Las exportaciones de China se disparan. Vienen repercusiones mundiales

Un parque solar en Shilin, Yunnan. Los líderes europeos estudian imponer aranceles más altos a los paneles solares y las turbinas eólicas procedentes de China. (Gilles Sabrié/The New York Times)
Un parque solar en Shilin, Yunnan. Los líderes europeos estudian imponer aranceles más altos a los paneles solares y las turbinas eólicas procedentes de China. (Gilles Sabrié/The New York Times)

La economía china se beneficia del aumento de las ventas de productos manufacturados al exterior, que crea empleos. Pero el impacto podría sentirse en las fuerzas laborales de Europa y Asia.

Las exportaciones de las fábricas chinas están avanzando más deprisa de lo que casi nadie esperaba, poniendo en peligro puestos de trabajo en todo el mundo y desencadenando una reacción negativa que está cobrando impulso.

Desde acero y automóviles hasta electrodomésticos y paneles solares, las fábricas chinas están encontrando más compradores extranjeros para sus productos. El apetito mundial por sus mercancías es bien acogido por China, que está sufriendo una grave recesión en lo que había sido el mayor motor de crecimiento de la economía: la construcción y el equipamiento de viviendas. Pero a otros países les preocupa cada vez más que el ascenso de China se esté produciendo en parte a su costa, y están empezando a tomar medidas.

La Unión Europea anunció la semana pasada que se disponía a aplicar aranceles, que son impuestos a la importación, a todos los autos eléctricos procedentes de China. La Unión Europea dijo que había encontrado “pruebas sustanciales” de que organismos gubernamentales chinos han estado subvencionando ilegalmente estas exportaciones, algo que China niega.

El importe de los aranceles no se fijará hasta el verano, pero se aplicará a cualquier automóvil eléctrico importado por el bloque a partir del 7 de marzo.

Durante una visita a Pekín en diciembre, los dirigentes europeos advirtieron de que China está compensando su crisis inmobiliaria construyendo muchas más fábricas de las que necesita.

Estados Unidos está tomando medidas drásticas contra las exportaciones de alta tecnología a China. (Qilai Shen/The New York Times)
Estados Unidos está tomando medidas drásticas contra las exportaciones de alta tecnología a China. (Qilai Shen/The New York Times)

China ya produce un tercio de los bienes manufacturados del mundo, más que Estados Unidos, Alemania, Japón y Corea del Sur juntos, según la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial.

La Unión Europea también ha estado estudiando restricciones a la importación de turbinas eólicas y paneles solares procedentes de China. India anunció el pasado septiembre que impondría amplios aranceles al acero procedente de China. Turquía se ha quejado de que China envía al país exportaciones de forma desigual, mientras que le compra poco.

El gobierno de Joe Biden, que ha mantenido en vigor los aranceles del expresidente Donald Trump, ha impuesto una lista cada vez más larga de restricciones a las exportaciones estadounidenses de alta tecnología.

“Me he asegurado de que las tecnologías estadounidenses más avanzadas no puedan utilizarse en China, al no permitir que se comercien allá”, dijo Biden en su discurso sobre el estado de la Unión del jueves.

Las exportaciones chinas, medidas en dólares, aumentaron un 7 por ciento en enero y febrero respecto al año pasado. Pero la caída de los precios de muchos productos chinos —debido a un exceso de producción en China— significa que la cantidad física de las exportaciones y su cuota de mercado mundial están aumentando mucho más rápidamente.

China ha encontrado formas de eludir algunos aranceles. Los componentes chinos van en volúmenes cada vez mayores a países como Vietnam, Malasia y México. Estos países procesan las mercancías para que se contabilicen como productos propios y no como fabricados en China. A continuación, estos países envían las mercancías a Estados Unidos y la Unión Europea, que les aplican aranceles bajos o incluso no les aplican aranceles.

Estados Unidos y la Unión Europea empiezan a preocuparse.

Katherine Tai, representante comercial de Estados Unidos, advirtió la semana pasada en un acto de la Brookings Institution que el Tratado entre Estados Unidos, México y Canadá (T-MEC), que sustituyó al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, se revisará en el verano de 2026. Insinuó que Estados Unidos podría insistir en endurecer las normas sobre el origen de los componentes, sobre todo para los automóviles, una postura que también defendió el pasado otoño Robert Lighthizer, que fue representante comercial en la presidencia de Trump y ahora es el principal asesor comercial de la campaña electoral de Trump.

China “ya es un elemento realmente importante de tensión y preocupación” en las relaciones comerciales norteamericanas, afirmó Tai.

Además de los aranceles que se avecinan sobre los productos de energía limpia importados, Europa pronto introducirá gradualmente un impuesto sobre las importaciones de todo el mundo basado en la cantidad de dióxido de carbono emitido durante su producción y que repercuta en el clima.

El nuevo impuesto se conoce como Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono, o CBAM, por su sigla en inglés. Pero en Europa se le ha apodado la “bomba C” porque recaerá con fuerza sobre las importaciones que procedan directa o indirectamente de China. Dos tercios de la electricidad de China se genera quemando carbón muy contaminante, lo que significa que muchas de sus exportaciones a Europa podrían verse afectadas por el nuevo impuesto.

Europa y Estados Unidos también se enfrentan a las amenazas que China plantea para sus antiguas relaciones económicas en los países en desarrollo, que cada vez se inclinan más por los productos chinos más baratos. En gran parte de América Latina y África, los países compran ahora más a China que a las democracias industriales cercanas, y Estados Unidos y Europa pueden hacer poco al respecto.

“No hay normas que impidan que los productos objeto de dumping y subvencionados socaven tus exportaciones al resto del mundo”, afirmó Susan C. Schwab, que fue representante comercial de Estados Unidos bajo la presidencia de George W. Bush.

Por su parte, los funcionarios chinos expresaron su preocupación durante la sesión anual de la asamblea legislativa del país, que concluyó el lunes, por lo que perciben como una oleada de proteccionismo desleal. El ministro de Comercio chino, Wang Wentao, mencionó un reciente estudio del Fondo Monetario Internacional según el cual el número de restricciones comerciales en todo el mundo casi se había triplicado en los últimos cuatro años, y que muchas de ellas estaban dirigidas contra China.

Los funcionarios de comercio exterior y los economistas suelen citar tres aspectos de la política industrial china que favorecen las exportaciones. Los bancos estatales conceden préstamos para fábricas a bajos tipos de interés. Las ciudades ceden terrenos públicos para la construcción de plantas industriales a bajo costo o de forma gratuita. Y la red eléctrica estatal mantiene los precios de la energía bajos.

Según el banco central chino, los nuevos préstamos para la industria se dispararon hasta los 670.000 millones de dólares el año pasado, frente a los 83.000 millones de 2019. En cambio, los préstamos netos para el sector inmobiliario fueron de 800.000 millones de dólares en 2019, pero se redujeron en 75.000 millones el año pasado.

Zheng Shanjie, máximo responsable de planificación económica de China, reafirmó la política industrial china la semana pasada, afirmando que “la tierra y la energía se canalizarán hacia buenos proyectos”.

La explosión de las exportaciones chinas es visible en su superávit comercial de productos manufacturados, que es el mayor que ha visto el mundo desde la Segunda Guerra Mundial.

Esos superávits corresponden a déficits en otros países, lo que puede ser un lastre para su crecimiento.

La ampliación del superávit no se debe únicamente al aumento de las exportaciones. China ha reducido o dejado de comprar muchos productos manufacturados a Occidente como parte de una serie de medidas de seguridad nacional y desarrollo económico durante las dos últimas décadas.

Los superávits de China en productos manufacturados son ahora aproximadamente el doble, en relación con la economía mundial, que los mayores superávits logrados por Japón durante la década de 1980 o por Alemania justo antes de la crisis financiera mundial, según los cálculos de Brad Setser y Michael Weilandt, economistas del Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York.

Los déficits con Japón y Alemania se toleraron durante mucho tiempo porque son aliados de EE. UU.

Pero China es un aliado cada vez más estrecho de Rusia, Corea del Norte e Irán. El ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, mencionó calurosamente a los tres, en particular a Rusia, en una conferencia de prensa la semana pasada.

“Mantener y desarrollar las relaciones entre China y Rusia es una opción estratégica de ambas partes basada en los intereses fundamentales de los dos pueblos”, declaró. Rusia se ha convertido en uno de los mercados de exportación de más rápido crecimiento para China, sobre todo en el caso de los automóviles, ya que los exportadores de las democracias industriales han dejado de vender a Rusia tras su invasión a Ucrania.

Los economistas occidentales, e incluso algunos economistas chinos, han pedido a China que haga más para ayudar a los consumidores en lugar de aumentar la producción de las fábricas. El primer ministro Li Qiang, el segundo cargo más alto de China después de Xi Jinping, dijo a la asamblea legislativa en su discurso anual de la semana pasada que avanzaría en esa dirección, pero los pasos anunciados fueron pequeños.

Dijo que China aumentaría las pensiones mínimas del gobierno para los ancianos, por ejemplo, pero solo en 3 dólares al mes. Eso costaría menos de una décima parte del producto económico del país.


Keith Bradsher
es el jefe de la corresponsalía de Pekín del Times. Antes fue jefe del buró en Shanghái, Hong Kong y Detroit, y corresponsal en Washington. Ha vivido e informado en China continental durante la pandemia. Más de Keith Bradsher

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