviados a Chicago.

“El estado de Illinois determina quién es elegible para ser reubicado en otros estados, y Caridades Católicas ayuda a hacer los arreglos de viaje”, dijo Bredemann en un correo electrónico.

Pero mientras algunos inmigrantes optan por marcharse, muchos más siguen llegando cada semana. En lo que podría considerarse una puerta giratoria para los contribuyentes. Por ejemplo, Caridades Católicas de Chicago está utilizando el dinero de los contribuyentes de Illinois para transportar a los migrantes que quieren regresar a Texas u otros estados, mientras que simultáneamente Caridades Católicas de San Antonio y la ciudad de Denver están utilizando el dinero de los contribuyentes federales para enviar nuevos migrantes a Chicago.

Hasta el viernes, había 20,700 migrantes que han llegado a Chicago desde agosto de 2022, cuando el gobernador de Texas, Greg Abbott, comenzó a enviar migrantes a ciudades santuario como Chicago, en parte para protestar contra las políticas federales de inmigración.

Castejón dijo que Chicago no era lo que esperaban cuando llegaron en junio. Pero este padre estaba decidido a tener éxito, dijo.

La familia fue llevada primero a la comisaría del Distrito 1, donde permaneció un par de semanas antes de ser trasladada al Wright College con otros cientos de solicitantes de asilo. La familia vivió allí alrededor de un mes antes de mudarse a una casa con otro inmigrante que alquilaba un apartamento a través de un programa de vales de la ciudad que ofrece hasta 15,000 dólares para un máximo de seis meses de ayuda al alquiler.

Pero cuando la ayuda desapareció, ninguno de los dos pudo pagar el alquiler, por lo que se quedaron de nuevo sin hogar, según este padre.

Finalmente conocieron a alguien que les ofreció alquilarles un apartamento por 750 dólares. Consiguieron permitírselo porque Castejón había encontrado un trabajo en la construcción, donde cobraba en metálico. Pero el trabajo era pesado y la paga no era suficiente, dijo, así que lo dejó.

Al no poder pagar el alquiler, la familia regresó a la comisaría del Distrito 1, donde esperaron unas dos semanas antes de empaquetar sus pertenencias, la mayoría recogidas a través de donaciones, y regresar a Venezuela.

Como patriarca, dijo sentirse impotente por no poder mantener a su mujer y a su hija.

“¿Cuántos meses más voy a vivir en la calle? No, no más. Es mejor que me vaya. Al menos tengo a mi madre en casa”, dijo enfadado.

Dijo que la familia decidió pedir asilo en Estados Unidos debido a la extrema pobreza en la que vivían en el régimen autoritario de Venezuela. Pero el viaje no mereció la pena, dijo.

“Sólo queremos estar en casa”, dijo. “Si vamos a estar durmiendo en la calle aquí, preferimos estar durmiendo en la calle allí”.

Los primeros días más fríos influyeron en la decisión de la familia de ponerse en contacto con el personal de Caridades Católicas, presionando para conseguir billetes de avión que les acercaran a una ciudad fronteriza para encontrar la forma de volver a casa. Cuando recibieron la noticia de que habían sido aprobados y tenían los billetes en la mano, Castejón se sintió aliviado, dijo.

El sentimiento de decepción e impotencia que sintió Castejón es compartido por muchos de los migrantes, dijo Brayan Lozano, jefe del grupo de voluntarios del Equipo de Respuesta de la Comisaría de Policía del Distrito 1.

Como solicitante de asilo, Lozano entiende de primera mano la experiencia que viven los migrantes: el entorno del que han escapado de sus países de origen y sus expectativas para Estados Unidos, que pueden haber sido influenciadas por las redes sociales y el boca a boca del primer grupo de migrantes que llegó a Chicago. Es posible que hubiera más recursos cuando llegaron por primera vez en agosto de 2022, dijo.

Aunque muchos, incluida la familia de Castejón, se están marchando, otros aún esperan encontrar refugio en habitaciones de hotel, acceder a servicios públicos y ayudas económicas o vivir el sueño americano.

Una propuesta de pregunta en las urnas a los ciudadanos de Chicago sobre si la ciudad debe mantener su designación como ciudad santuario ha agitado al Ayuntamiento en las últimas semanas, y grupos de inmigrantes y negros se reunieron el jueves por la mañana frente al Ayuntamiento para pedir “solidaridad, no división” en la respuesta a la crisis migratoria.

“Como mucha gente, sólo estamos aquí para una vida mejor. Estoy agradecida a Dios y sólo sigo un sueño para poder ofrecer más a mi familia”, dijo Ana, una profesora venezolana que llegó a Chicago en septiembre porque no podía permitirse vivir con el sueldo que ganaba en su país.

La profesora habló en español a través de un traductor.

“Estoy aquí para seguir abogando para que Chicago sea una ciudad santuario, para que haya recursos para todos, para nosotros los inmigrantes, para seguir recibiendo la ayuda que merecemos, porque todo el mundo merece que un sol brille sobre ellos”, dijo.

Lozano dijo que hay varios inmigrantes que pasaron de refugiarse en habitaciones de hotel de los suburbios a apartamentos con la ayuda del programa de reasentamiento de la ciudad y el estado, recibieron ayuda para presentar sus casos de asilo, encontraron empleo trabajando en negro, como hacen muchas personas que viven en el país sin autorización, y se están asentando en la ciudad.

Pero los recursos se han agotado para las llegadas más recientes y el programa de reasentamiento se ha visto superado por el número de inmigrantes que llegan.

Lozano dijo que hay mucha desinformación en la comunidad de solicitantes de asilo sobre lo que realmente está sucediendo en Chicago.

Con la llegada de la nieve y la lluvia y las bajas temperaturas, la realidad de los inmigrantes atrapados durmiendo fuera de las comisarías de policía se ha vuelto terrible. Los colchones están mojados, el olor dentro de las tiendas es pegajoso, húmedo y acre. Comen de pie, frotándose las manos para mantenerse calientes.

“Se está empezando a correr la voz de la situación en Chicago”, dijo Lozano.

José Nauh, de 22 años, decidió darle otra oportunidad a Texas y regresó a principios de este mes después de dormir en una comisaría de Chicago durante más de dos semanas.

Vino a Chicago aunque tiene familia en Houston porque el billete era gratis, dijo, y quería ver de qué iba todo esto.

Al igual que Castejón, oyó que había alojamiento, comida y otras prestaciones públicas. “Eso no es cierto”, dijo.

Cogió una mochila rosa, dijo adiós con la mano a Lozano y se metió corriendo en un coche blanco que le llevó al Aeropuerto Internacional O’Hare para coger un avión de vuelta al sur.

Ese mismo día, Diana Vera, sus tres hijos y su nuera subieron a un autobús con destino a Detroit, con la esperanza de que un primo los acogiera una vez que llegaran.

“Hemos oído que allí hay muchos trabajos aunque no tengas permiso”, dijo la madre mientras se cepillaba el pelo sentada en una manta en el suelo de la comisaría de policía que había sido su hogar durante casi un mes.

Vera también se desanimó a quedarse después de oír decir a los migrantes en los albergues de la ciudad que las condiciones están desbordadas de gente, la comida está fría y no hay camas de verdad.

“Parece peor que dormir en la comisaría”, dijo.

-Nell Salzman y A.D. Quig, del Chicago Tribune, contribuyeron en esta nota.

-Traducción por José Luis Sánchez Pando/TCA