El espía Rocha usa a Yale University de chivo expiatorio para justificar su traición | Opinión
No le crea al espía.
Víctor Manuel Rocha, sentenciado en Miami a solo 15 años de prisión, sigue ayudando a la dictadura cubana de 65 años de antigüedad.
Sigue atizando el fuego de la derecha estadounidense para debilitar a este país.
Solo que ahora —de la misma manera que desempeñó el papel de apoyar la candidatura de Donald Trump en 2016 y ser un instrumento para los exiliados cubanos como ex embajador de Estados Unidos defendiendo la causa de una Cuba democrática— Rocha utiliza las guerras culturales de Estados Unidos para difamar a una prestigiosa institución estadounidense.
En lugar de asumir su vergüenza por traicionar a su patria adoptiva, donde su vida se convirtió en una historia de la pobreza a la riqueza, el ex diplomático nacido en Colombia y criado en Harlem está usando a la Universidad de Yale como chivo expiatorio de sus décadas de delitos de espionaje.
En un momento en que las universidades de prestigio están bajo escrutinio político —y se están celebrando unas elecciones presidenciales divisivas con Trump de nuevo en la candidatura republicana— Rocha culpa a la escuela privada de la Ivy League fundada en 1710 en New Haven, Connecticut, de su supuesta radicalización.
“Durante mis años de formación en la universidad, estuve fuertemente influenciado por la política radical de la época”, dijo Rocha, de 73 años, a la jueza federal Beth Bloom el viernes. “Mi profundo compromiso en aquel momento con el cambio social radical en la región me llevó a la traición final de mi juramento de lealtad a Estados Unidos durante mis dos décadas en el Departamento de Estado”.
Es una declaración que envía un mensaje a Cuba: Aquí estoy, fiel servidor. Rescátenme.
¿Adivinen quién también fue a Yale?
Qué desfachatez, y qué estúpidos se cree que somos los estadounidenses formados en universidades estadounidenses.
No hay ni una pizca de verdad en decir que asistir a una universidad liberal te radicaliza para convertirte en un soldado de la extrema izquierda, y mucho menos en uno que trabaja encubiertamente para un régimen a 90 millas de la Florida cuyos aliados son enemigos de Estados Unidos y de la democracia: Rusia, Irán, China.
Rocha es la excepción, no la regla.
Un ejemplo: El gobernador de la Florida Ron DeSantis, de extrema derecha, también fue a la liberal Yale y a la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard, y está tratando de convertir a las escuelas públicas de la Florida, desde la primaria hasta la universidad, en bastiones del conservadurismo ultra-cristiano para beneficio político.
Según la lógica de Rocha, DeSantis sería un demócrata furibundo, azul hasta la médula. O, al menos, un conservador republicano razonable, con un gobierno pequeño y no entrometido, en lugar de insertar al gobierno en las decisiones de la vida personal y llevar al Partido Republicano de la Florida a un dominio autocrático.
No es el único. De hecho, algunos acusan a Yale de producir conservadores radicales élite.
Una educación liberal
Una educación liberal, sin embargo, no se supone que radicalice sino que desafíe a los estudiantes a convertirse en pensadores críticos, un rasgo necesario a desarrollar en una democracia donde las decisiones de “un ciudadano, un voto” dan forma a este país. En teoría, los pensadores críticos no siguen ciegamente las normas políticas.
Aprenden a investigar en profundidad y a analizar la historia, las personas y las opciones.
Cada generación experimenta un activismo universitario que refleja el mundo en que vivimos. Forma parte de la experiencia universitaria. Pero incluso los “radicalizados” pueden cambiar.
Los seres humanos no permanecen estancados durante toda su vida, ni fisiológica ni intelectualmente.
Muchos cubanos e izquierdistas latinoamericanos han evolucionado en su forma de pensar desde que Fidel Castro subió al poder en 1959, y las tendencias apuntan a un apoyo menor, no mayor, al régimen cubano liderado por Miguel Díaz-Canel, con la vetusta pandilla comunista-castrista como elenco de apoyo.
Los cubanos de hoy se debaten sobre cómo debería ser una Cuba posterior a Castro. Un sector de la izquierda exiliada ha cambiado tanto que ahora muchos son pro-Trump de extrema derecha.
Lo que Rocha apoyaba —y se comprometía a seguir apoyando cuando pensaba que estaba hablando con un superior de Cuba, no con un agente del FBI— no era una noble revolución que buscara la justicia social.
Trabajaba para líderes que, como Rocha en Miami, viven la buena vida.
Los dictadores que conservan su privilegio y riqueza en el aislamiento político y participando en juegos de espías.