¿Un ermitaño afligido o un recluta radical? Cuando se trata de violencia política, es difícil saber la diferencia

El departamento en un garaje donde vivía David DePape, el hombre acusado de atacar a Paul Pelosi, esposo de la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, en Richmond, California, el 1.° de noviembre de 2022. (Jim Wilson/The New York Times)
El departamento en un garaje donde vivía David DePape, el hombre acusado de atacar a Paul Pelosi, esposo de la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, en Richmond, California, el 1.° de noviembre de 2022. (Jim Wilson/The New York Times)

La búsqueda de una lección más amplia en la invasión de la casa de la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, la cual se lleva a cabo entre los detalles de la vida del invasor acusado y sus antecedentes en las redes sociales, se ha dividido en líneas partidistas, al igual que tantas otras cosas en la vida estadounidense.

“Hoy en día, el Partido Republicano y sus portavoces casi siempre difunden odio y teorías conspirativas descabelladas”, expresó en un tuit Hillary Clinton, la nominada demócrata a la presidencia de 2016. “Es impactante, pero no sorprendente, el resultado es esa violencia”.

Sin embargo, otros han argüido que el estado mental del atacante hace que cualquier causa política a la que se apegara se considere una mera coincidencia.

El hecho de que un debate sea partidista no significa que ambos puntos de vista sean igual de válidos. Los expertos en violencia política han argumentado durante años que la deshumanización y el lenguaje apocalíptico por parte de figuras prominentes de la derecha están contribuyendo a impulsar el ascenso de la violencia de la extrema derecha. Las agencias federales califican el terrorismo de la extrema derecha como una amenaza creciente.

El hombre que atacó al esposo de Pelosi quizá haya estado motivado por mensajes políticos cáusticos. Al mismo tiempo, tal vez sea un hombre solitario afligido que se aferró a conspiraciones políticas por casualidad. Las dos posibilidades no están necesariamente en conflicto.

Algunos investigadores del extremismo consideran que esos dos alicientes están tan entrelazados que incluso existe un nombre para la clase de violencia que pueden provocar en conjunto: terrorismo estocástico.

El terrorismo estocástico se define como la violencia infligida por un atacante que, si bien actúa por voluntad propia, se inspira en un lenguaje que sataniza a su objetivo. Esto ha existido desde que los primeros agitadores incitaron a sus comunidades a despreciar a alguna minoría racial o religiosa cercana.

La gobernadora Gretchen Whitmer (demócrata de Míchigan) escucha al expresidente Barack Obama durante un mitin en Detroit, el 29 de octubre de 2022. (Emily Elconin/The New York Times)
La gobernadora Gretchen Whitmer (demócrata de Míchigan) escucha al expresidente Barack Obama durante un mitin en Detroit, el 29 de octubre de 2022. (Emily Elconin/The New York Times)

Los detalles que han salido a la luz sobre David DePape, el hombre acusado de atacar a Pelosi, han planteado la posibilidad de que su ataque quizá encaje en este modelo. Los documentos que presentaron los fiscales describen que el hombre actuó en nombre de narrativas políticas de derecha que caracterizaban a Nancy Pelosi como un peligro para la nación. Pero los archivos no muestran ningún indicio de que el ataque haya sido algo más que una idea del hombre.

Otros detalles sobre DePape sugieren que estaba sin rumbo en la vida y padecía trastornos emocionales. Esto no es poco común entre los individuos que cometen actos de violencia en nombre de alguna causa que encontraron en línea —de hecho, se sabe que este es un perfil que los grupos extremistas buscan de manera activa— pero convierte la pregunta de la motivación en una cuestión tanto psicológica como política.

El término “terrorismo estocástico” apareció en la década de 2010, cuando grupos extremistas de todas las ideologías empezaron a usar el internet para llegar a millones con la esperanza de que un solo individuo se sintiera inspirado a actuar. Proviene de la palabra griega stochastikos, que significa “determinado al azar” o “tino al adivinar”, en referencia a la incapacidad de los instigadores para controlar quién tomará acción con base en sus incitaciones o cómo lo hará.

El proceso desordenado de asignar una motivación en estos casos se debe a que los sesgos de la sociedad a veces pueden intervenir. Por ejemplo, en Estados Unidos, los agresores blancos a menudo se identifican como ermitaños perturbados, mientras que un atacante musulmán con un perfil similar podría ser categorizado como terrorista sin reparos.

Lo que ahora llamamos terrorismo estocástico se asocia más con grupos yihadistas modernos como el Estado Islámico, que han publicado convocatorias en línea para que voluntarios ataquen de manera indiscriminada a civiles en países que están en guerra contra estos grupos.

Suele suceder que el lenguaje que demoniza a otros inspire violencia sin que la ordene de manera explícita. Más bien, sugiere que ofender al objetivo supone un peligro tan grave que tal vez sea necesario tomar medidas extremas.

En un artículo del año pasado, Molly Amman, experfiladora del FBI, y J. Reid Meloy, un psicólogo forense, citaron como ejemplo un intento de complot para secuestrar y tal vez asesinar a Gretchen Whitmer, la gobernadora de Míchigan.

Los autores sugirieron que, al parecer, era probable que los conspiradores acusados hubiesen actuado motivados en parte por el lenguaje del entonces presidente Donald Trump, quien retrataba a Whitmer como una déspota desbocada e incitaba a sus seguidores a “liberar a Míchigan”.

El hecho de que no hubiera ningún vínculo explícito entre las palabras de Trump y los actos de los conspiradores acusados, y de que quizá esa ni siquiera era la intención de Trump, puede ser algo típico de esta clase de violencia, arguyeron Amman y Meloy.

“La retórica del orador podría variar desde declaraciones grandilocuentes sobre que el objetivo es una amenaza en alguna medida, hasta ‘bromas’ sobre soluciones violentas, o el problema compartido que representa el objetivo”, escribieron los autores.

En casos individuales, agregaron los autores, las intenciones de los oradores suelen ser imposibles de comprobar, al igual que la influencia de ese discurso en mover a un oyente más cerca de la acción.

A veces esto es deliberado, pues pretende instigar la violencia y, a la vez, librar al orador de toda culpa. Pero a veces el lenguaje no tiene la meta de incitar en absoluto, sino meramente de movilizar simpatizantes de maneras que provoquen a algunos a tomar cartas en el asunto.

Pero, sin importar la intención, el discurso instigador suele seguir un patrón mucho más específico que solo denigrar a un individuo o un grupo, es decir, tal como cuando alguien grita “fuego” en un teatro público, el peligro que resulta es previsible.

Los mensajes en estos casos suelen dividir al mundo entre un “nosotros” puro y virtuoso, que está asediado por un hostil e implacable “ellos”. Se les dice a los oyentes que están inmersos en una batalla existencial con el enemigo que busca dominarlos por completo y destruir su modo de vida.

Esta amenaza se retrata como algo inminente y descontrolado, lo cual justifica, e incluso amerita, que se tomen medidas para prevenirla. Además, el orador suele describir a la sociedad como perdida en la anarquía y el caos, lo cual lleva a algunos oyentes a concluir que ellos son los únicos con el poder de actuar.

J.M. Berger, estudioso de la violencia extremista, le ha llamado a esto “el constructo crisis-solución”, y ha escrito que este puede resonar sobre todo con individuos aislados o afligidos. Replantea sus dificultades personales como causadas no por fuerzas impersonales sociales o económicas, sino por los actos viles de un grupo de “ellos” que está en guerra contra el virtuoso grupo de “nosotros” del oyente.

Esto hace que los oyentes se sientan menos solos; sus adversidades se sienten más comprensibles; y perciben que está en sus manos imponer la solución, por extrema que sea.

A medida que la satanización política basada en el patrón de la incitación satura a la sociedad, independientemente de que así lo quieran los propagadores de ese lenguaje, las probabilidades de que alguien lleve a la realidad ese llamado a la acción implícito son mucho mayores.

Si esas personas suelen ser almas perdidas con antecedentes de comportamiento impetuoso que al parecer solo tienen una relación ligera con las causas políticas que supuestamente los inspiran, entonces se puede deducir que así es como siempre ha funcionado el reclutamiento extremista.

La propensión que tiene este tipo de lenguaje a provocar actos violentos ya está suficientemente establecida como para que ahora algunos grupos de monitoreo de terrorismo rastreen repuntes de esa clase de discursos, a fin de tener una alerta anticipada sobre los ataques que podrían ocurrir.

Sin duda, conforme ha escalado el lenguaje extremista de la derecha en varios países de Occidente en años recientes, también lo han hecho los ataques perpetrados por extremistas blancos, muchos de quienes parecían ser sujetos solitarios.

Amman y Meloy, los investigadores sobre el extremismo, advirtieron que la naturaleza difusa de esta amenaza, que surge de alguna manera en individuos sin lazos formales con grupos de odio, hace que sea tremendamente peligrosa y muy difícil de prevenir.

“Es tan terrible como suena”, escribieron.

© 2022 The New York Times Company