La ‘epidemia’ que EEUU se niega a combatir

La violencia por armas de fuego aumenta, pero la mayoría no está interesada en resolver el problema

"Llegas tarde. Y yo tengo mucho que hacer", lanza Jackie Rowe-Adams a través de su desordenada oficina en el barrio de Harlem apenas el visitante traspasa la puerta de vidrio cubierta por persianas.

La organización que dirige en este barrio de New York se llama Harlems Mothers Save y se ocupa de evitar la violencia causada por las armas de fuego y de asistir a sus víctimas. Sin embargo, esta violencia va en aumento. Y no sólo en Harlem y New York, sino en muchas ciudades del país, como demuestra la reciente masacre en una escuela de Uvalde, Texas, en la que murieron 21 personas, entre ellas 19 niños.

Hace rato que el presidente Joe Biden habla de una "epidemia" cuando se refiere a las muertes causadas por el uso de armas de fuego en Estados Unidos. Y Rowe-Adams —que perdió dos hijos por disparos de armas de fuego— tiene más trabajo que nunca.

Las impactantes cifras en EEUU hablan por sí solas: la Policía de New York registró el año pasado 488 asesinatos, el más alto en una década. Unos 1,500 tiroteos marcan el valor más alto en 15 años, el doble que hace apenas dos años. Según las autoridades, en Chicago fueron asesinadas 797 personas, lo que no sucedía desde hace un cuarto de siglo.

Rowe-Adams es una de quienes encabezan la lucha contra la violencia causada por las armas de fuego. Las fotos de su oficina la muestran del brazo de Eric Adams, alcalde de New York, o advirtiendo con el dedo a Wayne LaPierre, jefe de la Asociación Nacional del Rifle (NRA). Rowe-Adams se sumó a esta guerra contra las armas porque hace algunas décadas ella misma se convirtió en una de sus víctimas.

Cuenta que recuerda como si hubiera sido ayer cuando perdió a su hijo Anthony. El chico, de entonces 17 años, estaba en una tienda para comprar algo de tomar. Un grupo de hombres buscó pelear con él. Uno de ellos dijo: "Deberíamos matarlo". Luego siguieron al joven por la calle hasta la casa de sus abuelos.

"Cuando subió por la escalera, le dispararon", relata Rowe-Adams controlando sus emociones, lo que denota la cantidad de veces que tuvo que contar esta historia. Y continúa: 16 años después también murió su hijo Tyrone en un asalto en plena calle. Tyrone tenía 27 años.

Ese fue el momento en el que Rowe-Adams se decidió a actuar y fundó Harlem Mothers Save. Hoy lucha junto a más de 50 padres, trabajadores sociales, especialistas en duelo y psicólogos contra la violencia en este barrio del norte de Manhattan. Y cada vez la llaman más. "¡Eso es lo peor! ¡La violencia generada por las armas tomó nuestra ciudad, nuestro estado y nuestras comunidades!", advierte.

Afirma que una de las principales causas de esto son las muchas armas ilegales que circulan. Este aumento de armas tiene un nombre: "The iron pipeline". El sociólogo Gregg Lee Carter definió este concepto en su libro "Armas de fuego en la sociedad estadounidense" como "el movimiento y comercio con armas de estados con controles de armas menos restrictivos hacia estados con requisitos más estrictos".

Todos los días, traficantes de los estados del sur, más amantes de las armas, las comercian hacia el norte, muchas veces por la Interestatal 95. Se dirigen hacia Baltimore, Philadelphia o New York y venden su cargamento ilegal en los barrios. En 2020, al inicio de la pandemia de coronavirus, cuando había miedo a las posibles consecuencias sociales e inseguridad financiera, se vendieron muchas armas.

Según la agencia Small Arms Analytics, en el primer año de la pandemia de coronavirus fueron 23 millones, alrededor de 60% más que en 2019. A esto se sumó, según los expertos, que debido a los cierres de las escuelas muchos niños perdieron parte de la estructura que los contenía y se volvieron más vulnerables a este tipo de crímenes.

Biden parece enfrentar este problema con cierta impotencia. "¿Cuándo, en el nombre de Dios, vamos a hacer frente al lobby de las armas?", señaló tras la matanza en Uvalde.

"Este tipo de tiroteos masivos rara vez ocurren en otras partes del mundo. ¿Por qué estamos dispuestos a vivir con esta carnicería? ¿Por qué seguimos dejando que esto suceda?", preguntó.

Previamente, en su discurso sobre el Estado de la Nación de este año, señaló a los representantes con el dedo y dijo: "Exijo al Congreso que apruebe medidas para reducir la violencia por armas de fuego".

Biden quiere actuar contra las rutas de contrabando y fustiga al poderoso cabildeo de armas de EEUU. Afirma que éste convirtió su negocio en la única industria que no puede ser demandada. "Imagínense que hubiéramos hecho lo mismo con los fabricantes de cigarrillos. ¿Dónde diablos estaríamos?", se preguntó hace poco. A pesar de todo, no hubo grandes cambios.

El alcalde de New York dejó entrever en el mismo evento que no basta con un par de leyes. "Necesitamos una reacción como la posterior al 11 de septiembre para abordar este terrorismo interno que atraviesa el país", dijo. En otras palabras, afirma que hay que dar vuelta el marco jurídico y adaptar la aplicación de la ley más allá de las fronteras de cada estado en función del peligro.

Pero una avanzada como la posterior a los atentados de 2001 parece imposible cuando amplias partes de este país extremadamente polarizado, desde ciudadanos hasta políticos conservadores, reclaman que la posesión de armas es un derecho fundamental. Ni siquiera los 40,000 muertos que se registran al año por armas de fuego los apartan de esta idea.

Y como todo en EEUU, la violencia también afecta más a las personas estructuralmente más desaventajadas de la sociedad, es decir, sobre todo a las que viven en barrios como Harlem o el Bronx, con una alta proporción de personas de color.

Según el grupo de expertos de Brookings, se trata sobre todo de barrios en los que confluyen la pobreza, la segregación de las personas por su color de piel y un desfinanciamiento sistemático.

En los barrios afectados en Chicago, Washington o New York, los gobernantes quieren que más policías velen por la seguridad. Pero en muchos de esos barrios, donde los habitantes viven episodios de racismo a diario, la desconfianza hacia la policía es grande. Y desde mucho antes del surgimiento de un movimiento como Black Lives Matter.

Acá hay otro dilema. Mientras muchos liberales piden reducir la fuerza policial, muchas personas se sienten inseguras y piden fortalecer a la policía. Rowe-Adams considera que la policía es central. "Black Lives Matter no habla sobre el corazón del problema: que nos matamos entre nosotros. Necesitamos a la policía. No podemos hacer mucho sin la policía", afirma.

En el último tiempo se registraron en New York tiroteos, incluso lejos de estos barrios considerados más calientes, que afectan la imagen de la ciudad, como el sucedido cerca de Times Square o hace poco en un metro de Brooklyn. Este tipo de episodios hacen olvidar que la seguridad es buena en la mayoría de los barrios de la ciudad, y mucho mejor que hace algunas décadas.

Los diarios no escriben sobre las tragedias de todos los días como la de los hijos de Rowe-Adams. Sin embargo, ella ve la atención mediática como algo positivo. Todos —el presidente, el alcalde, la policía— trabajan con Harlems Mothers Save para evitar más casos de este tipo en el futuro. "Tengo esperanza", dice Rowe-Adams. Y se concentra en el siguiente llamado que le llega.