Entender el Líbano gracias a la ficción
Es bien sabido el frecuente caos informativo que rodea a los conflictos bélicos. A las dificultades de acceso propias de cualquier guerra se suma la interesada obstrucción al periodismo. Esto desemboca en un auténtico estado de desinformación.
Cabe preguntarse, entonces, si no es la ficción la que también puede dar cuenta, pasado un tiempo razonable, de lo que sucedió, o al menos lanzar hipótesis y avivar el debate. Es lo que hacen a menudo la literatura y el cine: contando una historia (con minúscula) apuntan a la Historia (con mayúscula). Allá donde a veces no pueden penetrar una cámara o un micrófono, lo consiguen los personajes de ficción.
El caso del Líbano, azotado por continuas guerras desde hace más de medio siglo, es un claro ejemplo. Una auténtica diáspora ha afectado a sus creadores, muchos de los cuales se han afincado en otros países, en especial francófonos. Para entender dicho estado permanente de conflicto, dos de los más sobresalientes autores emigrados son Amin Maalouf y Wajdi Mouawad. Y entre quienes han permanecido en el Líbano, resulta también imprescindible la mirada de la cineasta Nadine Labaki.
Historias desde el exilio
Amin Maalouf, nacido en la capital, Beirut, en 1949, huyó a Francia cuando estalló la guerra civil en 1975. Desde el exilio, a partir de la profesión periodística y más tarde en el terreno de la novela, ha mantenido una perspectiva cosmopolita. Por ejemplo, en su obra más célebre, León el africano, hay una decidida apuesta por el multiculturalismo. Su protagonista es un apátrida.
Y es que, como señala en su ensayo Identidades asesinas, Maalouf procede de un país “en el que la gente tiene que preguntarse constantemente por sus pertenencias, sus orígenes, sus relaciones con los demás y el lugar, al sol o a la sombra, que puede ocupar en él”.
Wajdi Mouawad, nacido en Beirut en 1968, se marchó de allí con tan solo ocho años. Él mismo relató el continuo ambiente belicista que se respiraba: llegó a ver cómo las milicias cristianas acribillaban un autobús de refugiados palestinos. Se trasladó con su familia primero a Francia y de ahí pasó a la Canadá francófona, donde comenzó a escribir y a dirigir teatro.
Su obra más conocida, Incendies, recoge desde el propio título esa experiencia del autobús y ofrece una de las visiones más aterradoras de lo que representa una guerra civil. El cineasta francocanadiense Denis Villeneuve realizó una versión para el cine, con el mismo título, que enfatiza el componente religioso del conflicto como posible explicación del odio.
Crónica desde dentro
Nadine Labaki, nacida en Baabdat en 1974, desarrolló una carrera internacional de actriz, pero ha seguido vinculada como realizadora al Líbano, donde reside. Los tres largometrajes que ha dirigido, en coproducción con Francia, han incidido en los graves problemas de su país natal de muy diversa forma.
En 2018 se convirtió en la primera cineasta árabe en optar al Óscar con Capharnaüm, el conmovedor relato de un niño que denuncia a sus propios padres por haberlo traído a un mundo terrible. En su segunda película, ¿Y ahora adónde vamos?, en 2011, se había valido del musical, género de la irrealidad por excelencia, para apuntar al odio endémico, de signo religioso, entre familiares y vecinos.
El título de esta película parece dialogar, de forma desesperada, con la frase de Amin Maalouf. Un lugar en el mundo es lo que ambos reclaman. ¿Y ahora adónde vamos? ofrece un contrapunto tan humorístico como cruel a la tragedia, de resonancias griegas, de Mouawad, y a la adaptación cinematográfica de Villeneuve.
La ficción para identificar la realidad
Ya sea desde el exilio o desde las mismas tripas del país, la ficción libanesa ha visibilizado un conflicto que parece anquilosado. Las cartas que Nawal Marwan, protagonista de Incendies, lega a sus hijos son un llamamiento hacia la reconciliación tras el horror de las revelaciones. Las mujeres que esconden las armas a sus maridos para que no se inicie una nueva lucha entre los dos bandos de un pueblecito, representan, desde el prisma de Nadine Labaki en ¿Y ahora adónde vamos?, un canto cargado de comicidad pero de amargo trasfondo.
Dado que el conflicto armado libanés, sea interno o con injerencia extranjera (por ejemplo, Israel ha invadido el país seis veces en los últimos cincuenta años), se aletarga durante unos años para volver a brotar, podría pasar desapercibido. Ahora está de actualidad por el efecto dominó, tan frecuente en Oriente Medio, y se ha trasladado allí la escalada bélica entre Israel y Hezbolá. No parece haber una solución al estar las posturas tan polarizadas.
Ante la negativa a negociar entre las partes litigantes, ya sea desde el totalitarismo o desde el terrorismo, conviene atender a las miradas creativas, que sí apuntan a la empatía o el perdón como base para el diálogo. La ficción puede conmover y se convierte, así, en un elemento conciliador y dinamizador.
Además, los personajes tienen nombres y rostros, frente a las cifras de víctimas anónimas que arrojan las noticias. Esto las reduce a fríos números (puestos en cuestión según la fuente) ante los que apenas podemos reaccionar. Por utópico que parezca, una visión humanista (conformada desde el arte, desde la necesidad de contar historias) ha contribuido a la reconstrucción de mundos quebrados por la incomprensión y el rencor.
No nos engañemos: con libros y películas no se paran las guerras. Pero en tiempos de aparente calma, en los que el odio permanece latente, la ficción ayuda a visibilizar, sensibilizar y concienciar.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
Lee mas:
Rafael Malpartida no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.