Erislandy Lara: la incomprensión, la garantía y la grandeza rutinaria en el ring
Erislandy Lara es un sobreviviente. Ha rebasado los límites de su generación, ha resistido las trampas que han alejado a otros del boxeo y se mantiene como un nombre importante y respetado, a pesar de sus 41 años bien cumplidos.
Sin estridencias, llegó más lejos que nadie y quién sabe cuánto más puede lograr si este sábado derrota a Danny García en Las Vegas.
Lo realmente interesante es que a Lara se le toma como algo natural. Quizá por su personalidad serena nunca logró arrastrar multitudes, ni la gente esperaba sus peleas con esa anticipación que suele preceder a los grandes deportistas en los magnos eventos.
Se le esperaba subir al ring como se espera la llegada del día y la noche, como algo natural y sin palpitaciones en el pecho. Se mencionaba su nombre y ya se sobreentendía que se esperaba una demostración pura y precisa de boxeo, limpia y sin alardes, pero siempre efectiva.
Quizá eso sea lo mejor y la tragedia de Lara: el hecho de ser tomado en tan alta expectativa sin generar la pasión que se advertía en los mejores tiempos de Yuriorkis Gamboa o el cinismo con que se esperaban las peleas de Guillermo Rigondeaux, por mencionar a dos de sus compatriotas que, por otros motivos, despertaban otra clase de notoriedad.
Con Lara se sabía uno a qué atenerse. Sin hacer de más o menos. Su encontronazo ante Alfredo “El Perro’’ Angulo fue brutal, su choque contra Brian Castaño mantuvo al público al borde los asientos, mientras que su cita frente a Jarred Hurd la consideraron la Pelea del Año en el 2017.
Nada de eso importó y muchos consideraron y consideran al cubano como un boxeador aburrido.
Cuando la excelencia es la norma se convierte en rutina. Lara siempre vivió dentro de ese molde. Si el rival le exigía podía pelear en cabina telefónica. Si el oponente no presentaba un peligro inminente se dedicaba a utilizar sus grietas hasta desarmarlo, pero sin darse golpes de pecho ni rasgarse las vestiduras.
Y entre pelea y pelea desaparecía. En tiempos donde se habita más en redes sociales que en la realidad, Lara se hallaba mejor en su propio mundo, alejado de cámaras y reflectores, solo en espera de la llamada de su manager Luis De Cubas Jr. para que le avisara de su próxima pelea y contra quién.
Entonces reaparecía y se entregaba al gimnasio.
Que ha ganado varios títulos mundiales, era lo que se esperaba. Que lleva más de 15 años en la élite, es algo normal.
Lo que se le exige a otros grandes en Lara se aprecia como garantizado. Afortunadamente, Lara no es de los que se detiene a contemplar sus trofeos y fajas. Y si la gente habla bien o mal, o no habla en lo absoluto eso no le quita el sueño.
Ajeno siempre a polémicas, Lara ha visto con extrañeza la única que, como su longevidad, se ha mantenido en el tiempo: la de su controversial derrota ante Saúl “Canelo’’ Álvarez, quien hoy por hoy no es el mejor boxeador del mundo, pero sin duda alguna la cara de este deporte.
La decisión dividida a favor del mexicano todavía se discute y los fanáticos siguen en dos bandos irreductibles. Unos afirman que Canelo ganó con sus golpes al cuerpo, otros aseguran que el cubano lo llevó a la escuela y expuso sus carencias.
Esta es otra tragedia menor, que a Lara se le recuerde mucho más por esa dudosa derrota ante Canelo que por todas sus otras victorias. Nada de lo que suceda, entonces, este sábado frente a García alterará la percepción que los aficionados tienen de él. Gane o pierda, la “normalidad’’ de Lara se va a imponer por encima de todo.
Habrá que esperar, entonces, el implacable paso del tiempo para admirar con más detenimiento la monumental carrera de Lara, su inteligencia en el ring, su capacidad para adaptarse a los cambios sobre la marcha de round a round, de pelea en pelea, de resistir injusticias como la de su choque contra Paul Williams, cuando el robo sí fue descarado.
Lara tiene, como profesional, mayores credenciales que todos los de su generación.
Algún día, después de que se asienten las aguas del retiro, se le podrá apreciar en un descapotable por las calles de Canastota rumbo al Salón de la Fama.
Ese día, tal vez, se entienda de una vez y por todas el verdadero peso específico de Lara en el boxeo cubano y mundial.