Estado islámico, elecciones de 2016 en Estados Unidos y miedo al caos

Apenas los parisinos volvían a salir a las calles el pasado fin de semana cuando del otro lado del océano los analistas comenzaban a especular sobre cómo los últimos ataques terroristas pueden influir en las elecciones de 2016. Frank Luntz, experto en opinión y personalidad destacada del Partido Republicano, hizo un comentario en Twitter a raíz del debate del Partido Demócrata que tuvo lugar el pasado sábado: “Los demócratas no se dan cuenta o no quieren reconocer el daño que han hecho al país #ParisAttacks [los ataques a París]. Hoy no somos el mismo país”.

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Imagen de Yahoo News; fotos originales: AP Graphics Bank, Getty Images

Con una visión más sobria, Jonathan Martin del New York Times, uno de los mejores periodistas del área de política, escribió que “los ataques de París han puesto la seguridad nacional en el centro del debate público por la carrera hacia la presidencia”, de forma que pueden dar un vuelco en las primarias e incluso en la elección definitiva. Su colega Brendan Nyhan no está de acuerdo con él y ha puesto en duda esta idea. Ha señalado, con razón, que el asesinato de Osama bin Laden en la primavera de 2011 no tuvo un gran impacto sobre las elecciones en las que un año más tarde los votantes dieron su segundo mandato al presidente Obama.

Yo personalmente, en vista de los últimos acontecimientos, creo que el tema del terrorismo va a tener cierto impacto en las elecciones de 2016, aunque no en el sentido del que estamos hablando ahora.

Por supuesto que, a corto plazo, el repentino resurgimiento de las amenazas terroristas da un vuelco a una campaña que cada semana parecía tomar un rumbo distinto: inmigración, crecimiento económico e impuestos, planificación familiar, apuñalar a su propia madre. La carrera por la candidatura republicana de este año es lo más parecido a circular por una carretera con un GPS que dice: “Recalculando… Recalculando”.

A pesar de que Donald Trump y Ben Carson parecen haberse desinflado después de Acción de Gracias, los analistas no dudan de que los ataques de París van a ser un punto de inflexión a partir del cual volverán a cobrar importancia la experiencia y la pericia de los candidatos. Aunque parece probable que acusen al desgaste, si les va mal, no se podrá poner en sus manos el problema del terrorismo. Una encuesta hecha por Reuters publicada esta semana revela que los conservadores realmente confían en Trump para luchar contra los terroristas.

Quizás creen que Trump les va a interponer denuncias hasta dejarlos en bancarrota, para después apoderarse de sus activos en una subasta pública.

No obstante, a más largo plazo, en lo que se refiere a las elecciones, no hay muchos indicios que sugieran que el Estado Islámico vaya a ocupar el centro del debate; porque puede que tal cosa como la elección de una política exterior en las urnas, solo exista en la mente de los expertos en política exterior.

Elizabeth Saunders, politóloga de la Universidad George Washington, ha investigado de forma exhaustiva sobre este tema para escribir un libro a punto de publicarse sobre política exterior y electorado. Su conclusión –pido perdón a los académicos– es que las personas, incluso en tiempos de crisis internacionales como los que vivimos actualmente, votan en base a la “situación económica más reciente” en lugar de por asuntos de seguridad nacional.

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“El hecho de que el problema del terrorismo no vaya a ocupar el centro del debate de las próximas elecciones, no quiere decir que su fantasma no tenga algún tipo de impacto”.

El último ejemplo de elecciones con unos candidatos que defendían una política exterior clara quizás se remonte a medio siglo, en 1968, cuando la guerra de Vietnam tocó de cerca a miles de familias. Supongo que se podría argumentar que las elecciones de 2004 estuvieron marcadas por el terrorismo, pero lo cierto es que el crecimiento económico durante el mandato de George W. Bush fue bastante impresionante y ganó de todas formas. Además, hay que reconocer que la guerra de Irak también fue muy impopular, por lo que sería difícil sostener que la victoria de Bush tuviese que ver con su política exterior.

Saunders da por sentado que la seguridad nacional influye en términos positivos –incluso si la guerra ya está en marcha– solo cuando los enfoques de los candidatos son claramente diferentes. Y quizás eso explique por qué John Kerry no pudo sacar rédito a su experiencia en política exterior durante la campaña para las elecciones de 2004. Más allá de oponerse a la guerra no ofreció gran cosa en términos de un programa convincente y prefirió encarar la elección como si fuese un plebiscito.

Es probable que las elecciones del año que viene también presenten un panorama con posturas menos claras de las que cabría esperar. Sin duda, los republicanos acusarán a Obama de irresponsable y utilizarán un lenguaje belicista para explicar cómo van a destruir al Estado Islámico, pero al final, la buena noticia es que ningún candidato del Partido Republicano –ninguno que no se llame Lindsey Graham– votaría por el envío de tropas terrestres a Oriente Medio, o al menos no mientras no haya un ataque en suelo estadounidense.

Esto significa que la receta de los republicanos para luchar contra el terrorismo, despojados ahora de su retórica furiosa, no será tan distinta del enfoque multidimensional que el presidente ha presentado esta semana en una polémica rueda de prensa; y que Hillary Clinton no dudará en intensificar si gana las elecciones.

Como le gusta decir a Jeb Bush hasta la saciedad, esta es la situación (“here’s the deal”): El hecho de que el tema del terrorismo no vaya a ocupar el centro del debate electoral, no significa que no pueda tener un profundo impacto. Porque por mucho que nos guste hablar de los temas por separado –economía, terrorismo, comercio, crimen y cualquier cosa que se nos ocurra–, estos son parte de la misma emoción en política, que es algo así como una percepción generalizada de inseguridad en el mundo en el que vivimos.

Ya en 2010, en el peor momento del desastre del Deepwater Horizon –con la explosión y el posterior vertido de crudo sobre las aguas del Golfo de México–, escribí en detalle sobre la importancia del caos y el orden en la política moderna, en el sentido de la percepción de unos votantes que sienten incertidumbre y ven cómo todo empeora a su alrededor, en sus comunidades, en sus escuelas y en las imágenes de decapitaciones y atentados que muestra la televisión.

Esta es la razón por la que la línea de Trump tiene más eco en la campaña –es la que más resuena de entre todos los candidatos, y punto–, aquella que asegura que Estados Unidos ya no es el mejor. Eso no tiene sentido, porque Estados Unidos domina el mundo tanto desde el punto de vista militar como desde el punto de vista económico. Pero Trump estudia sagazmente lo que quiere oír el público y ha sabido calibrar su discurso para orientarlo a personas –a cualquiera– que quiera recuperar algo de control sobre unos acontecimientos que les hacen sentir indefensas.

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“No es que seamos xenófobos o hipócritas. Más bien queremos saber que alguien tiene algo de control sobre situaciones que nos sobrepasan”.

Esto quizá explique, al menos en gran medida, el atractivo del enorme y caprichoso muro que quiere levantar Trump, así como la histeria que repentinamente se apodera de la población cuando un grupo de sirios osa huir de la guerra y las privaciones. Y todo esto en un país en el que se dice que todos descendemos de inmigrantes y refugiados.

No es que seamos xenófobos o hipócritas. Es más bien que queremos que alguien tenga control sobre las situaciones que nos superan, alguien que ponga orden, y en ausencia de ese alguien, tendemos a gravitar hacia respuestas simples y soluciones drásticas.

Podemos esperar que las elecciones de 2016 –al igual que todas las elecciones modernas– se centren en explotar este escenario de creciente caos en diversos ámbitos de la sociedad. Y en este momento, en la vida estadounidense, como en tantas otras cosas, el Estado Islámico es un agente propagador del caos.

Si Obama no logra convencer al pueblo norteamericano de que su plan para “contener” al Estado Islámico está dando resultados, esto complicará las cosas a Hillary Clinton (o a cualquier otro candidato) en su carrera para repetir por tercera vez el mandato para los demócratas. Y si los republicanos finalmente eligen a Trump o Carson (lo cual me parece improbable), puede que se den cuenta rápidamente de que no tener ni idea de política exterior es una virtud solo si la mayor parte del electorado no está prestando atención.

Somos el mismo país que hace una semana, con los mismos ciudadanos acosados por la misma inseguridad vital. Y esa es la razón por la que el año que viene, cuando lo de París ya se haya esfumado de nuestras mentes, seguiremos preocupados por el terrorismo.

Matt Bai
Columnista de política nacional (EE.UU.)